Domingo de Ramos 2017
Para la procesión de las palmas
Bendito el que viene en el nombre del Señor
Cuando se acercaban a Jerusalén y llegaron a Betfagé, en el monte de los Olivos, envió a dos discípulos diciéndoles: «Id a la aldea de enfrente, encontraréis enseguida una borrica atada con su pollino, los desatáis y me los traéis. Si alguien os dice algo, contestadle que el Señor los necesita y los devolverá pronto». Esto ocurrió para que se cumpliese lo dicho por medio del profeta:
«Decid a la hija de Sión: “Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en una borrica, en un pollino, hijo de acémila”». Fueron los discípulos e hicieron lo que les había mandado Jesús: trajeron la borrica y el pollino, echaron encima sus mantos, y Jesús se montó. La multitud alfombró el camino con sus mantos; algunos cortaban ramas de árboles y alfombraban la calzada.
Y la gente que iba delante y detrás gritaba: «¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!».
Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad se sobresaltó preguntando: «¿Quién es este?». La multitud contestaba: «Es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea».
Mateo 21, 1‑11
Pasión de nuestro Señor Jesucristo
En aquel tiempo, Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó:
«¿Eres tú el rey de los judíos?».
Jesús respondió:
«Tú lo dices».
Y mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los ancianos no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó:
«No oyes cuántos cargos presentan contra ti?».
Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la fiesta, el gobernador solía liberar un preso, el que la gente quisiera. 16 Tenía entonces un preso famoso, llamado Barrabás. 17 Cuando la gente acudió, dijo Pilato:
«¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?».
Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir:
«No te metas con ese justo porque esta noche he sufrido mucho soñando con él».
Pero los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. El gobernador preguntó:
«¿A cuál de los dos queréis que os suelte?».
Ellos dijeron:
«A Barrabás».
Pilato les preguntó:
«¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?».
Contestaron todos:
«Sea crucificado».
Pilato insistió:
«Pues, ¿qué mal ha hecho?».
Pero ellos gritaban más fuerte:
«¡Sea crucificado!».
Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos ante la gente, diciendo:
«Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!».
Todo el pueblo contestó:
«¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!».
Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
Entonces los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la cohorte: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y trenzando una corona de espinas se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y doblando ante él la rodilla, se burlaban de él diciendo:
«¡Salve, rey de los judíos!».
Luego le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.
Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a llevar su cruz.
Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir lugar de «la Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Este es Jesús, el rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban, lo injuriaban, y meneando la cabeza, decían:
«Tú que destruyes el templo y lo reconstruyes en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz».
Igualmente, los sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos se burlaban también diciendo:
«A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¡Es el Rey de Israel!, que baje ahora de la cruz y le creeremos. Confió en Dios, que lo libre si es que lo ama, pues dijo: “Soy Hijo de Dios”».
De la misma manera los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban.
Desde la hora sexta hasta la hora nona vinieron tinieblas sobre toda la tierra. A la hora nona, Jesús gritó con voz potente:
Elí, Elí, lemá sabaqtaní (es decir: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»).
Al oírlo algunos de los que estaban allí dijeron:
«Está llamando a Elías».
Enseguida uno de ellos fue corriendo, cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber. Los demás decían:
«Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo».
Jesús, gritando de nuevo con voz potente, exhaló el espíritu. Entonces el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se resquebrajaron, las tumbas se abrieron y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron y, saliendo de las tumbas después que él resucitó, entraron en la ciudad santa y se aparecieron a muchos. El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados:
«Verdaderamente este era Hijo de Dios».
Mateo 27, 11-54.
Comentario de Antonio J. Guerra
Mt 21,1-11; Is 50,4-7; Sal 21; Flp 2,6-11; Mt 26,14-27,66
La liturgia de hoy nos lleva a acompañar a Jesús con palmas y ramos, aclamando a sí que la salvación nos llega a través de un rey que se presenta manso y humilde, el rey que nos va a salvar mediante la cruz. Todo remite al poder de Dios, en el que Jesús confía completamente. Los ramos agitados muestran la esperanza humana puesta en un “rey”, esperanza que deberá adaptarse al modo como este Rey va a ejercer su realeza.
Los textos nos hablan de esta realeza, de cómo es el amor de Cristo: un amor traicionado, ridiculizado y humillado. La humildad de Cristo se muestra con toda claridad en la mansedumbre con la que soportó las humillaciones, movido por su amor por nosotros. Es un amor que llega hasta el extremo.
La pasión según san Mateo presenta a Cristo solemne, consciente del terrible destino que le espera. El evangelista acompaña el relato con citas del Antiguo Testamento, para mostrar de este modo que los acontecimientos forman parte del designio divino trazado desde la eternidad.
El relato de la pasión nos va mostrar en la persona de Jesús, quién es Dios y cuál es el amor que nos tiene. La relación de Jesús con Dios se pone de manifiesto, sobre todo, por medio de su oración en Getsemaní y en la Cruz. En estos dos momentos cruciales se hace patente que él permanece siempre vinculado a su Padre, que recorre el camino trazado por él y que lo acepta a partir de esa vinculación: Dios le pertenece y él pertenece a Dios. La pasión muestra la grandeza del amor de Dios Padre hacia los hombres: pone en juego la vida de su Hijo predilecto por nosotros, que se entrega para nuestra salvación.