Fernando Gcía. Gutiérrez: “El arte es pura evangelización. Es un modo de elevarse a Dios”
Jesuita, autor de más de una veintena de libros, académico y experto en arte japonés, Fernando García Gutiérrez es todo un erudito que dirige la Delegación diocesana de Patrimonio Cultural, “aunque –confiesa- detrás de mí hay un gran equipo de asesores y expertos que me ayudan y aconsejan”. Además, participa con un blog, Patrimonio Religioso, en esta web y en el semanario diocesano Iglesia en Sevilla. A sus bien llevados 87 años, este jerezano no cesa en su pasión por escribir y compartir sus conocimientos.
¿Por qué es jesuita?
Estuve interno durante siete años en un colegio de la Compañía de Jesús en Málaga, durante el bachillerato. Al final de ese periodo, a los 18 años, sentí la vocación y entré directamente en la Compañía. Primero hice dos años de noviciado y después estudié cuatro de Humanidades, lo que me enseñó a hablar y escribir. Cuando estaba en Filosofía en Madrid sentí que Dios quería que me ofreciera para misiones y había una en Japón. Allí me recibió el Padre Arrupe.
¿De qué manera le ha influido la figura del Padre Arrupe?
Para mí es una de la persona que más ha influido en mi vida como jesuita. Él era un hombre de Dios, extraordinario, con muchísimas cualidades humanas. Por ejemplo, una cosa que me llamaba la atención es que cuando estabas con él, daba la impresión de que eras la única persona que existía en el mundo, se interesaba muchísimo de todo con el que hablaba. Era una persona de un corazón universal, el mundo entero contaba para él. Su principal cualidad era que se daba por completo a la gente.
¿Qué aprendió de él?
Aprendí mucho, sobre todo la manera de darse a los demás y de vivir como un hombre de Dios. También su interés por la inculturación, es decir, por integrarse y hacerse una persona del país en el que se está trabajando. Esto me ayudó mucho cuando vivía en Japón. Entendí, gracias a él, que uno mismo debe hacerse como aquellos que pretende evangelizar, sólo así puede ayudarlos.
Sin duda, fue un hombre providencial en mi vida y le agradezco a Dios haber tenido la oportunidad de haberlo conocido y haberlo tratado tanto.
En 1955, partió desde Marsella en un barco llamado Laos rumbo a Japón que tardó 33 días en pisar tierra ¿Cómo fueron los primeros años allí?
Primero estudié dos años de lengua y cultura japonesa. Recuerdo que las clases se impartían en inglés, porque cuando llegué no sabía nada de japonés. También recuerdo que cuando acabé estos cursos éramos casi 130 en la Compañía allí en Japón y que pertenecíamos a 26 naciones diferentes. Siete años después me ordené sacerdote en Tokyo, un 19 de marzo.
Allí fue, durante casi quince años, profesor de Historia del Arte Oriental en la Universidad de Sophia ¿Qué otras labores desempeñaba?
Esas fueron unas prácticas muy bonitas que realicé. Después estudié Teología y unos estudios de arte oriental en la Facultad de Culturas Comparadas en la misma Universidad. Esto fue gracias al Padre Arrupe.
¿Han cambiado mucho las cosas desde que usted llegó a Japón?
Muchísimo, porque cuando llegué hacía tan sólo diez años de la guerra. Ahora ya hace setenta años y han avanzado mucho, ya que los japoneses son de un espíritu emprendedor y de trabajo incansable.
¿Cómo se vive la fe cristiana tan lejos, en un país donde no existe esa tradición?
Allí hay muy pocos cristianos. De 125 millones de japoneses, habrá alrededor de medio millón de católicos bautizados. A este número hay que añadirle otro medio millón de católicos cuyos padres habían emigrado fuera de Japón y que ahora están volviendo. Probablemente, Japón sea uno de los países del mundo donde la proporción de nuestra religión es más pequeña. Sin embargo, podemos decir que hasta treinta millones se pueden considerar de espíritu cristiano en cuanto a la moral, la jerarquía de valores y el comportamiento. Esto lo han aprendido, sobre todo, a través de la educación. San Francisco Javier, al llegar a Japón en 1549, entendió que no podía seguir evangelizando como lo había hecho en otros pueblos, porque el nivel educativo de los japoneses era ya entonces muy elevado. Por tanto, este santo empieza una nueva forma de misionar que consiste en la evangelización por la cultura, no tratando de imponerles nada. Eso continúa siendo así. De hecho, actualmente tenemos dos universidades.
¿Por qué regresó a Sevilla?
El Padre Arrupe me dijo que volviera temporalmente, pero desde entonces sigo aquí. Aún así, tengo mucha relación con Japón, vuelvo cada dos o tres años y, además, llevo una oficina en Madrid de conexión con los misioneros en Japón porque soy el director de Misión de Japón en España.
Le fue concedida en 1993 la cruz de la Orden del Tesoro Sagrado por el propio emperador japonés ¿Qué supuso para usted?
Esta es una condecoración que otorgan a aquellas personas que fomentan la extensión del conocimiento y la cultura de Japón por distintos sitios. Y si, me la dio el embajador de Japón en Madrid. Después de esta concesión me sentí aún más vinculado a Japón y muy agradecido porque me hizo sentir reconocido.
Es usted delegado diocesano del Patrimonio Cultural de Sevilla desde hace 16 años ¿Por qué cree que lo eligieron para este cargo?
El Cardenal Amigo fue el que me nombró gracias al antiguo secretario general del Arzobispado, Paco Navarro, que me conocía mucho, y monseñor Asenjo me ha mantenido durante todos estos años. Recuerdo una anécdota muy curiosa que vivimos cuando él era el presidente de Patrimonio en la Conferencia Episcopal. Como todos los años, participamos en unas jornadas nacionales en las que coincidimos. Un jesuita debía dar una conferencia pero no pudo y yo, que llevaba por casualidad un CD de diapositivas de arte japonés, me ofrecí a sustituirlo. Desde entonces, don Juan José siempre cuenta cómo le saque del apuro aquel día.
¿De dónde le viene esta pasión por el arte?
De mis estudios en Filosofía y Letras. Yo estudié la parte de estética porque entonces no existía la carrera de Bellas Artes.
No hará falta convencerle de lo que supone el arte en la evangelización…
Claro, es pura evangelización. Esto se llevaba mucho en la Edad Media, era la Biblia de los pobres. Papas como Pablo VI, Benedicto XVI y el propio Papa Francisco han hablado a los artistas y les han dicho que el arte es el modo de conocer el más allá, de llegar a la belleza suprema, de elevarse a un nivel superior, en definitiva, a Dios. Y en Sevilla esto está muy arraigado gracias a las hermandades, que son grandes medios de penetrar en la devoción por el arte. Para mí se trata de ir a Dios a través de de las imágenes, sobre todo, ya digo, en Sevilla que cuenta con una imaginería tan buena de los siglos XVI y XVII.
Es autor de más de una veintena de libros donde nos deja sus conocimientos sobre arte.
Pues como no puede ser de otra manera, dos son mis especialidades: el arte japonés y el arte de la Compañía de Jesús, que lo he estudiado sobre todo en Sevilla desde que me nombraron delegado diocesano de Patrimonio Cultural.
Por último, ¿cuál de sus libros recomienda a los lectores que pretendan iniciarse en el arte japonés?
El primero sería mi participación en el Summa Artis, que publiqué en 1967 en Japón. Se trata de una colección sobre el arte de todas las partes del mundo. En 1999 volví y vi que iban por la novena edición. También tengo una trilogía que es más completa, titulada Japón y Occidente.