Domingo de Resurrección 2017
Él había de resucitar de entre los muertos
El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.
Juan 20, 1‑9
Comentario Bíblico de Pablo Díez
Hch 10,34a.37-43; Sal 117,1-2.16ab-17.22-23; Col 3,1-4; Jn 20,1-9
El testimonio de Pedro sobre el ministerio, la muerte y la resurrección de Jesús aparece expresado en clave trinitaria. El descenso del Espíritu sobre Jesús en su bautismo (Lc 3,22) es interpretado en Hch 10,38 como una unción por parte del Padre que le otorga la fuerza sanadora y vencedora del mal que desplegará en su ministerio. Una lectura cristiana del Sal 117 ayuda a comprender que el Padre quiso probar a Jesús con la tribulación hasta dejarlo morir, pero no lo entregó al poder omnímodo de la muerte, sino que lo resucitó. El descubrimiento y el anuncio de María Magdalena, justo antes del alba, indican que la noche espiritual en que están inmersos los apóstoles va a dejar paso a la experiencia de fe, que se apoya en el hallazgo del sepulcro vacío, signo de la presencia del Resucitado. El cristiano hace suya esta experiencia mediante la unión con Cristo resucitado operada en el bautismo. Este le hace morir al pecado y renacer a una vida nueva, que tendrá su manifestación gloriosa en la Parusía del Señor (Col 3,4).