DONAR SANGRE ES REGALAR VIDA

DONAR SANGRE ES REGALAR VIDA


Donar sangre es regalar vida. La sangre es tan esencial que sin ella la vida humana es imposible. Es absolutamente necesaria para determinados tratamientos médicos y en muchos casos es imprescindible en las operaciones quirúrgicas. Por desgracia, no se puede producir artificialmente como se producen las medicinas. Por ello, y teniendo en cuenta que cada tres segundos una persona necesita una transfusión sanguínea, es preciso que todos nos sensibilicemos sobre la necesidad y la urgencia de compartir con nuestros semejantes nuestra sangre, un bien absolutamente precioso.

Para quienes, por la misericordia de Dios, hemos recibido el don de la fe, la donación de sangre supone un reconocimiento bien explícito de la sabiduría y de la providencia de Dios, que ha diseñado nuestra naturaleza con tal perfección que permite que nuestra sangre pueda seguir dando vida y esperanza a aquellos hermanos nuestros que la necesitan. La donación de sangre es una manifestación de humanidad.

Para la Iglesia es un acto supremo de caridad y de amor auténtico, y un servicio magnífico al Evangelio de la vida. Todos, creyentes o no, como miembros de la gran familia humana, deberíamos decidirnos a donar periódicamente nuestra sangre, si nuestra salud y otras circunstancias nos lo permiten. En este campo los cristianos tenemos una especial obligación, que brota de nuestra común condición de hijos de Dios, auténtico manantial de nuestra fraternidad.

Para nosotros el ejemplo supremo de donación es Jesucristo. Él viene al mundo para que tengamos vida y vida abundante (Jn 10,10). Él mismo es donación. Ha venido "a dar su vida en rescate por todos" (Mt 20,28); y cada día en la Eucaristía nos da su carne y su sangre ?para la vida del mundo" (Jn 6,51). La entrega de su vida, hasta la última gota de su sangre por nosotros, no nos puede dejar indiferentes. Él mismo nos ha dicho que "nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15,13). Su oblación por nosotros es el paradigma de nuestra entrega. Así lo entiende el Apóstol San Juan en su primera carta cuando nos dice: "En esto hemos conocido el amor de Dios, en que Él dio su vida por nosotros. Por ello, también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos" (1 Jn 3,16).

El pasado 12 de junio, el Papa Benedicto XVI, al final del rezo del Regina coeli, aludió a la celebración de la Jornada Mundial de los Donantes de Sangre, que tenía lugar dos días después, y que nos recuerda a los "millones de personas que contribuyen, de modo silencioso, a ayudar a hermanos en dificultad?, añadiendo a continuación: ?Dirijo a todos los donantes un saludo cordial e invito a los jóvenes a seguir su ejemplo".

El Beato Juan Pablo II, por su parte, el 13 de junio de 2004, afirmó en el mismo contexto que ?dar la propia sangre voluntaria y gratuitamente es un gesto de elevado valor moral y cívico?. Al mismo tiempo manifestó su deseo de que ?los donantes, a quienes todos les deben su reconocimiento, se multipliquen en todas las partes del mundo?. Unos años antes, en la encíclica Evangelium vitae nos decía que entre los "grandes gestos de solidaridad que alimentan una auténtica cultura de la vida… merece especial reconocimiento la donación de órganos? para ofrecer una posibilidad de curación e incluso de vida, a enfermos tal vez sin esperanzas" (n.86).

Por todo ello, apelo a la generosidad de los cristianos de Sevilla. La donación de sangre es una forma excelente de vivir la caridad, la solidaridad y el amor fraterno. Nos lo exige nuestra participación en la Eucaristía, el sacramento del cuerpo entregado y de la sangre derramada para la vida del mundo, fuente y epifanía de comunión con Dios y con los hermanos, como escribiera el Papa Juan Pablo II. Él nos dejó escrito en la Carta apostólica "Mane nobiscum, Domine", que el servicio a los pobres -y nadie es más pobre que aquel a quien se le escapa la vida a borbotones- "es el criterio básico con arreglo al cual se comprobará la autenticidad de nuestras celebraciones eucarísticas" (n. 28). Que en ellas encontremos todos la fuerza y el empuje que necesitamos para hacer de nuestra vida una donación de amor.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla


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