Establos de hoy
En ese acomodo que nos da el tiempo a golpe de minutero, y como si el fantasma de la Navidades pasadas aún no nos hubiera abandonado, se nos han precipitado las Navidades presentes astuta y repentinamente. Qué suerte, al fin podemos decir que llegó la Navidad, sobre todo gracias a que una gran marca comercial nos lo recuerda insistentemente casi desde principios de octubre. También podemos asomarnos a nuestras calles y hacer acopio de gafas de sol, sí, no ya porque el fenómeno del Niño esté asolando el medioambiente, como podrá explicar mejor mi compañero de blog Manuel Figueroa, sino porque la profusión de luces en nuestras calles hace inevitablemente visible los estragos de la ceguera a que se nos somete estos días más por promover el consumo inevitable, cuanto que por infundir esos sentimientos de paz, prosperidad y fraternidad que en verdad inspira la Navidad. Hemos convertido la Navidad en una orgía de bombillitas y espumillón casi sin sentido, en una neurosis colectiva por encontrar el regalo más caro, la oferta más llamativa o, como en Sevilla, el parque de atracciones más ridículo y cateto que nunca se haya imaginado en el centro mismo de una ciudad, con esas nieves perpetuas de porespán y abetos de la tercera glaciación. Sospecho que el tiovivo es una metáfora de conciencia colectiva, sometida a vueltas y más vueltas para llegar a ningún sitio mientras nos ciegan con espectáculos de luz y sonidos con la sola intención de acallarnos por adentro eso que nos dice que la Navidad es otra cosa, necesariamente debe serlo. Tanta gente que habla del «espíritu de la Navidad«, sin darse cuenta siquiera que más que un espíritu, probablemente les haya poseído el espíritu de la golosina, porque en sus adentros no dejan espacio para que nazca el que de verdad nace en estos días.
La Navidad es una cosa más sencilla, miren ustedes. Cuando la familia era algo común, cuando en nuestras casas nacía el Niño Dios y le hacíamos un sitio no ya en el Portal de Belén, sino en nuestros corazones, cuando ese Niño Dios nacía de corazón, de veras, era la Navidad. Recuerdo las Navidades pasadas como algo cargado de ilusiones, bien porque caminábamos en casa por el Adviento casi de puntillas, esperando que la Nochebuena nos sorprendiera con un encuentro familiar siempre deseado, bien porque en los días navideños jugábamos a inventar inocentadas cambiando la sal por la azúcar inocentemente, a celebrar el año nuevo felicitando a mi padre y a mi hermano, o preparando en el corazón la llegada de esos Reyes Magos que jamás podían ser los padres por la sobredosis de ilusiones que nos encontrábamos en la mañana maravillosa de cada 6 de enero. Recuerdo las Navidades pasadas como esa visita obligada por el centro a los belenes, que tantos había por Sevilla, mientras mis padres se esforzaban por disimular las compras que hacían otras personas para mantenernos en la ilusión de unos Reyes Magos realmente magos. También las recuerdo por los caramelos que mi madre escondía no sé dónde para darnos mientras pasaba la Cabalgata, y evitar que nos perdiéramos por los suelos entre la gente. Y, sobre todo, la recuerdo porque se vivía de veras mucha Navidad en las calles, se vivían sentimientos verdaderos y cuando llegaba una tarjeta de felicitación, sabías que tanta gente deseaba sentimientos ciertos, no una mejora comercial.
La Navidad presente parece que fuera otra cosa, es cierto. A la orgía de espumillón de los años ochenta, ha precedido otra de luces sin control, de catetez. Me parece un signo de nuestros días: se sustituyen los sentimientos profundos y el sentido de la celebración, por cualquier cosa o signo que nos haga olvidar la profundidad de lo celebrado. Nuestra sociedad tiene un gran problema con esto, es la verdad: continuas huidas hacia adelante con tal de evitar aquellas cosas que nos hagan mejorar como personas, como seres humanos en comunidad, como seres creados. Entre tanto, lo fácil son los mappings cantando óperas a gritos, con tal de acallar y omitir cada vez más la reducida lobreguez de la cuna de Aquel que nace en un establo. Hoy esos establos son las fronteras de Siria con el resto del mundo, el sufrimiento de aquellos que viven a la intemperie a la misma puerta de nuestras casas, la sinrazón de tantos que responden con violencia en el debate cotidiano, la sobredosis de falsas necesidades a que se nos somete con tal de mantener el statu quo materialista de nuestra sociedad, o la eliminación a toda costa de cualquier símbolo cristiano en la esfera pública: el Niño Dios nace nuevamente desamparado en cada instituto en el que se prohíbe poner un Belén o en cada letrero en el que un ayuntamiento inculto felicita la Hanukkah como si fuera eso lo que se celebra (ay si los «pacifistas» de ese ayuntamiento supieran que la Hanukkah conmemora una batalla con tantos muertos, entre otras cosas)… En fin, nuestra sociedad tiene cada día más establos en los que renace Jesús de Nazareth terriblemente desamparado, sin nombre y perseguido, y calentado no más que por el aliento de las bestias.
En fin, les deseo una Navidad verdadera, una Navidad de paz, de familia, de sentimientos profundos, de vivencias profundas, de centrarse en lo que realmente celebramos, de un Niño Dios que encuentre una cuna acogedora en sus corazones y no esos otros establos en los que sigue naciendo hoy en día.
Feliz Navidad y próspero 2016. Que Dios les bendiga.
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