Homilía de mons. Saiz en la Toma de posesión del nuevo Consejo General de HHCC de Sevilla (19-07-2022)
Homilía de monseñor José Ángel Saiz Meneses, arzobispo de Sevilla, en la Toma de Posesión del presidente del Consejo General de Hermandades y Cofradías de Sevilla, y su Junta de Gobierno. Capilla Real, 19 de julio de 2022
El Consejo participa de forma activa en la vida y en la acción pastoral de la archidiócesis: Ayuda a las Hermandades a su misión de fomentar el culto público, la evangelización, el crecimiento de la vida espiritual y el ejercicio de la caridad cristiana. Los fines del Consejo son: Coordinar a las Hermandades cuando actúan conjuntamente; ayudarlas cuando lo necesiten; promover entre ellas la comunión y caridad fraterna, y la coordinación en la pastoral diocesana; promover actividades de formación; representar y asesorar; velar por la buena realización del culto público. Crecimiento en la vida de fe, formación, culto público y caridad cristiana, en el marco de la misión evangelizadora de la Iglesia.
La evangelización es el primero y el mejor servicio que la Iglesia puede ofrecer. La parábola del sembrador resulta particularmente iluminadora para acercarnos a los destinatarios de la evangelización. En ella Jesús valora positivamente la eficacia de la Palabra del Reino, que es la semilla. Nos presenta un cuadro psicológico de los corazones y las existencias concretas en la respuesta al anuncio del Reino.
La tierra junto al camino es el terreno duro, no trabajado por el arado, pisado por caminantes, endurecido e impenetrable. En la carretera, en el asfalto, no crece nada y no puede penetrar nada. Vendrían a ser los contemporáneos que rehúsan explícitamente cualquier vínculo con Dios y su Palabra, los corazones endurecidos que no acogen la semilla. Parece que no tienen ninguna inquietud ni ninguna pregunta que hacer.
El terreno pedregoso simboliza a los que escuchan la Palabra con prontitud y alegría, pero como falta el sustrato no tienen constancia en la dificultad y la persecución. Espíritus perezosos y superficiales, alérgicos a las exigencias de la fe y al compromiso. Son los inconstantes, los incoherentes, los individualistas. Serían como aquellos bautizados que no aceptan las consecuencias de la fe para la vida.
El terreno entre espinos representa a aquéllos que por los afanes de la vida y la seducción del dinero y del consumo ahogan la palabra que escuchan. Gente que quiere vivir cristianamente, pero que al final queda atrapada por la mentalidad consumista, que quiere hacer compatible el seguimiento de Jesús con su apego a la riqueza. Estos afanes y seducciones de los bienes materiales tienen tal fuerza que absorben el corazón.
La buena tierra son todos aquellos que aceptan con corazón generoso la palabra que escuchan. Esta tierra da fruto: treinta, sesenta, cien. Son las personas que actúan con rectitud de intención, que caminan por la vida con humildad y sacrificio. Son los que, como María, desean cumplir la voluntad de Dios en toda ocasión. Son todos aquéllos que se esfuerzan por amar a Dios y a los hermanos, que sólo buscan el Reino de Dios y su justicia.
Fijémonos en el simbolismo de la tierra y la semilla. El ser humano es presentado como el terreno en que cae la semilla, a través de sus diversas situaciones y de su capacidad para recibir la semilla y hacerla germinar. La tierra significa el hombre dispuesto a recibir la palabra de Dios, capaz de acogerla y hacerla fructificar. Acoger la palabra significa creer. La persona se realiza creyendo de la misma manera que la tierra se realiza recibiendo la semilla. Ha sido creada para acoger la Palabra, es capaz de acogerla y dará fruto en la medida en que sepa acogerla. Desde el respeto a la libertad, la siembra abundante de la Palabra con el clima adecuado hace posible el fruto.
El otro elemento simbólico de la parábola es la semilla. Como dice el mismo Jesús, «la semilla es la Palabra de Dios» (Lc 8, 11). La verdadera protagonista de toda esta historia es la Palabra. La Palabra sembrada, pisoteada, disipada, sofocada, acogida y que introduce sus raíces en la tierra para germinar y dar fruto. Esta Palabra no es un elemento puramente extrínseco. Terreno y semilla han sido creados el uno para el otro. No tiene sentido pensar en la semilla sin tener en cuenta su relación con el terreno; y éste, sin la semilla, sería algo inhóspito. El ser humano, si corta su relación con la Palabra, queda convertido en un terreno reseco y estéril.
La Palabra es para el ser humano. Su eficacia se manifiesta no en abstracto sino suscitando, interpretando, purificando y salvando las vicisitudes históricas de la libertad humana. La Palabra se encuentra con las aspiraciones del hombre, con sus problemas, con sus pecados, con su deseo de salvación y con sus realizaciones en el campo personal y social. La Palabra, en definitiva, es Jesucristo, el Hijo eterno de Dios, que se ha hecho hombre para salvar a la humanidad, para salvar a todos y cada uno de los hombres y las mujeres de todas las épocas, de todos los lugares.
La misión evangelizadora de la Iglesia, en la que toman parte las Hermandades y Cofradías, tiene que propiciar una renovación profunda, una auténtica transformación de cada persona y de la sociedad, porque Cristo ha venido para hacer nuevas todas las cosas. Presentes en nuestra sociedad, haciendo camino con los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, compartiendo los trabajos y las dificultades, dando razón de nuestra esperanza, siendo portadores de alegría, de aquella alegría genuina que provoca la experiencia del encuentro con Jesucristo resucitado.
El servicio que el Consejo realiza a las Hermandades y Cofradías se lleva a cabo con profunda actitud de comunión y de sinodalidad, una actitud que ha de vivir el Consejo y cada una de las Hermandades. En primer lugar, desde la realidad profunda de la Iglesia como Cuerpo de Cristo. La imagen del cuerpo expresa la solidaridad entre los miembros, la necesidad de que cada miembro cumpla su misión específica, la cooperación imprescindible dentro de la unidad del conjunto buscando el bien común. La diversidad de los miembros y la variedad de las funciones no van en perjuicio de la unidad, como tampoco la unidad anula o difumina la variedad de los miembros y de sus funciones.
En segundo lugar, se trata de ver, acoger y valorar lo que hay de positivo en el otro, como un regalo de Dios para mí; estar atentos los unos a los otros, tomar conciencia de los demás, de que estamos llamados a vivir en fraternidad. Contemplar, acoger y valorar todas las realidades a la luz de la fe. Mirar a cada persona como nos imaginamos que la mira Dios. La mirada de Dios es la mirada del amor incondicional que se fija en la persona independientemente de sus valores o méritos; es una mirada gratuita de amor eterno, que permanece siempre fiel. Es ver a los demás con los ojos de Jesús.
Por último, rechazar todo tipo de egoísmo, de competitividad, de desconfianza y envidia, y ser muy conscientes de que quien mantiene todo el peso del edificio eclesial es Cristo. El mejor antídoto para vencer esta tentación está, sencillamente, en vivir la caridad, el amor cristiano, porque como san Pablo enseña, «el amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1Cor 13,4-7).
Nos encomendamos a Nuestro Señor, a María Santísima y a todos los santos. Comenzamos esta etapa con ilusión y esperanza, conscientes de que si somos humildes, como María, el Señor hará por nosotros obras grandes. Le pedimos especialmente que nos conceda ser un verdadero instrumento de evangelización, que sepamos colaborar con fraternidad y armonía, que sigamos apoyando el proyecto “Fraternitas”, que es la obra de caridad del Consejo, en el Polígono Sur. Que Nuestra Señora de los Reyes nos guíe siempre en este camino.
+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla