Homilía de mons. José Ángel Saiz en la Solemnidad del Corpus Christi (16-06-2022)
Homilía de mons. José Ángel Saiz en la Solemnidad del Corpus Christi,
16 de junio de 2022
Catedral de Sevilla
Celebramos la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo. «Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido» (1 Cor 11, 23). Este es el testimonio de Pablo, que hemos escuchado, y también el testimonio de los demás Apóstoles, que transmitieron lo recibido. Y como ellos, también sus sucesores han seguido transmitiendo fielmente lo que recibieron, de generación en generación, con una admirable continuidad, hasta el día de hoy. Nosotros, nos encontramos esta mañana para celebrar este misterio de fe y de amor que hemos recibido: El don de la Eucaristía y el mandato de repetir sus gestos y sus palabras de la última Cena: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía» (1 Cor 11, 24).
Repetiremos el gesto de “partir el pan”, ese momento inefable en el que Dios se hace tan cercano al ser humano, que se convierte en alimento espiritual expresando un amor sin límites. «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros». En esta entrega Cristo se refería también a cada uno de nosotros, y entregaba su vida por la salvación de cada hombre y de cada mujer de todo tiempo y lugar. Por nuestra parte, debemos sentirnos conmovidos interiormente, porque esta manifestación de amor no es un algo lejano, sino un acontecimiento que se actualiza en la celebración de la Eucaristía.
La Eucaristía es el centro de la vida de la Iglesia. A través de ella Cristo hace presente a lo largo de los siglos su misterio de muerte y resurrección. En ella lo recibimos como «pan vivo que ha bajado del cielo» (Jn 6, 51), y con Él se nos da la prenda de la vida eterna. Es el alimento del peregrino, el alimento para la fe, la esperanza y el amor. Es fuente de esperanza para cada persona y para toda la Iglesia y la humanidad.
“Este es el Sacramento de nuestra fe”, proclama el celebrante después de la consagración en la Santa Misa. La Eucaristía es misterio de fe. Es precisamente a través del misterio de su ocultamiento que Cristo se convierte en misterio de fe y de luz, gracias al cual el creyente es introducido en las profundidades de la vida divina. Esto nos ha de llevar a la admiración, a la contemplación y a la oración.
Al reflexionar sobre este misterio entendemos el amor y el esmero con que la Iglesia guarda ese tesoro, que es el centro de su vida. De la misma manera, parece lógico que los cristianos, a lo largo de la historia, hayan sentido la necesidad de manifestar también exteriormente la alegría y la gratitud por la realidad de un don tan grande. Por eso fueron madurando en la conciencia de que la celebración no podía quedar limitada dentro de los muros del templo, sino que era necesario llevarla por las calles de los pueblos y ciudades.
Así nació la procesión del Corpus Christi que la Iglesia celebra, desde hace muchos siglos, con solemnidad y alegría. También nosotros lo hacemos por las calles de nuestra ciudad. Entre cantos y alabanzas llevaremos el Sacramento del Cuerpo y la Sangre del Señor. Pasaremos por los lugares donde transcurre la vida de las personas, donde se hacen presentes sus sufrimientos y también florecen sus ilusiones. Ofreceremos el testimonio de nuestra fe, la esperanza de que en Jesús se halla la respuesta a los interrogantes más profundos, la certeza de que Él es quien puede satisfacer la sed de felicidad y de amor que el ser humano lleva dentro del corazón. Recorreremos la ciudad, saldremos al encuentro de nuestros hermanos y mostraremos a todos el sacramento de la presencia de Cristo.
Hoy nos congratulamos por la celebración de la fiesta del Corpus Christi, el día de la caridad, y por poder salir de nuevo recorriendo nuestras calles. Según algunos investigadores, es probable que la procesión de Corpus se iniciara en Sevilla a finales del siglo XIV; otros sitúan los comienzos el año 1454, y al parecer, hay constancia de la procesión del Corpus en Triana en 1506. Este año, el hecho de poder volver a procesionar después de las restricciones a causa de pandemia, debe ayudarnos a contemplar y adorar al Señor y a avanzar en el camino de la solidaridad. Este camino que Jesús recorre hasta el extremo de dar la vida y que se hace presencia y memoria para nosotros en la Eucaristía.
Toda la vida y actividad de Jesús está llena de amor compasivo. Se acerca a los que sufren, alivia su dolor, toca a los leprosos, libera a los poseídos por el mal, los rescata de la marginación y los reintegra en la sociedad. Nosotros debemos vivir esta misma actitud del Maestro y fomentar una cultura de la caridad, de la solidaridad. El samaritano de la parábola (cf. Lc 10, 25-37) vio al herido y no se apartó del camino; al contrario, se fue acercando, fijó la mirada en él y puso remedio a su situación. Hay que fijar la mirada en el otro, estar atentos unos a otros. El mandamiento del amor a Dios y al prójimo nos lleva a tomar conciencia de los demás, porque estamos llamados a vivir en fraternidad, en familia, y esto se traduce en justicia y solidaridad.
Todos sobrellevamos carencias, todos somos pobres de una u otra forma; y, a lo largo de la vida, todos atravesamos por dificultades y sufrimientos. Precisamente la experiencia personal del sufrimiento nos ayuda a ponernos en el lugar del otro, del pobre, del que sufre. La vivencia del dolor puede ser el camino para superar el egocentrismo, el narcisismo, y fijar la mirada en los demás. Felices los que son capaces de salir al encuentro de los demás, de conmoverse por su dolor y de unirse a ellos para buscar los remedios pertinentes.
Es necesario que en nuestra sociedad, tan impregnada de individualismo y egoísmo, se viva la responsabilidad de unos sobre otros. La pregunta de Dios a Caín: «¿Dónde está Abel, tu hermano?», es la misma pregunta que debe resonar en nuestra conciencia. Caín responderá con una evasiva: «No sé, ¿soy yo el guardián de mi hermano?» (Gn 4,9). No debe ser así entre nosotros, porque, efectivamente, somos guardianes de nuestros hermanos, es decir, hemos de cuidar de nuestros hermanos; todos estamos llamados a cuidar los unos de otros; y no sólo de una forma genérica y difusa, sino de un modo concreto y eficaz, porque en realidad somos interdependientes, personas que viven en relación, que han de estar unidas, como granos de trigo llamados a formar un mismo pan, como hijos de Dios llamados a vivir en familia.
Que esta celebración de la Eucaristía y la procesión por nuestras calles reavive las raíces cristianas y eucarísticas de esta ciudad, que afiance nuestra comunión con el Señor y nos ayude a hacer de nuestra vida un camino solidario de la mano de María, Nuestra Señora de los Reyes, Madre de la Misericordia. Que así sea.
+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla