DOMUND 2012

DOMUND 2012

 

La Jornada Mundial de la Propagación de la Fe tiene en esta ocasión un significado especial. La celebración del 50 aniversario del comienzo del Concilio Vaticano II, la apertura del Año de la Fe y el Sínodo de los Obispos sobre la Nueva Evangelización contribuyen a reafirmar la voluntad de la Iglesia de comprometerse con más valor y celo en la misión ad gentes, para que el Evangelio llegue hasta los confines de la tierra.

El Concilio Ecuménico Vaticano II visibilizó la catolicidad de la Iglesia con la presencia de gran número de obispos misioneros, pastores de iglesias jóvenes, que contribuyeron significativamente a reafirmar la necesidad y la urgencia de la misión y la naturaleza esencialmente misionera de la Iglesia. Esta conciencia no ha disminuido en los últimos decenios. “Los hombres que esperan a Cristo son todavía un número inmenso”, nos dejó escrito el beato Juan Pablo II, para afirmar a continuación: “No podemos permanecer tranquilos, pensando en los millones de hermanos y hermanas, redimidos también por la Sangre de Cristo, que viven sin conocer el amor de Dios” (Redemptoris missio 86). Por ello, el Señor, “hoy como ayer, nos envía por los caminos del mundo para proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra” (Porta fidei, 7). Necesitamos, pues, retomar el fervor apostólico de las primeras comunidades cristianas que, pequeñas e indefensas, fueron capaces de difundir el Evangelio en el mundo entonces conocido mediante su anuncio y testimonio.

No es extraño que el Concilio Vaticano II y el Magisterio de la Iglesia insistan tanto en el mandato misionero que debe ser un compromiso de todo el Pueblo de Dios, obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas y laicos, si bien incumbe en primer lugar a los obispos, primeros responsables de la evangelización del mundo por ser miembros del colegio episcopal. Ellos, efectivamente, “han sido consagrados no sólo para una diócesis, sino para la salvación de todo el mundo” (Redemptoris missio 63). Para un obispo, pues, el mandato de predicar el Evangelio no se agota los límites de su diócesis. Consecuentemente, ha de excitar el celo misionero del Pueblo de Dios, de modo que toda la diócesis se haga misionera y todas sus instituciones, actividades y programas lleven el marchamo misionero, incluyendo a todas las realidades y movimientos eclesiales, que deben sentirse fuertemente interpeladas por el mandato del Señor de predicar el Evangelio, de modo que Cristo sea anunciado en todas partes.

Como Pablo, que clama “Ay de mi si no evangelizare” (1 Co 9,16), debemos dirigirnos hacia los que están lejos, a aquellos que no conocen todavía a Cristo y no han experimentado aún la paternidad de Dios, bien entendido que la cooperación misionera debe incluir no sólo la ayuda económica y la promoción humana, sino también y, sobre todo, la evangelización. La humanidad entera tiene hambre y sed de Dios y debe ser invitada y conducida al pan de vida y al agua viva. Es necesario renovar el entusiasmo de comunicar la fe. La preocupación de evangelizar nunca debe quedar al margen de la actividad eclesial y de la vida personal del cristiano, consciente de ser destinatario y, al mismo tiempo, misionero del Evangelio.

El punto central del anuncio sigue siendo el mismo: Jesucristo muerto y resucitado para la salvación del mundo, el amor de Dios, absoluto y total por cada hombre y por cada mujer, que culmina en el envío del Hijo unigénito, el Señor Jesús, quien no rehusó compartir la pobreza de nuestra naturaleza humana, amándola y rescatándola del pecado y de la muerte mediante el ofrecimiento de sí mismo en la cruz.

La fe es un don que se nos ha dado para ser compartido; es un talento recibido para que dé fruto; es una luz que no debe quedar escondida, sino iluminar toda la casa. Todos debemos ser misioneros en el ambiente en el que la Providencia nos ha situado, procurando anunciar y testimoniar el Evangelio y rezando y ofreciendo nuestras obras por las misiones, por la sacrosanta intención del anuncio del Evangelio en todo el mundo.

En las vísperas del DOMUND recuerdo con afecto a los dos centenares de misioneros y misioneras diocesanos, que anuncian a Jesucristo en países de misión y que son la joya de la corona de nuestra Archidiócesis. Dios quiera que surjan muchos misioneros entre los sacerdotes seculares y seminaristas y también entre los laicos y consagrados. Agradezco a la Delegación Diocesana de Misiones su renovado entusiasmo y su compromiso a favor de las misiones y de la pastoral misionera. Pido a los sacerdotes y demás responsables de la pastoral diocesana, en concreto a los directores de la escuela católica, que hagan con todo esmero la campaña del DOMUND, sin descuidar la dimensión económica, que aunque no es la más decisiva, sí que es importante. Que Dios os lo pague.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición. 

 

+ Juan José Asenjo Pelegrina, Arzobispo de Sevilla

 


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