Cuando la vida no vale nada
En esta última entrega, localizamos el martirio de los próximos beatos de la persecución religiosa durante el siglo XX en la cárcel de Cazalla de la Sierra y las calles de Huelva y Sevilla. En todos los casos se evidencia el grado de violencia y el terror que se puede derivar de una acción tumultuaria fruto del odio y la radicalidad.
El sacerdote Antonio Jesús Díaz (Bollullos del Condado, 1896) y el seminarista Enrique Palacios (Cazalla de la Sierra, 1917) vivieron juntos los últimos momentos de unas vidas, por otra parte, caracterizadas por la dedicación a los pobres –“como si hubieran sido de su familia”, en el caso del presbítero- y una unción encomiable. Como se ha destacado en las anteriores entregas de esta serie, la situación política y social en España se tradujo en escenas tensas para la Iglesia, sus miembros, actividades, templos, etc, desde la proclamación de la II República. Cazalla de la Sierra no fue menos.
En mayo de 1936, piquetes de guardias registraron la Parroquia de Ntra. Sra. de Consolación, so pretexto de guardarse en su interior bombas y gases asfixiantes. Además, se clausuró el centro escolar dirigido por las HH. De la Doctrina Cristiana. Tras la sublevación militar, el párroco y el seminarista fueron detenidos (este último junto a su padre, Manuel Palacios). Fuera de la cárcel, todo lo relacionado con la Iglesia fue destruido. El 5 de agosto, todos los encarcelados, entre ellos muchos laicos, fueron acribillados. “Dígale usted a mi hermana -le encargó el padre Díaz a uno de sus captores- que, si se salva, que no se cebe en nadie”.
Las algaradas callejeras los días inmediatamente posteriores al golpe militar se cobraron la vida de personas vinculadas a la Iglesia tanto en Huelva como en Sevilla. Mariano Caballero (Alájar, Huelva, 1895) fue ordenado presbítero con 28 años. Su último destino fue la parroquia de San Pedro, en la capital onubense. El 21 de julio de 1936 su parroquia fue saqueada, y él se refugió con su familia en Punta Umbría. Allí dieron con él, “con todo aparato de chusma y vocerío”, siendo trasladado a la capital. En uno de los traslados, un joven le disparó por la espalda. Fue llevado al hospital donde falleció el 23 de julio. No consintieron llamar a un sacerdote, como insistentemente pedía.
En Sevilla también hubo tiempo para este tipo de altercados tras el golpe del 36. Y una de las víctimas fue el joven sacerdote José Vigil (Huétor-Tajar, 1906). Presbítero desde mayo de 1932, fue destinado a la capilla de San Jerónimo, dependiente de la Parroquia de San Gil, que el 1 de mayo de 1936 fue asaltada. La tarde del 18 de julio, una veintena de frentepopulistas acudieron a la calle Conde de Ibarra en busca de partidarios del golpe militar, dando casualmente con el padre Vigil, que se refugió en el mismo edificio junto a su familia. Al ser cacheado y encontrar su documentación, fue tiroteado. Malherido, fue trasladado al Hospital Central, donde falleció al día siguiente tras perdonar a sus asesinos.
La vida valía bien poco. Todos ellos, los veinte mártires que serán beatificados el próximo día 18, fueron asesinados sin el menor reparo, por la única razón de ser miembros activos de la Iglesia. Murieron por su fe, perdonando a sus asesinos y dando muestras de una coherencia radical de vida.
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