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«Fratelli tutti». Sabiduría y esperanza en un mundo herido

No perder ni un minuto del tiempo que se les regaló ha sido la determinación que tomaron los santos pensando en el bien de los demás que antepusieron al suyo. A esta raza pertenece el papa Francisco, apóstol incansable, que el pasado 4 de octubre de este año marcado por el sufrimiento ha legado al mundo su tercera encíclica Fratelli tutti teniendo como escenario para su firma Asís. Es un texto bellísimo, claro, sugerente, sencillo y a la par profundo, que interpela, analiza y desmenuza situaciones actuales bien conocidas que impregnan a la sociedad y al mundo, confrontándolas con la Palabra de Dios y un claro sesgo ecuménico. Cuestiones ante las que no podemos ser indiferentes y que atañen a cada uno de los seres humanos porque todos hemos de transitar unidos recordando que la fraternidad es herencia que ha de cuidarse, o terminaríamos destruyéndonos unos a otros.

Contiene el texto ese destello pedagógico al que nos tiene acostumbrados Francisco con figuras, metáforas de innegable riqueza que ayudan a fijar sus palabras en la mente y en el corazón. Nos enseña a «tocar y cuidar» heridas ajenas. Es un formidable catálogo para aprender a amar, a la manera como lo hizo el buen samaritano: sin distinción, siendo inclusivo y respetuoso, sin necesidad de conocer los antecedentes de la persona a la que se atiende, ni esperar un pago por la acción.

Todo el texto tiene el cariz antropológico que cabía esperar porque trata del hombre y a él se dirige. El mensaje es claro, y lo ha repetido en numerosas ocasiones: hay que tener en cuenta la dignidad de la persona, denostar la cultura de la muerte, evitar el descarte en cualquier situación, especialmente de los débiles: ancianos, niños…; fomentar una cultura del encuentro, ser honesto y coherente con las creencias que se postulan negándonos a sustentar posturas que van en contra de la fe, abrir las puertas a quienes se ven obligados a emigrar aunque en realidad los gobernantes deberían poner a su alcance los medios para evitar que los ciudadanos tengan que salir de sus países. Denuncia la falta de ética, la utilización de las personas en beneficio propio, una economía de mercado abusiva, el actuar sin escrúpulos, la trata de seres humanos, la violencia del género que sea, la mentira, el afán de poder, intereses políticos al margen de las auténticas necesidades que tiene la ciudadanía, prostitución de la verdad, el mal uso de las redes sociales que pisotean el respeto y la actitud de quienes terminan por restar importancia y asumen con naturalidad estas públicas ofensas… Habla de la verdadera responsabilidad y la libertad.

El Papa alude a esa persona que exhibe en las redes sociales lo que hace, pero no tiene mayor interés en comunicarse con el otro; que se ampara en su soledad, dando culto al individualismo que desgraciadamente está extendido en esta sociedad; es un parapetarse tras las propias ideas sin dejar siquiera ese espacio requerido para el diálogo en el que es básica la escucha paciente y atenta hasta el final, y en el que cualquier punto de vista ha de tenerse en cuenta siquiera sea para partir de una base común que conduzca a la reflexión y enriquezca mutuamente. El Santo Padre ha subrayado la bondad de la diferencia, y ha puesto de relieve que no se debe dar la espalda al sufrimiento. Se pregunta qué hemos aprendido en estos meses de pandemia. Reflexiona sobre esa prepotencia de quienes jugando a ser Dios no tomaron en cuenta que sin Él no son nada, y de hecho el COVID-19, como ya he reflejado en este espacio en otras ocasiones, efectivamente ha puesto al descubierto la inmensa fragilidad que tenemos y lo fácilmente que se pierden posesiones, trabajo, sueños, familia, salud…, y la propia vida.

Las tragedias se abordan colegialmente; se superan los dramas afrontándolos comunitariamente. El «cuidado de la casa común» solo puede ser efectivo si existe una auténtica ecología humana. Así lo expuso en la Laudato sí. Y en Fratelli tutti el Santo Padre no hace sino abundar en las preocupaciones que vierte semana tras semana en sus audiencias y en cualquiera de los actos que preside o de los textos que incesantemente escribe. Nunca la imposición; siempre el amor, aquí bajo el aspecto de la «amistad social» y de «la fraternidad». Paz, integración, protección, perdón, reconocimiento del otro en su singularidad, derrocar cualquier muro que nos separe de nuestros semejantes son algunos de los verbos que delinean todo un programa de vida. En suma, la encíclica se detiene en las sombras que se ciernen sobre este mundo globalizado, pero la reflexión del pontífice no se queda ahí sino que marca el sendero para un corazón que siempre debe mantener sus puertas abiertas a los demás.

En esta apresurada reseña de esta hermosa encíclica, no me puedo sustraer a terminar con un pequeño fragmento que está casi en el frontispicio de la misma y que creo sintetiza el sentimiento de esperanza que late en ella animándonos a materializarla: «Nadie puede pelear la vida aisladamente. […] Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante. ¡Qué importante es soñar juntos! […] Solos se corre el riesgo de tener espejismos, en los que ves lo que no hay; los sueños se construyen juntos». «Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos».

Isabel Orellana Vilches


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