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Elogio de la música de órgano

En las últimas décadas se viene echando en falta cada vez más la música de órgano en la liturgia de nuestra diócesis. Su lugar lo ha ocupado la guitarra, a veces acompañada de otros instrumentos. Sin embargo, hasta no hace mucho, la mayoría de los templos contaban con un órgano, o un armonio, en mejor o peor estado de conservación, con el que se solemnizaban los oficios religiosos más señalados.  

Algunas iglesias conservan órganos que son verdaderas joyas. Son famosos los dos órganos barrocos de la parroquia de San Juan, en Marchena, y es valioso el órgano romántico de la Parroquia de Santiago el Mayor, de Alcalá de Guadaira, por citar solo dos ejemplos de la provincia. Ya en Sevilla capital, y aparte de los espléndidos órganos de la Catedral y de la iglesia de los Venerables, están los de la colegiata del Salvador, el del convento de Santa Inés (protagonista de un relato de Gustavo Adolfo Bécquer), el recién restaurado órgano de la Parroquia de Santa Ana, y un largo etcétera. Para cuando no se dispone de órgano acústico, existe en el mercado una amplia gama de órganos electrónicos a precio asequible. En cuanto a música específicamente compuesta para dicho instrumento, el repertorio es inmenso, desde los predecesores de J.S. Bach hasta el recordado padre Ayarra. Claro que, para que suenen los órganos de nuestras iglesias, se necesitan músicos familiarizados con su técnica.

Sería una pena que, por comodidad o desidia, se fueran dejando de lado los órganos, esos instrumentos que fácilmente se deterioran cuando caen en desuso, pues de ese modo se perdería un importante legado musical y litúrgico. Es comprensible que párrocos y responsables de liturgia se decanten por la música de guitarra y el canto a una sola voz, pues no es difícil conseguir alguien capaz de rasguear una guitarra y entonar canciones sencillas a una voz. El órgano, sin embargo, requiere adiestramiento previo y, al igual que la polifonía, conlleva depuración técnica y práctica continuada.

Habría que animar a las nuevas generaciones de músicos a que se especialicen en el órgano, un instrumento para el que han compuesto la mayoría de los músicos europeos de los últimos siglos. Y habría que aleccionar a los responsables de la liturgia sobre la bondad y la alta calidad de ese tipo de música. Porque los oficios y celebraciones deben ser hermosos, no para nuestro deleite, sino para mayor gloria de Dios, pues como dice el salmista, “para ti es mi música, Señor” (Salmo 100). Desempolvemos los viejos órganos y armonios de nuestras iglesias, adquiramos órganos electrónicos de calidad si fuera necesario, pero que las paredes y bóvedas de nuestros templos vuelvan a vibrar con las cadencias litúrgicas de tan preciado instrumento.

Rafael Portillo García


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