Domingo de Ramos 2023 | «Estamos aquí porque somos los discípulos del crucificado»
(Saludos)
“Los niños hebreos, llevando ramos de olivo, salieron al encuentro del Señor». Así hemos cantado la antífona que acompaña la solemne procesión con ramos de olivo y de palma en este domingo, llamado precisamente de Ramos y de la Pasión del Señor. Hemos actualizado lo que sucedió aquel día: en medio de la multitud llena de alegría en torno a Jesús, que a lomos de un pollino entraba en Jerusalén, había muchos niños. Algunos fariseos querían que Jesús los hiciera callar, pero él respondió que gritarían las piedras si aquellos pequeños callaban.
Hoy somos niños, jóvenes y adultos de Sevilla y de otros lugares, los que nos encontramos en esta celebración. Sed todos bienvenidos. El centro de nuestra celebración es la Cruz. Si nos encontramos participando en esta celebración es porque no nos avergonzamos de la cruz, porque no tememos la cruz de Cristo. Es más, queremos amarla y venerarla, porque es el signo de Jesucristo Redentor, muerto y resucitado por nuestra salvación. Quien cree en Jesús crucificado y resucitado lleva su propia cruz con la seguridad de que Dios es amor. Con la entrega total de sí mismo en la cruz, nuestro Salvador venció definitivamente el pecado y la muerte.
Cristo por nosotros se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el nombre que está sobre todo nombre. Estas palabras del apóstol san Pablo expresan nuestra fe, la fe de la Iglesia. Pero la fe de la Iglesia no es algo que pertenece al pasado. La lectura de la Pasión nos sitúa ante Cristo, vivo y presente en la Iglesia. El misterio pascual, que celebraremos durante los días de la Semana Santa, es siempre actual. Nosotros somos hoy los contemporáneos del Señor, y nuestro comportamiento se puede asemejar al de María, Juan y las mujeres, al de la gente de Jerusalén, o al de los discípulos. Hemos de revisar si de verdad estamos con él, o si tendemos a huir ante el sufrimiento, o si nos comportamos como simples espectadores de su muerte.
La narración de la Pasión pone de relieve la fidelidad de Cristo, en contraste con la infidelidad de los hombres. En la hora de la prueba, mientras todos, también los discípulos, abandonan a Jesús, él permanece fiel a la voluntad del Padre, dispuesto a derramar su sangre para cumplir la misión que le ha sido encomendada. Junto a él permanece María, dolorosa al pie de la cruz, en silencio. Hemos de aprender de Jesús y de su Madre, que es también nuestra madre. Una prueba de la verdadera fuerza del ser humano consiste en la fidelidad con la que es capaz de dar testimonio de la verdad, resistiendo tanto a los halagos como a las amenazas, a las incomprensiones y a los chantajes, e incluso a la persecución cruel. Este es el camino por el que nos llama el Señor.
La liturgia de hoy nos invita a subir hacia Jerusalén con Jesús, que es aclamado por los niños hebreos. Dentro de poco padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día. San Pablo nos ha recordado que Jesús «se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo» (Flp 2, 7) para obtenernos la gracia de la filiación divina. De aquí brota el verdadero manantial de la paz y de la alegría para cada uno de nosotros. Aquí está el secreto de la alegría pascual, que nace del dolor de la Pasión.
Queridos hermanos, espero y deseo que cada uno de nosotros participe de esta alegría. El Maestro a quien seguimos, Jesucristo, no es un poderoso de este mundo, ni un populista vendedor de ilusiones, ni un sutil manipulador. Ha entregado su vida en la cruz por nuestra salvación. Estamos aquí porque somos los discípulos del crucificado, que ha muerto por nosotros, y ha resucitado por nosotros. Sólo él puede llenar nuestra vida de sentido y plenitud, de paz y justicia, del amor que tanto anhela nuestro corazón.
Que a lo largo de estos días nos acompañe María Santísima, Madre de Dios y madre nuestra, mediadora de todas las gracias; que ella nos ayude a través de las celebraciones litúrgicas y de los cultos externos a penetrar en este misterio de amor y salvación.
+ José Ángel Saiz Meneses, Arzobispo de Sevilla