Domingo de la cuarta semana
Los niños y el coronavirus
Me llegan noticias conmovedoras de niños que viven con paciencia y alegría esta situación de confinamiento, que a veces genera aburrimiento y cansancio. Pero sigue siendo hermoso ver como nuestros pequeños buscan con creatividad nuevos modos de afrontar las circunstancias. Aunque sepan que tienen que ser responsables, lavarse las manos y no salir para evitar el “bichito” —como ellos dicen—, los niños duermen plácidamente porque confían en que sus padres cuidarán de ellos.
Jesús nos dijo que hay que hacerse como niños para entrar en el reino de los cielos (Mt 18,3). ¿Cómo podemos hacernos niños? Poniendo la confianza en nuestro Padre del cielo. Lo decía santa Teresa de Lisieux: “reconocer nuestra nada, esperarlo todo del buen Dios, como un niño pequeño lo espera todo de su padre… no inquietarse por nada” (Consejos y Recuerdos).
Es posible que el miedo llegue a atenazarnos. Levantemos entonces la mirada. Tenemos a un Padre que se preocupa de nosotros y tiene contados hasta el último de nuestros cabellos (Mt 10:30). No dejemos que la epidemia de la angustia infecte nuestro corazón. Dios es más grande y más fuerte que el coronavirus. Ni siquiera el dolor inmenso de la muerte cercana debería mitigar esta confianza. Dios, en Cristo, ha vencido a la muerte. Ese será el anuncio de la cercana pascua. Luchemos sin cuartel contra el coronavirus, pero también pongamos nuestra confianza en Dios. No olvidemos este plus de sentido y fortaleza que nos da la fe. Termino con el salmo 130. Sus palabras confortan: “Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros; no pretendo grandezas que superan mi capacidad. Sino que acallo y modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre; como un niño saciado así está mi alma dentro de mí. Espere Israel en el Señor ahora y por siempre. Amén”.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
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