Archidiócesis de Sevilla

    Hace días tuve oportunidad de compartir mesa y mantel con una buena amiga de profesión, abogada y catalana, en cuya sobremesa hicimos repaso de todo tipo de cuestiones de actualidad, en parte profesionales, en parte lógicamente de política. Aproveché para contrastar con ella tantas noticias que llegan en torno a Cataluña y el nacionalismo separatista. A la actual corriente separatista prefiero llamarla "catalanismo apátrida", porque en verdad tras este nacionalismo de opereta ni siquiera se esconde una nación, ni una patria ni una verdadera intención separatista. Nuestra charla evolucionó hacia las motivaciones de muchas personas del entorno separatista catalán que viven esta oportunidad de pronunciarse sobre su separación del Estado como casi un mantra reivindicativo de su individualidad. Apareció, como no podía ser de otra manera, el impreciso "derecho a decidir", mantra que hoy en día se utiliza vulgarmente para articular siempre una artimaña en vez de un razonamiento.

    Confiésoles que después de años investigando sobre el "derecho a decidir" aún no he entendido lo que se quiere decir con él. Lo mismo sirve para defender la disgregación de una porción territorial del resto del Estado, que para justificar la distribución de la solidaridad territorial, o para motivar posiciones a favor del aborto, o para negarse a pagar una derrama en una comunidad de vecinos de cualquier barrio, o incluso para justificar el suicidio… Es un derecho muy versátil éste, si bien se construye siempre por contradicción: es decir, se utiliza como una herramienta de enfrentamiento de cara a quienes niegan tal o cual reivindicación, tenga o no sentido.

    Pongamos un ejemplo con el aborto: las pro abortistas reivindican su "derecho a decidir sobre su propio cuerpo"; con sus brocardos supuestamente incontestables, se posicionan en pro de negarle a cualquiera la posibilidad defender otra alternativa de derecho, la vida del indefenso, éste sí derecho recogido y contemplado con mayor valor objetivo dentro del ordenamiento jurídico. Con esto quiero decir que se sobrepone el derecho a decidir sobre el derecho a la vida, por ejemplo, como si aquél fuera superior o incluso debiera entrar en colisión con éste otro, cuando en verdad, con puro sentido común, la pura superioridad ética del derecho a la vida lo obliga a ser contemplado en el ordenamiento, frente a la inexistencia del derecho a decidir en el mismo. En otros casos en los que se esgrime el derecho a decidir como arma de destrucción masiva, viene a revestirse de los mismos elementos: ya sea para justificar la eutanasia, ya para la segregación territorial, para el aborto o para otra clase de artilugios legalistas, el derecho a decidir esconde siempre un retruécano por el que se pretende justificar una posición individualista o egoísta de quien lo reivindica, por contraposición a quienes en verdad tienen un verdadero derecho de mayor valor o justificación ética.

    Intentado ir un poco más allá, el derecho a decidir presupone una capacidad de decisión omnímoda y absoluta de un individuo sobre todo lo demás, omitiendo la realidad del prójimo y sus derechos, y eso ya sea en el caso del aborto, donde se evidencia fácilmente, o en el caso del "catalanismo apátrida" que nos quiere inducir a pensar que el resto de catalanes y españoles no tenemos nada que decir sobre esta intención segregatoria. En suma, y sobre esto habría que profundizar más, el derecho a decidir presupone que se tienen criterios suficientes para evaluar una situación con todas sus consecuencias, y se dispone de raciocinio suficiente para optar por la solución más eficiente para el propio individuo: sucede, sin embargo, que a veces determinadas circunstancias nublan el entendimiento, lo confunden o sencillamente lo llevan a tomar decisiones imposibles… A veces puede ser el egoísmo, otra veces el miedo, otras simplemente el deseo de quedar por encima del prójimo, para sentirse en el derecho a decidir algo que es sencillamente inadmisible.