‘Fiesta de la Vida Consagrada’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla
Queridos hermanos y hermanas consagrados:
El próximo sábado celebraremos la fiesta de la Presentación del Señor, la fiesta de la luz y de los cirios, conocida en el lenguaje de la religiosidad popular como la fiesta de las Candelas. Con la Presentación de Jesús en el templo, María y José cumplen la ley de Moisés y se da cumplimiento también a la profecía de Malaquías: “el Señor entra en el santuario y es ofrecido a Dios como primogénito para ser rescatado después mediante la ofrenda de los pobres”.
Celebramos el encuentro de Dios con su pueblo. Dios se hace el encontradizo con los que esperan la salvación de Israel. Es el caso de Simeón y Ana. Simeón, movido por el Espíritu Santo, va al templo, reconoce en Jesús al Salvador, lo toma en sus brazos, da gracias, bendice a Dios y bendice a María, anunciándole su participación en la Pasión de su Hijo. Ana, que pasa la vida en la oración y el ayuno, da gracias a Dios al reconocer al Mesías esperado y habla de Él a cuantos desean su venida. A estos dos personajes se une María, que va al templo a ofrecer a su Hijo a Dios y a ofrecerse con Él, como intuye Simeón y se cumple singularmente al pie de la Cruz.
Tanto Simeón como Ana descubren al Señor en la debilidad y el desvalimiento de un niño. Y es que el Reino que Jesús inaugura no se funda en la fuerza de los poderosos, sino en la pobreza y la debilidad. Nace de la cruz, escándalo para los judíos y necedad para los griegos. No se asienta en el dinero o el poder, sino que es como el grano de mostaza, la semilla insignificante, la sal, la levadura inaparente o la lámpara que brilla en un lugar oscuro. Simeón, Ana y María nos descubren en esta fiesta cuáles son las disposiciones necesarias para encontrar a Dios y proclamarlo en medio del pueblo: la humildad, la sencillez y la piedad orante.
En la fiesta de la Presentación del Señor al Padre celestial, celebramos la Jornada de la Vida Consagrada. El domingo día 3, a las cinco de la tarde en la Catedral, los religiosos estáis convocados a renovar vuestro ofrecimiento y consagración al Señor y a rememorar vuestro primer encuentro con Jesús, cuando os sentisteis seducidos por Él y os decidisteis a seguirle y entregarle la vida, encuentro que después se selló el día de vuestra profesión religiosa. La Jornada de la Vida Consagrada os invita a todos a robustecer ese encuentro.
¿Por qué caminos? El lugar privilegiado es el santuario. Nos lo ha dicho el profeta Malaquías. En él se reúne la asamblea para renovar el memorial del Señor. Aquí se hace presente para ser adorado, visitado y acompañado. El santuario, la capilla debe ser el centro y el corazón de vuestras comunidades, vuestro verdadero hogar, el horno en el que se cuece el pan de la fraternidad, el manantial de vuestra vida interior, donde nos vamos configurando con Él por el trato y la amistad, lo único que da sentido y esperanza a nuestra vida, lo único que da consistencia y perspectivas de futuro a nuestro apostolado y al servicio a nuestros hermanos.
Pero el santuario del nuevo Pueblo de Dios es también el Cuerpo de Cristo, su santa Iglesia, prolongación de la Encarnación. De ahí la necesidad de crecer en eclesialidad, de amar a la Iglesia y de vivir en comunión con ella, también con la Iglesia particular de Sevilla, a la que servimos participando en sus planes y programas, en sus gozos y esperanzas, en sus tristezas y angustias, pues ella es también, como concreción cercana de la Iglesia universal, mediadora y sacramento de nuestro encuentro con Jesús.
Hay un tercer ámbito de encuentro con el Señor: nuestros hermanos. Dios se hace el encontradizo con nosotros también a través de ellos. El Hijo de Dios se ha encarnado en la persona de cada hombre y de cada mujer, especialmente en los más débiles y pobres, en los parados, en los marginados, en los enfermos, los ancianos que vivían solos y los niños, en los que sufren y nos necesitan. En ellos nos espera el Señor y nosotros hemos de salir a su encuentro movidos por el Espíritu.
Pero no basta con que nosotros nos hayamos encontrado con el Señor. Hemos de ser mediadores, como Simeón y Ana, para que otros muchos hermanos nuestros experimenten el gozo del encuentro. Todo ello queda bellamente expresado en este día por el lenguaje de los símbolos, la luz, que no es nuestra luz, sino la luz de Cristo y de la Iglesia, luz de las gentes. Que la Santísima Virgen, nos aliente a ser portadores de luz, lámparas vivientes en nuestras obras, en nuestras vidas, en nuestras tareas pastorales y en la vida de nuestras comunidades.
Para todos los consagrados, mi abrazo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla