Entrevista a José Ángel Martín, delegado episcopal para la Vida Consagrada: “Lo esencial en la vida monástica es la oración, la alabanza continua a Dios”
El sacerdote José Ángel Martín (Sevilla, 1977) ha asumido en septiembre una responsabilidad pastoral muy concreta, la atención a la vida consagrada. Una realidad muy numerosa en Sevilla, con una tradición histórica nada desdeñable. Tras un primer contacto con los diversos carismas religiosos con presencia en la Archidiócesis, nos ofrece una panorámica rica en frutos y acciones eclesiales implicadas en la pastoral diocesana.
¿Qué imagen tenía de este sector eclesial antes de ser nombrado delegado de vida consagrada?
Conocía esta realidad, una gran riqueza, y he sido capellán de las Mercedarias de Lora del Río durante once años. Lógicamente, son las que más y mejor conozco.
Desde septiembre es delegado de vida consagrada. En estos meses ha tenido ocasión de conocer in situ numerosas comunidades ¿Ha cambiado la impresión que tenía acerca de este sector?
En estos meses he podido conocer mejor a estos institutos y comunidades. Y la verdad es que el abanico de carismas es muy grande. Insisto, es una riqueza.
El Arzobispo suele valorar positivamente la implicación de los religiosos en la vida diocesana. Incluso hay muchos que prestan un magnífico servicio en la Curia. No son ajenos a la vida de la Iglesia diocesana.
Sí, hay que valorar el hecho de que la vida religiosa esté inserta en la dinámica diocesana. No son guetos, todos tienen carismas específicos pero están al servicio de la Iglesia universal, desde esta Iglesia que camina en Sevilla. Yo tengo un ejemplo de ello cerca, porque la secretaria de la delegación, la hermana Carmen Murga, es del Santo Ángel y está realizando una tarea encomiable en este sector. Lo mismo se puede decir de muchas religiosas y personas consagradas que están trabajando dentro y fuera de la Curia.
La vida contemplativa es muy numerosa en Sevilla ¿Qué perfil trazaríamos de las mujeres que optan por este modelo de vida en la Archidiócesis?
En los conventos que he podido visitar hasta ahora se vive una gran austeridad. Destacaría eso, la austeridad, en lo importante, en el día a día. Son mujeres de oración, mujeres que quieren a la Iglesia, que tienen clara la referencia del Arzobispo, etc. Yo destacaría de ellas la austeridad.
Sobre las monjas de clausura hay quizás mucho desconocimiento. No sabemos bien cómo se administran, con qué criterios se gestionan las comunidades, de quién dependen…
Para empezar, son monasterios autónomos, ellas son autónomas en su gobierno y administración. Eso sí, el Código de Derecho Canónico establece en el canon 615 la vigilancia por parte del obispo, el acompañamiento que se concreta directamente o bien por un delegado suyo, que es mi tarea. Acompañamos a estos monasterios en todas sus necesidades. Además, en cuestiones concretas, extraordinarias, derivadas de la administración de sus bienes sí necesitan una licencia por parte del ordinario del lugar.
¿Son tantas las comunidades de vida contemplativa de la Archidiócesis que atraviesan graves dificultades?
De las 35 comunidades que tenemos, no son tantos los conventos que se caen, como podríamos deducir de lo que se cuenta. La mayoría no está en un estado ruinoso que aconseje su cierre total o parcial por miedo a un derrumbe. Hay conventos que están muy bien conservados, en los que las monjas pueden hacer un buen trabajo de mantenimiento. Pero hay tres o cuatro conventos que atraviesan una situación más delicada.
¿Y qué servicios se presta desde la Archidiócesis en estos casos?
El equipo técnico y jurídico de la Archidiócesis está siempre disponible para ayudar. Y, de hecho, las abadesas deberían pedir opinión a la Archidiócesis en algunos casos. Para eso estamos.
¿No le parece que se olvida la naturaleza de estas comunidades, su razón de ser, cuando se plantean soluciones a problemas materiales concretos?
Sí. Se piensa que con más actividad, elaborando más dulces, enseñando partes del convento o haciendo de la clausura un museo, se va a solucionar todo. Y quizás olvidamos que su primera misión es espiritual, que ahí es donde tienen que estar. Como dice el lema de San Benito –ora et labora-, hay que combinar el trabajo con la oración, y la solución para rehabilitar estos conventos no pasa porque las monjas dejen de hacer lo que les corresponde para dedicarse a otra cosa. Todo eso quitaría tiempo para lo fundamental, y lo esencial en la vida monástica es la oración, la alabanza continua a Dios.
La propia esencia de la vida en clausura hace que no tengamos un conocimiento claro de sus rutinas ¿Cómo podemos hacer para deje de ser una realidad tan oculta? ¿O no hay necesidad de ello?
Ellas tienen sus momentos. Por ejemplo, las visitas en el locutorio son un buen momento para conocer estos carismas. Hay que respetar sus reglas y tener en cuenta que es vida en clausura, que están en el mundo pero sin ser del mundo. Están en medio de nuestros pueblos y ciudades, rezando continuamente por nosotros, pero en cierto sentido están apartadas de este mundo.
¿Qué futuro pronostica para la vida contemplativa?
La viña es del Señor, y yo creo que es el Espíritu Santo el que va soplando nuevos carismas, hace que surjan nuevos monasterios al tiempo que se cierran otros… En definitiva, es el Espíritu Santo el que va dando forma a la vida consagrada en todos los aspectos. Eso sí, hay que pedir al Señor continuamente que mande obreros a su mies.