Entrevista a José Robles, sacerdote: “Siempre se es sacerdote, aquí no se viene a otra cosa”
A los 85 años, acaba de entregar el testigo al frente de la Delegación Diocesana de Pastoral Social, y permanece a pie de obra en la iglesia de San Esteban. José Robles (El Puerto de Santa María, 1934), ha vinculado su ministerio sacerdotal, que es tanto como hablar de toda una vida, con las problemáticas sociales que ha tenido que atender. Y no han sido pocas.
Casi toda una vida entregada a una vocación
Humanamente hablando, me he encontrado por la gracia de Dios bien encajado. Nunca he sentido la tentación o la duda de si éste era mi sitio en la vida. Yo creo que sí, que Dios me ha traído de la mano.
¿Cómo recuerda aquella vocación incipiente?
Fue con once años y siendo acólito de un convento de monjas de clausura, en mi pueblo, El Puerto de Santa María. El capellán me insinuó que podría estudiar en el seminario. Me pareció bien, aunque a mi familia en principio no le pareció igual, para ellos fue algo inesperado.
¿Qué recuerdo tiene de su ordenación sacerdotal?
Tengo presente a un sacerdote que, desde el principio, me fue apoyando en mi vocación, y cuya familia me ayudó económicamente a pagar los estudios. Se me quedó grabado el fuerte abrazo que me dio delante del Sagrario. Se llamaba Nicolás Maestre Salina y era entonces el rector de la iglesia de Santa Catalina. Ese abrazo no se me olvida.
¿Aquel joven gaditano se reconocería en este sacerdote?
Yo creo que sí.
Su trayectoria está vinculada, desde las primeras responsabilidades, a la pastoral social.
Sí, y hay un motivo. Con 17 años, ya en el seminario, tuve la suerte de conocer la pastoral social. Y eso, de alguna forma, ha llenado mi vida, con mayor o menor acierto.
Con esa edad hablamos de un contexto social muy complicado.
Por recordar una anécdota, y para que se haga una idea, en el seminario nos cortaban el bollo de pan en cuatro partes, cada una para una comida del día. Mire si había necesidad.
Todo el que le conoce subraya su sensibilidad social, su cercanía con los pobres.
Creo que ha sido por la dinámica de mi puesto en la vida. Fui aceptando las cosas, fui encajándolas, fui viendo el horizonte positivo donde estuve y allí me quedé. De ahí mi sitio luego en la Fundación de lucha contra el paro, en Justicia y Paz, la Pastoral Social… Ha sido una salida natural mía, de mi psicología y de mis planteamientos.
El pasado domingo se celebró la Jornada Mundial de los Pobres ¿Qué nos queda como Iglesia por aprender o asumir en este campo?
Creo que esto evolucionará con el tiempo a mejor. Es tan grave y lacerante la situación de los que consideramos pobres que tendremos que evolucionar hacia una consideración más comprometida con el mundo de la pobreza. No debemos presumir de lo que hacemos con el pobre, alguien dijo una vez que los pobres van a ser nuestros acusadores.
¿Dónde encuentra la tranquilidad este sacerdote?
En mi caso, siempre me remití, aunque pueda parecer un poco pretencioso, al enclave social de Jesucristo, el hijo de un artesano. Me remito siempre a la Sagrada Familia, con sus carencias, con su anonimato social. Tenga además en cuenta que a los sacerdotes de mi generación nos habían formado muy bien en el seminario. No se trataba de un cursillo, fue algo muy sustancial, doce años formándome. Así, paralelamente fui encajando mi propio protagonismo y llegué a la pastoral obrera o social. Y todo eso, casi imperceptiblemente, me fue dando una personalidad espiritual. Creo que supe, o me ayudaron a saber encajar la pastoral con la vida espiritual.
¿Qué consejos daría a los seminaristas que ahora se forman para ser curas?
Esto lo saco de algo que escuché a un psicólogo: en primer lugar, hay que tener vocación, y después tenerla concretada. Porque eso de servir lo mismo para un roto que para un descosido tiene sus riesgos. Y después, dicho de forma genérica, ser consecuente con ese encaje sacerdotal. Siempre se es sacerdote, aquí no se viene a otra cosa.
¿Sabe que la gente lo quiere? Lo hemos comprobado…
(Ríe) Me alegro.
¿No le dice nada eso?
Bueno, me doy cuenta de que soy aceptado en los ambientes donde voy, y que mi línea de trabajo no es rechazada. Y lo veo por ejemplo en el mundo cofrade, yo, que no soy cofrade –tampoco soy cartujo- veo que mis hermandades, las que tengo en San Esteban, me toleran positivamente. La vida es así.