EL SEÑOR HA RESUCITADO, ALELUYA. Carta del 08-04-12
Queridos hermanos y hermanas:
El gran escritor y sacerdote español José Luis Martín Descalzo, en su magna biografía de Jesús, nos dice que la resurrección es el foco que ilumina y da sentido a toda la vida del Señor. Sin ella, todo se reduce a la nada. Sin la resurrección, ni la encarnación sería la encarnación del Hijo de Dios, ni su muerte nos hubiera redimido, ni sus prodigios serían milagros. Sin la resurrección, Jesús «quedaría reducido a un genio del espíritu o quizá simplemente a un gran aventurero, por no decir a un loco iluminado».
¿Y nosotros? ¿Qué sería de nosotros los cristianos? ¿Para qué serviría nuestra Iglesia? ¿Para qué serviría la oración, nuestros cultos tradiciones? ¿Para qué serviría el esfuerzo moral, el sacrificio y el remar contra corriente si Jesús hubiera sido devorado definitivamente por la muerte? No exagera San Pablo cuando afirma que «si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe… somos los más desgraciados de los hombres» (1 Cor 15,14-20), porque creeríamos en vano, esperaríamos en vano, nos alimentaríamos de sueños, daríamos culto al vacío, nuestra alegría sería grotesca y nuestra esperanza la más amarga estafa cometida jamás.
En la noche de Pascua, como las mujeres que llegan al sepulcro para embalsamar el cadáver de Jesús, también nosotros hemos escuchado las palabras del ángel y su anuncio gozoso y exultante: «No temáis. Ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ha resucitado» (Mt 28,5-6). Esta es la gran noticia que anoche en la Vigilia Pascual la Iglesia ha anunciado al mundo en una explosión de alegría incontenible: «Jesús ha resucitado, ¡Aleluya! No busquéis entre los muertos al que vive». Esta es la gran noticia, la magnífica noticia que la Iglesia no ha dejado de anunciar a lo largo de veinte siglos.
Gracias a las mujeres, que ven vacío el sepulcro del Señor, y a los numerosos testigos que a lo largo de la Pascua contemplan al Señor resucitado, nosotros sabemos que la resurrección de Jesús no es un hecho legendario, ni siquiera un hecho simbólico, sino real. No es la mera pervivencia del recuerdo y del mensaje del Maestro en la mente y en el corazón de sus discípulos. Por la misma razón, el cristianismo no es sólo una doctrina, una fórmula de felicidad o un código de normas de conducta, sino un camino y una verdad que es vida, porque su centro es una persona viva, que ha resucitado y que está sentado a la derecha del Padre, siempre vivo para interceder por nosotros, que vive y nos da la vida.
En algunas iglesias de Castilla se guardan espléndidas casullas bordadas en el Renacimiento para las fiestas pascuales. En su parte anterior tienen tres hermosos medallones bordados en oro: el superior representa el enterramiento de Cristo; el central, su resurrección; y en el inferior aparece Cristo resucitado inclinado sobre un anciano postrado en actitud de levantarlo. No es difícil interpretar este motivo, poco frecuente en la pintura occidental, pero muchas veces repetido en los iconos orientales: el anciano es Adán, el hombre viejo del pecado al que aludirá San Pablo. En realidad es la humanidad entera debilitada por el pecado del paraíso, sobre la que Cristo resucitado se inclina para devolverle la vida.
La escena es una hermosa representación plástica de lo que significa para la humanidad la resurrección del Señor. Recuerda la descripción de la creación del hombre en el Génesis: Dios crea a Adán inclinándose sobre su figura de barro para insuflarle el espíritu. Fue el primer comienzo, la primera de las obras de Dios. Cristo resucitado, por su parte, se inclina sobre el viejo Adán para recrearlo, comunicándole su gracia salvadora, que brinda también a toda su descendencia. Es el nuevo comienzo, tan importante como el primero.
Queridos hermanos y hermanas: Sumergíos en la Pascua. Uníos al Aleluya exultante de la Iglesia. Reavivad vuestra esperanza. La resurrección del Señor es el fundamento, el manantial y la certeza de nuestra futura resurrección. Por ello, debe ser fuente de alegría desbordante, pues gracias a ella el Resucitado nos abre las puertas del cielo, donde, como nos dice San Agustín, «veremos y gozaremos, gozaremos y amaremos. Este será el fin sin fin».
Esta certeza debe vivificar nuestra lucha de cada día, nuestro trabajo, la vida familiar, nuestro esfuerzo por construir una sociedad más justa y fraterna, de acuerdo con los planes de Dios. Esta certeza se convierte en seguridad y en fuente de sentido ante las dificultades, cuando nos visita la enfermedad, el dolor y el sufrimiento. Esta certeza, por fin, es acicate en la vida moral, que es entrega generosa a los hermanos, que es esfuerzo por ser cada día mejores con el estilo de quien ha resucitado con Cristo y aspira a vivir una vida nueva, como nos dice San Pablo en la segunda lectura de la Misa de hoy (Col 6,1-2).
Feliz domingo de Resurrección. Felices Pascuas para todos los cristianos de Sevilla.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
Queridos hermanos y hermanas:
El gran escritor y sacerdote español José Luis Martín Descalzo, en su magna biografía de Jesús, nos dice que la resurrección es el foco que ilumina y da sentido a toda la vida del Señor. Sin ella, todo se reduce a la nada. Sin la resurrección, ni la encarnación sería la encarnación del Hijo de Dios, ni su muerte nos hubiera redimido, ni sus prodigios serían milagros. Sin la resurrección, Jesús «quedaría reducido a un genio del espíritu o quizá simplemente a un gran aventurero, por no decir a un loco iluminado».
¿Y nosotros? ¿Qué sería de nosotros los cristianos? ¿Para qué serviría nuestra Iglesia? ¿Para qué serviría la oración, nuestros cultos tradiciones? ¿Para qué serviría el esfuerzo moral, el sacrificio y el remar contra corriente si Jesús hubiera sido devorado definitivamente por la muerte? No exagera San Pablo cuando afirma que «si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe… somos los más desgraciados de los hombres» (1 Cor 15,14-20), porque creeríamos en vano, esperaríamos en vano, nos alimentaríamos de sueños, daríamos culto al vacío, nuestra alegría sería grotesca y nuestra esperanza la más amarga estafa cometida jamás.
En la noche de Pascua, como las mujeres que llegan al sepulcro para embalsamar el cadáver de Jesús, también nosotros hemos escuchado las palabras del ángel y su anuncio gozoso y exultante: «No temáis. Ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ha resucitado» (Mt 28,5-6). Esta es la gran noticia que anoche en la Vigilia Pascual la Iglesia ha anunciado al mundo en una explosión de alegría incontenible: «Jesús ha resucitado, ¡Aleluya! No busquéis entre los muertos al que vive». Esta es la gran noticia, la magnífica noticia que la Iglesia no ha dejado de anunciar a lo largo de veinte siglos.Gracias a las mujeres, que ven vacío el sepulcro del Señor, y a los numerosos testigos que a lo largo de la Pascua contemplan al Señor resucitado, nosotros sabemos que la resurrección de Jesús no es un hecho legendario, ni siquiera un hecho simbólico, sino real. No es la mera pervivencia del recuerdo y del mensaje del Maestro en la mente y en el corazón de sus discípulos. Por la misma razón, el cristianismo no es sólo una doctrina, una fórmula de felicidad o un código de normas de conducta, sino un camino y una verdad que es vida, porque su centro es una persona viva, que ha resucitado y que está sentado a la derecha del Padre, siempre vivo para interceder por nosotros, que vive y nos da la vida.
En algunas iglesias de Castilla se guardan espléndidas casullas bordadas en el Renacimiento para las fiestas pascuales. En su parte anterior tienen tres hermosos medallones bordados en oro: el superior representa el enterramiento de Cristo; el central, su resurrección; y en el inferior aparece Cristo resucitado inclinado sobre un anciano postrado en actitud de levantarlo. No es difícil interpretar este motivo, poco frecuente en la pintura occidental, pero muchas veces repetido en los iconos orientales: el anciano es Adán, el hombre viejo del pecado al que aludirá San Pablo. En realidad es la humanidad entera debilitada por el pecado del paraíso, sobre la que Cristo resucitado se inclina para devolverle la vida.
La escena es una hermosa representación plástica de lo que significa para la humanidad la resurrección del Señor. Recuerda la descripción de la creación del hombre en el Génesis: Dios crea a Adán inclinándose sobre su figura de barro para insuflarle el espíritu. Fue el primer comienzo, la primera de las obras de Dios. Cristo resucitado, por su parte, se inclina sobre el viejo Adán para recrearlo, comunicándole su gracia salvadora, que brinda también a toda su descendencia. Es el nuevo comienzo, tan importante como el primero.
Queridos hermanos y hermanas: Sumergíos en la Pascua. Uníos al Aleluya exultante de la Iglesia. Reavivad vuestra esperanza. La resurrección del Señor es el fundamento, el manantial y la certeza de nuestra futura resurrección. Por ello, debe ser fuente de alegría desbordante, pues gracias a ella el Resucitado nos abre las puertas del cielo, donde, como nos dice San Agustín, «veremos y gozaremos, gozaremos y amaremos. Este será el fin sin fin».
Esta certeza debe vivificar nuestra lucha de cada día, nuestro trabajo, la vida familiar, nuestro esfuerzo por construir una sociedad más justa y fraterna, de acuerdo con los planes de Dios. Esta certeza se convierte en seguridad y en fuente de sentido ante las dificultades, cuando nos visita la enfermedad, el dolor y el sufrimiento. Esta certeza, por fin, es acicate en la vida moral, que es entrega generosa a los hermanos, que es esfuerzo por ser cada día mejores con el estilo de quien ha resucitado con Cristo y aspira a vivir una vida nueva, como nos dice San Pablo en la segunda lectura de la Misa de hoy (Col 6,1-2).
Feliz domingo de Resurrección. Felices Pascuas para todos los cristianos de Sevilla.
+ Juan José Asenjo Pelegrina, Arzobispo de Sevilla
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