CONFESAR EN SAN ONOFRE
Desde entonces, este pequeño templo recientemente restaurado, se ha convertido en el corazón de nuestra Archidiócesis. Son centenares las personas que se han comprometido a acompañar al Señor una o dos horas a la semana, de día o de noche, y son centenares también los sevillanos que van o vuelven de sus quehaceres y que entran unos minutos en San Onofre para saludar al Señor.
No es para menos. La Eucaristía es nuestro más venerable y preciado tesoro. En él se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, Cristo mismo, nuestra Pascua. Ella es el compendio y la suma de nuestra fe, el sacramento en el que el Señor resucitado vivifica a su Iglesia con el don de su amor. Ella, además de sacrificio y alimento, necesario para vivir fiel y santamente nuestros compromisos cristianos, es presencia real de Cristo. El Señor permanece en las especiales sacramentales cuando el sacerdote las reserva en el sagrario. La presencia del Señor en la eucaristía no es estática, sino profundamente dinámica, y reclama nuestra adoración. En la adoración eucarística el Señor nos fortalece, nos diviniza, nos aferra para hacernos suyos, para transformarnos y asimilarnos a Él. La adoración eucarística es el auténtico camino de renovación de nuestras comunidades cristianas, venero de santidad, alambique de fidelidad, de vigor espiritual y temple apostólico.
Por todo ello, he pedido a los seis Vicarios Episcopales que, en diálogo con los arciprestes y sacerdotes, vean la manera de establecer la Adoración Perpetua en una iglesia de cada Vicaria, de manera que sea el punto de referencia de todas las actividades pastorales, motor de la Nueva Evangelización a la que nos ha convocado el Papa Benedicto XVI, e imán de las comunidades cristianas de su demarcación. ¡Dios quiera que sea factible esta iniciativa! ¡Ojala se impliquen en ella las Hermandades y Cofradías! Hagamos todos los esfuerzos que estén a nuestro alcance para visitar todos los días al Señor, adorarlo y acompañarlo. La adoración eucarística es el ambiente propicio en el que nuestros jóvenes han escuchado la llamada de Dios a seguirle en el sacerdocio o en la vida religiosa, y el manantial en el que siguen surgiendo jóvenes cristianos, limpios, alegres y generosos, capaces de vivir una vida nueva y de construir la nueva civilización del amor.
Pocas Diócesis tienen unas raíces eucarísticas tan fuertes y hondas como Sevilla. Basta conocer el número sorprendente de hermandades sacramentales surgidas a partir del siglo XV, que sería preciso revitalizar, y las alhajas eucarísticas, cálices, copones y sagrarios de nuestra catedral y de nuestras parroquias, seguramente de las más hermosas de toda la cristiandad. Todo ello es una llamada apremiante a reavivar nuestras raíces para estar a la altura de nuestra historia eucarística.
En San Onofre es posible encontrar a determinadas horas un confesor dispuesto a administrar el sacramento de la penitencia, sacramento sumido hoy en una profunda crisis, que entre todos, muy especialmente con la colaboración de los sacerdotes, hemos de tratar de superar. No es el momento de analizar sus causas, entre las que se encuentran la pérdida del sentido del pecado y el individualismo que impide reconocer la necesidad de la mediación institucional de la Iglesia en el perdón de los pecados. El sacramento de la penitencia es un sacramento precioso, un encuentro personal con la misericordia de Dios, que se nos da en Cristo y que se nos hace cercano mediante el ministerio de la Iglesia, con el amor tierno del padre de la parábola del hijo prodigo. En este sacramento del perdón, de la paz, de la alegría y del reencuentro con Dios, se nos ofrece el rostro del Padre bueno que conoce nuestra condición humana y se acerca a nuestra debilidad.
Precisamente por ello, sin menoscabar ni tratar de sustituir a la Catedral, parroquias e iglesias conventuales que ofrecen asiduamente el sacramento del perdón, a las que agradezco su valioso servicio, estimo necesario que en San Onofre haya sacerdotes dispuestos a oír confesiones todos los días del año de ocho de la mañana a diez de la noche, y que toda Sevilla sepa que en esa franja horaria encontrarán un sacerdote dispuesto a reconciliar a los penitentes en el nombre y con el poder de Dios. En consecuencia, emplazo a los sacerdotes que lo deseen a que den su nombre, con el horario de su preferencia, al Sr. Vicario General. Para dar ejemplo, yo mismo acudiré a San Onofre todo los lunes, de ocho a diez de la mañana para oír confesiones, consciente del gran bien que podemos hacer los sacerdotes administrando paternalmente este hermoso sacramento, verdadero manantial de fidelidad y de santidad para nosotros y para nuestros fieles, como nos dijera el Beato Juan Pablo II.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla