El próximo lunes se celebra la festividad de las Santas Justa y Rufina, Patronas de la ciudad de Sevilla
La Parroquia de las Santas Justa y Rufina ha organizado una serie de cultos en honor a las patronas de la ciudad de Sevilla que culminarán el 17 de julio, festividad litúrgica de las santas. Después de la novena, que se está celebrando desde el pasado 8 de julio, el próximo lunes, a las ocho y media de la tarde, habrá una misa conmemorativa en el templo que lleva sus nombres, presidida por el párroco Manuel Soria.
Con una historia martirial que se entrelaza con la leyenda, la presencia devocional de estas santas ha sido una constante en la religiosidad popular de los sevillanos que en momentos de dificultades recurrieron al patrocinio de las santas alfareras. Este maridaje entre las santas y la ciudad tiene una elocuente justificación plástica en la más famosa iconografía de las santas hermanas abrazando la Giralda. Su testimonio
Martirio
Los primeros textos que se conservan del martirio están fechados entre los siglos VI y VII, cuya principal fuente documental continúa siendo el Pasionario Hispánico, libro litúrgico formado por el relato de los martirios o pasiones de los santos. Este histórico texto habla de Justa y Rufina como dos doncellas cristianas que vivían a las afueras de la ciudad de Sevilla en el siglo III, lo que permitió a algunos autores incardinarlas en Triana, donde ejercerían la labor de alfareras. Este oficio les permitía, además, socorrer a los necesitados que recurrían a menudo a la generosidad de las hermanas.
Las diferentes versiones hagiográficas del sufrimiento martirial son bastante precisas en lo referente al suceso que produjo el encarcelamiento de las hermanas, acaecido en una procesión celebrada por los romanos en las fiestas adonías del mes de julio y en la cual se portaba en unas parihuelas una imagen de la diosa Salambó. Las fiestas eran celebradas en honor de Afroditas y Adonis, pasando el cortejo cerca de la tienda de las santas. Uno de los participantes pedía un óbolo a los espectadores, pero ellas valientemente se negaron argumentando que no creían en ídolos. Esta contestación hizo que el interpelado arremetiera contra las vasijas de las hermanas que se rompieron; ellas, por su parte, empujaron las parihuelas que al caer al suelo destrozaron del ídolo. Este hecho hizo que fueran apresadas y encarceladas, donde sufrieron crueles tormentos con el fin de conseguir su apostasía. Un tormento clásico era llevar a los condenados a pie y descalzos por unos montes, padeciendo torturas y vejaciones. La primera en morir fue Justa, siendo su cuerpo enterrado en un pozo de donde lo mandó sacar el obispo Sabino para sepultarlo cristianamente. A las pocas jornadas, Rufina fue decapitada y su cuerpo quemado de forma pública en el anfiteatro, de donde unos valerosos cristianos lo recogieron para brindarle culto y sepultura.
En los documentos antiguos conservados o referenciados se cita como las fechas del martirio las del 17 de julio al 19 de julio.
Devoción y patronato
La veneración a las mártires tiene su corazón en la antigua ermita erigida por el obispo Sabino, junto a la Puerta de Córdoba, donde se dio sepultura a las reliquias de las santas. Actualmente es el convento de los Capuchinos, cuyo cenobio sigue manteniendo la titularidad de las santas mártires.
La celebración de la fiesta litúrgica de las santas se festejaba en la catedral el día 17 de julio con rito doble de primera clase y estación a su capilla, coincidente con la de Santiago. La preponderancia de la festividad se denota ya en el sínodo convocado en 1586 por el cardenal Rodrigo de Castro, donde figura como fiesta de primera clase para la ciudad de Sevilla y sus arrabales.
Esta breve aproximación a los primeros tiempos de la devoción es signo elocuente de la devoción a las Patronas de la Ciudad de Sevilla refrendado el título en el Misal propio de la Archidiócesis, siendo los Patronatos de concesión pontificia sobre la ciudad los de san Isidoro, y el Principal sobre Sevilla y Archidiócesis de Nuestra Señora de los Reyes por gracia de Pío XII el 15 de agosto ante la súplica del pueblo sevillano en la figura del cardenal Pedro Segura y Sáenz.
Por José Gámez Martín