DOCE NUEVOS SACERDOTES, carta semanal (03-10-10)

DOCE NUEVOS SACERDOTES, carta semanal (03-10-10)

 

Queridos hermanos y hermanas:

El domingo 5 de septiembre tuvo lugar en nuestra Catedral una ceremonia verdaderamente excepcional. El Señor me concedió la dicha de ordenar sacerdotes a doce seminaristas de nuestro Seminario Mayor. Era la primera vez que ordenaba presbíteros en los inicios de mi servicio episcopal a nuestra Archidiócesis. Por ello, en esta carta pastoral semanal me siento obligado a repetir con San Pablo: «Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales» (Ef 1,3). La misericordia de Dios se ha mostrado desbordante con nosotros al elegir y consagrar como sacerdotes a estos hermanos nuestros. Dios nuestro Señor les ha bendecido regalándoles la vocación sacerdotal y configurándolos sacramentalmente con Cristo sacerdote, cabeza y pastor de la Iglesia, siervo y servidor. También ha bendecido abundantemente a nuestra Archidiócesis, que se enriquece con el don de su sacerdocio, por el que nos llegarán tantos y tan fundamentales bienes de Dios. A través de ellos, Cristo realizará en su Iglesia su obra de salvación cumpliendo aquella promesa consoladora, «os daré pastores según mi corazón» (1 Sam 2,35), que culmina en su toda plenitud en Jesucristo, el único pastor de nuestras almas.

Es justo, pues, que la Archidiócesis toda dé gracias a Dios, autor de todo bien. Y junto con la alabanza y la acción de gracias, nuestra oración al Señor para que sean santos, hombres de oración, enamorados de Jesucristo y de su ministerio, pastores fieles y entregados, nunca asalariados, a los que no les importan las ovejas. Pidamos al Señor que nunca busquen el propio interés, el medro personal, el afán de poder o el dominio sobre las ovejas que la Iglesia les acaba de confiar; que sean siempre servidores abnegados en la viña del Señor, sin pedir nada a cambio, sin profesionalizar el don que acaban de recibir, sin escatimar nada, sin reservarse nada, dedicados al servicio del Reino de Dios, sin interés alguno bastardo, sino por Dios mismo y por amor total a los hombres, sin cálculos, sin medida, sin barreras, sin poner o exigir condiciones.

A partir de ahora, el Señor debe ser de una forma especialmente intensa el lote de su heredad (Sal 15,5-6) y su única posible plenitud. Por ello, hemos de pedir al Señor para ellos que Él sea el único cayado en el que se apoyen en la nueva andadura que acaban de iniciar; que entreguen por entero a Jesucristo y a la Iglesia su tiempo, sus talentos, sus energías, su afectividad y su capacidad de amar. Que siempre se vean a sí mismos como don de Dios, sobre todo, para los más sencillos, los que están abandonados en las cunetas de la vida, los cansados y agobiados, los pecadores, los pobres, los necesitados, los niños y los jóvenes. Que se gasten y se desgasten en el servicio a la Iglesia y que encuentren en el ministerio el júbilo y la alegría redoblada que mantendrá en ellos la frescura y la ilusión a pesar de las dificultades y el cansancio, apoyados siempre en el Señor, centro y corazón, ahora más que nunca, de sus vidas. Que María, la madre de Cristo sacerdote, madre por un título especial de los sacerdotes, les acompañe siempre, les confirme en la fidelidad, bendiga sus tareas pastorales y llene de fecundidad su ministerio para gloria de Dios, santificación propia y bien de la Iglesia.

La ordenación de estos doce nuevos sacerdotes nos ha permitido cubrir los huecos que deja la jubilación de algunos venerables sacerdotes que han sobrepasado ampliamente la edad canónica. A pesar de todo, el número de nuestros sacerdotes sigue siendo corto para las necesidades de la Archidiócesis, que tiene algunos flancos deficientemente cubiertos. Por otra parte, el número de nuevos ingresos en nuestro Seminario, cuatro en concreto en el nuevo curso, no cubre ni de lejos los huecos que han dejado los nuevos sacerdotes. Por ello, me permitiréis que vuelva a insistir en la necesidad de que todos nos impliquemos con ilusión redoblada en la pastoral vocacional: los padres, los educadores, catequistas, profesores de Religión y, muy especialmente, los sacerdotes, sobre todo el delegado diocesano de esta Pastoral específica, los formadores del Seminario, y también los propios seminaristas. Estoy convencido de que las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada son el mejor termómetro de la vitalidad espiritual de una parroquia, de la misma forma que es también verdad que allí donde hay un sacerdote santo, celoso, ejemplar y fiel, que cultiva esta Pastoral, sigue habiendo vocaciones, pues Dios sigue llamando, aunque necesita de nuestra colaboración para excitar la generosidad de los jóvenes.

Encomiendo a la oración de todos la causa sacrosanta de las vocaciones y, muy especialmente a las contemplativas. Oremos con insistencia al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies (Lc 10,2). Con mi gratitud anticipada, para todos mi saludo fraterno y mi bendición.

? Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla


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