Domingo XII del Tiempo Ordinario (Ciclo A)
No tengáis miedo a los que matan el cuerpo
En aquel tiempo dijo Jesús a sus apóstoles:
No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay encubierto, que no llegue a descubrirse; ni nada hay escondido, que no llegue a saberse. Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a la luz, y lo que os digo al oído, pregonadlo desde la azotea. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No; temed al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna. ¿No se venden un par de gorriones por un céntimo? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo: valéis más vosotros que muchos gorriones. A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en los cielos.
Mateo 10, 26‑33
Comentario bíblico de Álvaro Pereira
Las lecturas de hoy nos enfrentan ante una dura realidad: la fidelidad a Dios conlleva indefectiblemente el conflicto. Así Jeremías nos relata cómo sus propios amigos buscaban su traspiés, y Jesús animaba a sus discípulos a que no temieran a los que matan el cuerpo, pero nada pueden contra el alma. En la revelación bíblica, el conflicto no solo se libra contra los de fuera, sino también con los hermanos en la fe (cf. 1 Cor 11,17-22) y en el mismo interior de cada uno (cf. Rm 7,7-25).
¿Por qué esta necesidad del conflicto? ¿Acaso Dios no lo pudo hacer de otro modo? El carácter ineludible del conflicto no se debe al querer divino, sino a la libertad humana. Según la segunda lectura, el pecado y la muerte —y con ellos el conflicto— han entrado en el mundo por la desobediencia de Adán, de la que todos participamos. Pero Dios no nos ha abandonado al poder del mal, sino que ha desbordado su gracia en Jesucristo. Tengamos esperanza. De ahí que las lecturas nos den algunas recomendaciones para afrontar el conflicto: ante todo, ahuyentar el miedo y confiar en Dios, sabiendo que él es «mi fuerte defensor» (Jer 20,11) y valemos mucho para él (Mt 10,31); además, evitar tomarnos la venganza por nuestra cuenta, solo Dios es justo (Jer 20,12); y, por último, orar sin desmayo, como el salmista, para encontrar en él nuestro refugio.
Me permito dos sugerencias finales, aparentemente contradictorias: deberíamos evitar, por un lado, el complejo de víctima, en ocasiones la supuesta persecución que sufrimos es más mental que real. Y, por otro, deberíamos rechazar el sentimiento de culpa por reconocernos débiles, para nada héroes. De hecho, la lamentación ante Dios es una oración legítima: así oraron Jeremías, Job, los salmistas… y el mismo Cristo en la cruz. Ciertamente nos sabemos vulnerables, pero nuestra confianza está puesta en Dios.
Preguntas:
- ¿He experimentado el conflicto con mis familiares o amigos por causa de mi fe? ¿Tiendo a relajar mi vida cristiana para evitar las críticas, o más bien busco la confrontación? Ninguna alternativa es adecuada…
- ¿Paso por la oración mis conflictos? ¿Me acaloro fácilmente contra los demás o soy capaz de contenerme para contárselo antes a Dios?
- Contempla las imágenes evangélicas de los cabellos y los gorriones. ¡Vales para Dios mucho más que ellos!