Enmanuel Falque: “La certeza del final de la vida me exige dar sentido a mi vida”

Enmanuel Falque: “La certeza del final de la vida me exige dar sentido a mi vida”

El profesor Enmanuel Falque (Neuilly-sur-Seine, Francia, 1963) ha intervenido en la Jornada de Filosofía que ha organizado la Facultad de Teología. Experto en el campo de la Fenomenología, es una de las voces autorizadas en el debate sobre las cuestiones de fondo que afectan al hombre de hoy. Acaba de publicar Fuera fenómeno, una mirada a la sociedad resultante de la crisis.

¿Hasta qué punto la filosofía puede explicar las principales cuestiones del cristianismo?

Es una cuestión esencial para la filosofía y el cristianismo, se puede decir que hoy en día la filosofía sufre de no ocuparse del cristianismo, pero a su vez la teología sufre de no atar sus dogmas a experiencias. La filosofía y el cristianismo se pueden encontrar hoy solo si los dogmas cristianos se relacionan con experiencias filosóficas, aunque sea transformándolos. No se puede entender el Viernes Santo independientemente de un análisis de un análisis filosófico del sufrimiento y la muerte. Hay que enseñar, y es lo que yo intento hacer, que cristo asumió ‘el ser para la muerte’ aunque sea para transformarle. También, y refiriéndome a mi libro Metamorfosis de la finitud, hay que desarrollar una filosofía del nacimiento para desarrollar una teología de la resurrección. Hay que analizar filosóficamente qué es el nacimiento para entender lo que es el renacimiento o la resurrección. En Las bodas del cordero, otro libro mío, si queremos entender lo que significa “esto es mi cuerpo” en la Eucaristía, hay que entender lo que es “esto es mi cuerpo” entre dos esposos, aunque el eros humano sería transformado por la caridad humana. Para volver a la pregunta, filosofía y teología se encontrarán (en lo que ha explicado en su libro Pasar el Rubicón) si la filosofía de los libros de experiencias en teología, sufrimiento, nacimiento, el cuerpo, y si la teología tiene los medios de transformar estas experiencias. (sufrir con el otro, resucitar y comulgar).

Usted insiste mucho en el concepto de finitud. Afortunadamente no vivimos pensando que algún día moriremos ¿O deberíamos tenerlo más presente? ¿Nos iría mejor sin perder de vista esta evidencia?

Vivir siendo conscientes de que un día moriremos es exactamente la opinión del filósofo y de cualquier hombre. Lo que caracteriza al hombre es tener conciencia de su muerte, y debe pensar su vida en ese horizonte de la muerte. Lo que podríamos pensar que es trágico, en realidad es una felicidad. Lo que es trágico es no pensar en la muerte. No porque la muerte esté siempre al acecho, sino porque la certeza del final de mi vida me exige dar un sentido a mi vida. Es porque la vida es escasa que es buena. Como dice Fernando Pessoa, un día de más es siempre un día de menos. El horizonte de la muerte, incluso para el creyente, no es un horizonte que haya que sobrepasar rápidamente, porque es a partir de él que toma sentido nuestra humanidad. Es lo que se llama en filosofía la finitud, es a partir de ahí que yo llamo a la resurrección metamorfosis de la finitud.

¿En qué medida la pandemia nos ha hecho más conscientes de nuestra fragilidad?

Este es un punto fundamental de mi trabajo, y muy contemporáneo. Acabo de terminar un libro que se llama Fuera fenómeno sobre la crisis. Un libro de filosofía pura que se apoya sobre cinco ejemplos; enfermedad, separación, muerte de un hijo, catástrofe natural y pandemia. Lo propio de un traumatismo es que rompe a la vez el horizonte fenomenalizado y el sujeto fenomenalizante. Lo que significa que, en caso de crisis, la pandemia, y sobre todo la muerte de un hijo, el sujeto está roto totalmente, le ocurre lo peor, no porque nada peor le pueda pasar, sino porque la situación en sí está rota. En otros términos, cuando te acontece te destruye, lo más asombroso en una crisis es que permanezca de pie cuando piensa que no debería estar aquí. Esa situación traumática es esencial para el análisis hoy día en filosofía, y quizás representa para mí el sentido que tiene el sábado santo: Dios que baja a nuestros infiernos.

Durante el confinamiento tuvo éxito un slogan según el cual todos saldríamos mejores de esta ¿Ha sido así?

No. Hay un concepto que invade la cultura contemporánea, la resiliencia. Ese concepto lo usó el presidente de la República Francesa en un llamamiento a la nación para que fuera resiliente. Lo que importa en la resiliencia no es caerse, sino el imperativo de salir de esta, levantarse. Todo el mundo tiene que ser resiliente, incluidos los deportistas. Por mi parte, en mi libro Fuera fenómeno opongo a la resiliencia el aguante y la capacidad de contención. Que no es solo levantarse, salir de una situación. Tenemos que adaptarnos para no explotar. No creo que saldremos más fuertes de la pandemia, saldremos de otra manera. Eso es lo propio de una crisis.

¿Podría pensarse que el ateísmo es consecuencia de dejar a un lado el planteamiento sobre las cuestiones trascendentales de la vida? ¿De alguna forma la negación de Dios es consecuencia de un nulo debate interior, como si imperara una pereza trascendental?

Hay dos formas de ateísmo, el virulento de los años setenta en Francia y el ateísmo coherente de hoy. Muy pocos hoy están en contra de Dios. Realmente los no creyentes pasan de Dios sin combatir. Por eso, la situación del ateísmo coherente es mucho más difícil que el del ateísmo virulento, porque es un ateísmo que no tiene adversario. La solución única es intentar encontrar algo en común entre todos los hombres. El ateísmo no es solo una pereza trascendental, porque eso es el ateísmo visto por el teólogo. El ateísmo es también una postura de un hombre que existe y que pasa de Dios, y en vez de imponer la fe desde el exterior (desde la altura) hay que encontrar algo en común en vez de dominar desde arriba (lo llamo finitud) y que Dios viene al encuentro y lo transforma. La comprensión del ateísmo es mucho más importante que su rechazo, no para hacer concesiones. Es decisión de Dios, y de Dios solo, reunirse con nosotros para darnos la fe. Cualquiera que diga que tiene fe es una señal de que no la tiene. La fe no se posee, se recibe.

¿Se acepta al creyente como un interlocutor de nivel desde el lado de la razón y la ciencia?

La razón y la fe tienen algo en común, que es el catolicismo. Si la razón es lo propio del hombre, como nos dijeron Aristóteles y Santo Tomás de Aquino, no hay razón para que, por nuestra razón, no podamos decir nada de Dios. Sería asombroso que esta razón, que es lo propio del hombre, no pueda reunirse por lo menos en parte, con el que nos la ha dado. Es lo que se llama teología natural.

¿Y la ciencia?

La ciencia es de otro orden. Porque sus argumentos son pruebas experimentales que no tienen cabida en la fe. En este sentido, ciencia y teología deben dialogar, evitando sin embargo el peligro de la concordancia, que haría creer que hay certezas científicas en la fe o creencia en la ciencia. Todo hombre es siempre creyente no en el sentido de que todo el mundo cree en Dios, en el sentido en el cual cualquiera cree en la existencia del mundo, en la existencia del otro. Es sobre esa creencia común, en Dios o en el mundo, que se debe injertar la creencia en Dios, con el riesgo de hace del cristianismo y una religión que abandone las preocupaciones de la humanidad. La experiencia de a fe debe encarnarse en el hombre porque Dios se hizo hombre y viene con su resurrección a transformar al hombre.


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