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Domingo XI tiempo Ordinario (ciclo C)

Un fariseo invitó a Jesús a comer. Entró en casa del fariseo y se reclinó en el sofá para comer.
 
 
En aquel pueblo había una mujer conocida como una pecadora; al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, tomó un frasco de perfume, se colocó detrás de él, a sus pies, y se puso a llorar. Sus lágrimas empezaron a regar los pies de Jesús y ella trató de secarlos con su cabello. Luego le besaba los pies y derramaba sobre ellos el perfume.
 
 
Al ver esto el fariseo que lo había invitado, se dijo interiormente: «Si este hombre fuera profeta, sabría que la mujer que lo está tocando es una pecadora, conocería a la mujer y lo que vale.»
 
 
Pero Jesús, tomando la palabra, le dijo: «Simón, tengo algo que decirte.»
 
Simón contestó: «Habla, Maestro.» Y Jesús le dijo: «Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientas monedas y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagarle, les perdonó la deuda a ambos. ¿Cuál de los dos lo querrá más?»
 
 
Simón le contestó: «Pienso que aquel a quien le perdonó más.» Y Jesús le dijo: «Has juzgado bien.»
 
 
Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Cuando entré en tu casa, no me ofreciste agua para los pies, mientras que ella me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha secado con sus cabellos.
 
 
Tú no me has recibido con un beso, pero ella, desde que entró, no ha dejado de cubrirme los pies de besos.
 
 
Tú no me ungiste la cabeza con aceite; ella, en cambio, ha derramado perfume sobre mis pies.
 
 
Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le quedan perdonados, por el mucho amor que ha manifestado. En cambio aquel al que se le perdona poco, demuestra poco amor.»
 
 
Jesús dijo después a la mujer: «Tus pecados te quedan perdonados».
Y los que estaban con él a la mesa empezaron a pensar: «¿Así que ahora pretende perdonar pecados?»
 
 
Pero de nuevo Jesús se dirigió a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz.»
 
 
Jesús iba recorriendo ciudades y aldeas predicando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y también algunas mujeres a las que había curado de espíritus malos o de enfermedades: María, por sobrenombre Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de un administrador de Herodes, llamado Cuza; Susana, y varias otras que los atendían con sus propios recursos.
 

Comenatario de Miguel Ángel Garzón

 

Las lecturas de este domingo nos hablan del arrepentimiento y el perdón. La primera lectura presenta la denuncia de Dios al rey David por medio del profeta Natán. El rey ha hecho lo que desagrada a Dios, “despreciando su palabra” y todos los beneficios que recibió. Esta situación lo pone bajo la amenaza de muerte. Entonces, reconoce su pecado y recibe el perdón de Dios que lo libra de la muerte.

 

El Salmo canta la dicha del que siente la liberación de su culpa como fruto del arrepentimiento. El pecado es una carga que ahoga la existencia. Dios es quien “levanta”, “entierra” y “olvida” este pecado, llenando de gozo al perdonado.

 

El evangelio narra la escena acontecida en casa del fariseo Simón que invita a Jesús a comer. Allí entra una pecadora pública. El relato contrapone la actitud de la mujer y la del fariseo. La mujer, rompiendo todas las normas sociales y legales, muestra amor y arrepentimiento en la dulzura, calidez y ternura de sus gestos para con Jesús. Estos gestos (el tacto, las lágrimas, la cabellera suelta, los besos, el perfume…) y la actitud de Jesús, que se deja tocar por la pecadora, escandalizan al fariseo que juzga desde la ley y desde la dureza de corazón. Paradójicamente, Simón cree que Jesús carece de conocimiento, pues no sabe quién es ella, sin embargo, es Jesús quien conoce la verdad de cada corazón: el amor desbordado de la mujer y la falta de hospitalidad de Simón. Con la parábola sobre los deudores hace ver a Simón cómo el perdón y el amor se implican mutuamente, e, irónicamente, le hace pronunciar el justo juicio. La mujer recibe de labios de Jesús el perdón y la salvación por su gran amor, y ama porque se siente perdonada. De este modo, ha sido ella la que ha acogido a Jesús en “su casa”, en lo íntimo del corazón, para hacerle partícipe de su vida, su fe y su amor y recibir así la “paz” de una vida nueva.

 

El apóstol Pablo experimentó esta verdad, como refleja la segunda lectura, donde también responde a la pregunta de los convidados al banquete del fariseo (“¿Quién es este?”). Pablo se siente salvado gratuitamente por el amor del Padre manifestado en su Hijo Jesús, y no por la ley. Como Pablo, somos invitados a vivir de la fe en Jesucristo que se entregó por nosotros.


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