Dos seminaristas en la Casa Sacerdotal: “Esta experiencia ha sido un auténtico lujo”

Dos seminaristas en la Casa Sacerdotal: “Esta experiencia ha sido un auténtico lujo”

Javier Juárez y Antonio Miguel Roldán, seminaristas de tercer curso, han colaborado durante el pasado verano en la Casa Sacerdotal, asumiendo distintas tareas de servicio.

Por un lado, Javier ha dedicado un mes a ayudar en la atención y el cuidado personal de los sacerdotes y demás residentes. “En general -explica-, ayudarles a hacer todo lo que ellos solos ya no pueden”. Por su parte, Antonio Miguel se ha cargado de la portería de la casa: “Más allá de abrir y cerrar la puerta o controlar el acceso de personas ajenas a la casa, he tenido la responsabilidad de atender a los transeúntes, dentro de la faceta que también tiene la casa de servir de lugar de acogida a sacerdotes de otras diócesis que visitan Sevilla”.

Ambos coinciden en que esta experiencia ha sido “un auténtico lujo” porque han podido conocer de cerca a sacerdotes “que han dedicado su vida al servicio de Cristo y su Iglesia. Son un auténtico testimonio de la felicidad que da gastar y desgastar la vida en el seguimiento de Cristo”, apunta Antonio Miguel. A lo que Javier añade que ha supuesto “un reto y una experiencia transformadora. Más allá de algunas de esas habilidades técnicas que he adquirido, esta experiencia me ha permitido crecer mucho a nivel personal y vocacional, y me ha hecho valorar aún más la importancia del cuidado y el acompañamiento en los momentos más vulnerables de la vida”.

“Esta experiencia me ha reafirmado en mi vocación de servicio y entrega a los demás”

Así de convencido se mostraba Javier ante su colaboración en la Casa Sacerdotal. Asegura que, tras dos años de formación en el Seminario, este verano “he tenido la suerte de conversar con sacerdotes con más de cincuenta años de ministerio al servicio de Dios y de la Iglesia. Los recuerdos que me transmitían de cuando eran seminaristas, sus primeros años de presbíteros, las alegrías, complicaciones y luchas que han tenido a lo largo de toda su vida como sacerdotes, así como los muchísimos consejos que he recibido, me han supuesto una ayuda da incalculable valor”. Antonio Miguel también destaca que gracias a esta oportunidad ha crecido “en amor a la Iglesia, en el trato con sacerdotes de otros lugares, y en amor a mi Iglesia particular al ver vidas entregadas con fidelidad al servicio de los demás”.

Ambos seminaristas dedican un recuerdo especial a don Graciano, sacerdote diocesano recientemente fallecido. “Doy gracias a Dios por haberlo puesto de nuevo en mi camino. Fue capellán del colegio en el que estudié y poder compartir con él alguno de los últimos momentos de su vida es algo que no olvidaré. Otro testimonio de confianza plena en el Señor tras una vida entregada”, señala Antonio Miguel. En esta línea, Javier comenta que “nunca había acompañado a nadie que tuviese la conciencia tan clara de que su partida estaba tan próxima. Todos los días procuraba en algún descanso sentarme con él a conversar. Recuerdo cómo se emocionaba al contarme cómo le llamó el Señor al sacerdocio, los distintos pueblos donde había estado y tantas anécdotas como me contaba en esos ratillos”. Asegura que lo que más aprendió de él fue “la fe, la esperanza y la fortaleza con la que afrontó sus últimos días, siempre con una sonrisa agradable y nunca le escuché una queja”. Finalmente, recuerda cómo los últimos días de agosto “había empeorado muchísimo. Estuve con él un buen rato y, aunque ya llevaba sedado unos cuatro días, aproveché para rezar junto a él y agradecerle todos sus consejos y buenos ratos que habíamos compartido. Esa misma tarde falleció. Doy gracias a Dios por haberme puesto a Don Graciano en mi vida”.

La Casa Sacerdotal, una gran familia

Además del regalo personal y vocacional que ha supuesto esta experiencia en la Casa Sacerdotal Santa Clara de Sevilla, los dos seminaristas diocesanas subrayan “el afecto y cariño con el que todo el personal de la casa trata a todos los residentes y la cercanía que tienen con todos, así como la profesionalidad con la que realizan su trabajo. Podría decir, en este sentido, que la casa sacerdotal más que una residencia es una gran familia”. Asimismo, Antonio Miguel advierte que “tenemos mucha suerte de disponer de un lugar en el que los sacerdotes que han sido nuestros párrocos, nuestros curas, puedan ser atendidos en sus necesidades con el cariño y el esmero con el que el personal de la casa lo hace. Así como de ofrecer a los sacerdotes que visitan nuestra ciudad un espacio de acogida” e insiste en que todas las personas que trabajan en la Casa Sacerdotal “hacen una labor encomiable para que sus residentes tengan la mejor calidad de vida posible”.


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