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DELITOS PRESCRITOS

acoso-escolar-00_thumb3Antes de la reforma de 2015, en el ámbito penal algunos tipos delictivos prescribían a los 30 años, de modo que ahora que mi promoción colegial supera la cuarentena, se me vienen a la memoria algunos incidentes de justicia, más a la vista de algunos acontecimientos recientes en un centro educativo de nuestro país. Mi generación ha sido una prole de la que me admiro, no tanto porque hayamos superado ciertas adversidades, sino porque en gran medida hemos sabido construir nuestra Historia con suficiente entereza a pesar de no haber tenido de nuestra parte para algunas eventualidades ni a la Ley, ni incluso a nuestros superiores. Hoy veo las fotos y la noticia de esta pequeña de 8 años que se debate en el dolor, sobre todo psicológico, luego de haber sido agredida por no sé cuántos compañeros de colegio, y se me parte el corazón con una herida inmensa e incomprensible, a la par que me retrotrae a ciertos recuerdos enjaulados en una parte de mi adolescencia, apartados quizás por la necesidad de vivir en paz y en perdón interior. En mi primera juventud, en mi generación, en mi clase, había un acosador, un personaje bastante doloroso, de mayor edad que el resto, que solía arrastrar numerosos suspensos, y al que todos los del grupo nos vimos obligados a soportar en clase de 3ª de BUP, y seguir sufriendo en el postrero COU.

Celebramos hace un par de días el 30 aniversario de mi promoción colegial. La verdad es que resultó una celebración cargada de belleza, primero por volver a ver a tantos amigos de colegio con quienes he compartido doce años de mi vida, años cruciales llenos de experiencias y esperanzas. Pero sobre todo, celebración llena de encanto porque a pesar de ciertos recuerdos, me alegra ver que todos o casi todos seguimos igual. Y eso es extensible a la bondad de las personas. Mi generación, insisto, es una prole de la que me admiro, porque a pesar de ciertas manzanas, ha sabido crecer como un grupo de gente llena de bondad, gratitud, serenidad y criterios bastante claros. Distinto es que algún personaje haya creado tanto dolor como éste que digo. El dolor que ha dejado a su paso ha sido inmenso: recuerdo al compañero A… (permítanme que omita sus nombres) vapuleado por las bravatas agresivas de este personaje; al compañero B… sufriendo sus insolencias malsonantes; a C… soportando sus insultos; a D… sobrellevando con serenidad sus agresiones… y tantos otros. Fueron muchas en los dos últimos años de convivencia colegial. Y todo ello con la indiferencia de algún profesor, incluso, que hizo de acicate a estas actitudes tan escasamente humanas, o la colaboración de algunos otros compañeros, alguno de escasa de personalidad entonces, otros simplemente porque se dejaron llevar, haciendo aplauso o sencillamente escudándose en el grupo para sustentar el ego violento de este pobre muchacho.

Con el tiempo, ya digo 30 años, he tenido oportunidad de conocer otras cosas de la vida del joven acosador: la primera es que muy probablemente ya entonces viviera en un ambiente lleno de violencia y agresividad, que no conociera un amor de verdad y sí un ambiente familiar lleno de dolor y tensiones. Leyendo estos días a Cristóbal Halffter, «Quien se rodea de belleza no fomenta ni practica la violencia», por deducción, una vida rodeada de dolor sólo puede engendrar más dolor. Conste que no lo justifico en absoluto, más bien me llena de cierta tristeza, porque en el fondo observo una pesarosa injusticia en el devenir de la vida: injusticia porque aún hoy este personaje sigue atrayendo sujetos a su alrededor que le ríen las bravatas, las violencias, sus carencias y sus indolentes actitudes respecto de cualquier otro más débil. También porque sigo observando cómo incluso desde cierto nivel por encima de él, sigue habiendo personas que no atajan este tipo de comportamientos, sus actitudes agresivas y sus perversas formas de actuar, que a la vez que dolorosas para con tantos, está cargada de exabruptos hirientes y desconsiderados.

Hoy, reitero, veo la dolorosa postración de una niña de 8 años en la cama de un hospital, luego de haber sido agredida salvajemente por un grupo numeroso de supuestos compañeros de colegio, sin que estos comportamientos hayan sido atajados por sus superiores, desde luego, pero sobre todo sin que ahora mismo los padres de cada uno de esos compañeros agresores estén siendo llamados a capítulos por la Justicia ante el bochornoso ejemplo educativo que han inculcado a sus hijos. Sospecho y mantengo que realmente detrás de cada supuesto de acoso escolar existe un fracaso inmenso de la sociedad, en nuestro conjunto, pero sobre todo de los padres, ni siquiera de las instituciones educativas. Durante los próximos días leerán ustedes las reclamaciones dirigidas al colegio por lógicas circunstancias referentes a la responsabilidad in vigilando que compete a la institución educativa, que sin duda alguna responsabilidad tendrá, pero se olvidarán probablemente de los entornos familiares en los que cada uno de esos pequeños acosadores (presuntos, debemos decir), están siendo educados, con la proporción correspondiente de otros problemas intrafamiliares que existen seguramente en estos casos y, muy seguramente, la dejadez de responsabilidad en la educación de sus propios hijos que no pocos padres omiten en cargo, sin embargo, a las instituciones educativas. En cada supuesto de acoso escolar, en cada acosador, existe una superioridad paternal y familiar que es quien evoca, tolera, permite, inculca e incluso ampara estos comportamientos.

Se olvidarán probablemente de la violencia que se respira en la sociedad, en la televisión, en los medios en general. Se olvidarán de los padres que regalan una Nintendo con tal de tener al niño entretenido, jugando a juegos de violencia gráfica sin parangón. Se olvidarán sin lugar a dudas, de la desfachatez de haber convertido a nuestros niños en pequeños reyes de la casa, en pequeños dictadores a los que se les da todo hecho, se les consiente todo, se les permite todo tipo de actividades indisciplinadas o se les alimenta la indisposición frente a la autoridad. Se omitirá tal vez cómo en nuestra educación se ha ido eliminando el esfuerzo, la disciplina, los valores, el amor al prójimo y el mismo respeto a una serie de valores mínimos… Mucho tendrá que ver también el hecho de que existan tantas familias desestructuradas por separaciones y divorcios, en las que ambos padres utilizan a sus hijos como arma arrojadiza, y los consienten hasta el extremo con tal de tener contentos a los hijos como posibles aliados frente al otro progenitor; y ello en una sociedad en la que las rupturas familiares están alcanzando el grado de epidemia nacional. Todo eso quedará fuera del plano de la actualidad, porque muy probablemente nuestra sociedad buscará un responsable, una cabeza de turco, para así poder pasar página y olvidar este desastroso y deprimente caso de acoso escolar. Detrás de cada acosador hay muchos otros elementos. Me resulta intolerable que en nuestra sociedad estemos educando a toda una generación en este tipo de actitudes, que mucho tienen que ver probablemente más con lo que se inhala en cada casa, que con lo que se exhala posteriormente en los patios de los colegios. La mayoría de los profesores poco pueden hacer frente a estas actitudes llenas de indolencias, que alimentan actitudes de pequeños delincuentes.

A ello hay que añadir una reflexión inevitable: el tiempo devuelve cada actitud de acoso, con mayores violencias y agresividades. No hay más que ver al acosador de mi colegio, que hoy sigue siendo un conocido alentador de agresividades de distinta índole en otros ámbitos en los que se mueve. Y todo ello lo digo más con tristeza que con dolor, por suerte ya más que superado: cierto que aquellas actitudes causaron en su momento mucho dolor, no sólo a mí, sino a todos los que tuvimos que sufrir el daño producido por esta persona. Con el paso del tiempo creo que he podido perdonar en gran medida, aunque hoy recuerde algunos instantes de entonces, muy probablemente por estos 30 años celebrados hace un par de días. Hoy miro al acosador con cierta tristeza, como un espécimen de laboratorio al que observar con detenimiento para saber qué no inculcar nunca a un niño, no exento de cierta incomprensión porque este pobre muchacho aún no haya aprendido, a pesar del tiempo, que tarde o temprano su agresividad le vendrá de vuelta de una u otra forma, con los avatares de vida.

Y luego, muestra sociedad, porque me temo que esa agresividad que hoy postra a una niña de 8 años en una cama de hospital, nos será devuelta a todos, de una forma u otra dentro de un tiempo breve, si no ponemos límites y nuevas actitudes ante estos tristísimos comportamientos.


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