Homilía ante la Coronación canónica de María Stima. de la Paz
- «De pie, a tu derecha está la reina enjoyada con oro». Con estas palabras del salmo 44 hemos respondido a la Palabra de Dios en esta Eucaristía solemnísima. Ellas resumen con mucha precisión el significado profundo de la ceremonia que en esta mañana nos congrega, la coronación canónica de Ntra. Sra. de la Paz, acontecimiento largamente soñado por la Real y Fervorosa Hermandad Sacramental del Señor San Sebastián y Nuestra Señora del Prado y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús de la Victoria y María Santísima de la Paz. Por ello, es natural la alegría que percibo en vuestros rostros y el calor que adivino en vuestros corazones en esta mañana que quedará escrita con caracteres indelebles en la historia de vuestra corporación.
- La ceremonia de una coronación tiene un profundo significado espiritual. La Iglesia corona las imágenes más insignes de la Virgen porque después de su asunción, María fue coronada por la Santísima Trinidad como reina y señora de todo lo creado. Esta verdad, creída siempre en la Iglesia, hunde sus raíces en la Palabra de Dios. El libro de los Salmos anuncia proféticamente la entronización de María, enjoyada con oro, a la derecha de su Hijo en la gloria celestial (Sal 44,11). El Apocalipsis, por su parte, cierra sus alentadoras visiones dirigiendo nuestra mirada a María, la «mujer vestida de sol, con la luna por pedestal y coronada con doce estrellas» (Apoc 12,1).
- María es reina por ser la madre del que es «Rey de reyes y señor de los señores» (Apoc 19,16). María es reina por haber cooperado activamente con su Hijo en la obra saludable de nuestra redención, al aceptar el dolor y la muerte de su Hijo y ofrecerla al Padre por la salvación de toda la humanidad. Por ello, el Magisterio perenne de la Iglesia afirma de forma inequívoca que María, después de su asunción a los cielos fue coronada por su Hijo como reina del universo (LG 62).
- La coronación de María como reina del mundo, es para todos nosotros, la humanidad que gime en este valle de lágrimas, una clara invitación a la esperanza en medio de las vicisitudes de este mundo (LG 68). Ella, como primera redimida por el misterio pascual de su Hijo, nos ha precedido en el reino prometido a los que, como ella, hacen de su vida un sí a Dios. Allí reinaremos con Cristo y con María (Apoc 22,5); nos sentaremos sobre tronos (Lc 22,29-30) y recibiremos la corona de gloria que no se marchita (1 Pet 5,4). Este es el destino feliz que aguarda al Pueblo de Reyes que constituimos todos los bautizados.
- El misterio de la coronación de la Virgen nos desvela además la misión de María en la vida de la Iglesia y en nuestra propia vida. María es la mujer que hiere la cabeza de la serpiente en los umbrales de la historia y se nos muestra como garantía segura de victoria (Gén 3,15). María es la señal que da Dios al rey Acaz por medio de Isaías: una virgen dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Dios-con-nosotros (Is 7,13-15).
- María es la señal magnífica y deslumbrante que llena por entero la impresionante visión del capítulo 12 del Apocalipsis. En ella aparece un enorme dragón rojo, calificado como «la serpiente antigua, el llamado diablo y Satanás, el seductor del mundo entero» (Ap 12,9), en lucha perpetua contra la humanidad. En el fragor de esta lucha se levanta el signo grandioso de la Virgen victoriosa sobre el gran dragón, que es entronizada como reina a la derecha de su Hijo. Con ello nos enseña san Juan que en la lucha espiritual entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte, entre el pecado y la gracia, es decisiva la ayuda de María a la Iglesia y a cada uno de los cristianos para lograr la victoria definitiva sobre el mal.
- La liturgia secular de la Iglesia la llama «puerta dichosa del cielo». La llama también «estrella del mar», porque nos guía hacia Cristo, puerto de salvación. Desde las alturas de Dios María contempla a sus hijos. Como madre solícita, vela por nosotros, sostiene nuestro esfuerzo y alienta nuestra fidelidad. Nos lo dice la Escritura Santa. Nos lo dice también la tradición cristiana, la enseñanza perenne de la Iglesia y el sentido de la fe de nuestro pueblo, que siempre se ha acogido bajo el amparo de aquella que es abogada nuestra, auxilio de los cristianos, socorro y medianera entre Dios y los hombres.
- Dentro de unos momentos, voy a tener el honor inmerecido de coronar a la Virgen de la Paz, titular de vuestra Hermandad. La coronamos con una joya material, la corona de siempre, enriquecida con piezas que han brindado algunos hermanos y que han engastado vuestros orfebres. La coronamos, sobre todo, en la intimidad de nuestros corazones como reina y señora de nuestras vidas. Cuando hace tres años recibía en el Arzobispado al Hermano Mayor y a los miembros de la Junta de Gobierno para solicitarme la coronación de vuestra titular, les pedí que el acontecimiento tuviera una tonalidad eminentemente pastoral y evangelizadora, y que no buscaran otras finalidades que no fueran la renovación profunda de la vida cristiana y el incremento del amor a la Virgen de sus devotos. Les pedí también que fuerais austeros en los gastos y que no os olvidarais de los pobres, con una acción social realmente sólida, apreciable y consistente.
- Lo habéis cumplido con creces. Vuestra preparación de la coronación ha sido ejemplar, modélica diría yo para otras Hermandades. Ha sido una novedad la misión cofrade, que ha buscado la renovación de vuestra vida cristiana y de vuestro compromiso apostólico, con múltiples sesiones de formación. Vuestra Hermandad, que ya venía ayudando desde hace años de forma significativa al Centro de Orientación Familiar de san Sebastián, ha elegido como acción social, una aportación generosísima a la Fundación diocesana “Santa María Reina de la familia”, la institución que sustenta los COFs diocesanos, una obra pastoral y social de primera magnitud. Os felicito por todo ello y os lo agradezco de corazón.
- En aquella ocasión, os propuse un lema, que esta mañana vuelvo a reiteraros: «La Virgen de la Paz en el corazón»; » La Virgen de la Paz en el corazón» de los miembros de su Hermandad y de todos sus devotos. Sí, queridos hermanos y hermanas, pongamos a la Virgen en el centro de nuestros corazones y de nuestras vidas. Caminemos con ella, poniéndola como estandarte de nuestra peregrinación en esta tierra. ¡Qué mejor compañía que la de María! Que a partir de hoy, con un gozo y un compromiso renovados, la Virgen de la Paz sea el centro de nuestros pensamientos, el norte de nuestros anhelos, el apoyo de nuestras luchas, el bálsamo de nuestros sufrimientos y la causa redoblada de nuestras alegrías.
- Con «La Virgen de la Paz en el corazón», nuestra vida se convertirá en un camino de conversión y de gracia, de reconciliación con Dios y con los hermanos, de fraternidad y servicio entregado a los pobres y a los que sufren, y en un manantial de misericordia, santidad, dinamismo apostólico y fidelidad a nuestra vocación cristiana, meta final del acontecimiento singular que en este mañana a todos nos llena de alegría.
- En esta mañana, en que la Virgen nos mira con especial ternura, nos dirigimos a ella y la invocamos. Le pedimos por la Iglesia. Le pedimos por la persona e intenciones del Papa. Le pedimos por la paz, la paz de las conciencias, la paz en las familias, la paz en el mundo, fruto de la justicia, que como afirmara el papa Francisco el pasado día 20 en Asís, es don de Dios, siendo tarea nuestra invocarla, acogerla y construirla cada día con su ayuda. Le pedimos por España, nuestra patria, en esta hora crucial, en la que no se adivina un horizonte claro en lontananza, para que nuestros representantes en las Cortes busquen con sincera generosidad y sin tardanza, por encima de otros intereses, el bien de los españoles. Le pedimos por nuestra Archidiócesis, por sus Obispos, sacerdotes, consagrados y laicos. Le pedimos por Sevilla y nuestras autoridades y que cuide de los pobres y de los que sufren. Queridos hermanos y hermanas: Ya termino. Con san Ambrosio de Milán os deseo que “Que en todos resida el alma de María”. Con san Bernardo de Claraval, os deseo que “María –santa María de la Paz- nunca se aparte de vuestro corazón”. Así sea.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla