Homilía de mons. Saiz Meneses en el cuarto día de la Novena a la Virgen de los Reyes “María, Refugio y Fortaleza” (09-08-2022)
Fiesta de santa Teresa Benedicta de la Cruz.
María, Refugio y Fortaleza
Saludos. Queridos hermanos y hermanas que participáis en esta celebración: Señor Deán Presidente y miembros del Cabildo Catedral; sacerdotes, diáconos, miembros de la vida consagrada; Asociación Virgen de los Reyes y San Fernando; hermanos y hermanas presentes. Cuarto día de nuestra Novena, en que celebramos la fiesta de santa Teresa Benedicta de la Cruz, carmelita, mártir, patrona de Europa. Nació en el seno de una familia judía y pasó por una etapa de ateísmo. Una larga evolución intelectual y espiritual la condujo al catolicismo, al que se convirtió en 1921. Fue una buscadora apasionada de la verdad y del sentido más profundo de la existencia humana. Destacan también la firmeza de su fe, su vivencia profunda, y su fortaleza. Hoy contemplamos a Nuestra Señora de los Reyes como refugio y fortaleza nuestra.
¿Qué significa para nosotros la palabra fortaleza, la palabra fuerte? Significa energía, valor, consistencia. En nuestros tiempos no nos faltan ejemplos. Recordemos a los jóvenes que desde distintos lugares del mundo volvieron a Ucrania para defender su patria como soldados, arriesgando la vida; las personas que en el tiempo de la pandemia han asumido enormes riesgos para su salud y su misma vida, ayudando a los demás, especialmente las del ámbito sanitario; las personas que siguen arriesgando la vida en profesiones de riesgo, en acciones de salvamento o implicándose en emergencias como los incendios que se están produciendo en el verano.
Entre las visitas que realicé en mi primera semana después de tomar posesión, tuve ocasión de conocer una familia que vive en un piso de 30 metros cuadrados. Una madre coraje que está sacando adelante sola a cuatro hijos todavía pequeños luchando cada día frente a la adversidad. Fortaleza demuestra una joven o no tan joven, a quien todo su entorno aconseja abortar por múltiples razones, y lucha por salvar la vida del hijo que lleva en su seno. Fortaleza es no renegar de los principios morales, aunque eso signifique perder una importante promoción en la profesión. Fortaleza es cuidar a un familiar enfermo crónico a lo largo de los años, sin perder la sonrisa y el afecto. Hay muchas expresiones de fortaleza que no salen en los medios de comunicación, pero que son especialmente valiosas ante Dios.
Santo Tomás de Aquino nos enseña que la virtud de la fortaleza se encuentra en la persona que está dispuesta a afrontar los peligros y a soportar las adversidades por una causa justa, por la verdad, por la justicia[1]. La virtud de la fortaleza requiere siempre una cierta superación de la fragilidad humana y, sobre todo, del miedo. Porque el ser humano teme por naturaleza espontáneamente el peligro, los problemas y los sufrimientos. El miedo puede socavar el valor a quien vive en clima de amenaza, opresión o persecución. Para ejercer la fortaleza hay que superar la presión social de ser mal visto, el riesgo de exponerse a consecuencias desagradables, injurias, degradaciones, pérdidas materiales, persecución, y hasta la muerte.
A la virtud de la fortaleza se opone el temor desordenado, la cobardía, la cortedad de ánimo, la flojedad natural, la comodidad, que nos impulsan a huir del sacrificio y el dolor. El sociólogo alemán Ziygmunt Bauman[2], describió nuestra época con la metáfora de la liquidez. Según él, hemos pasado de una sociedad moderna que buscaba la solidez en los grandes principios ideológicos y en las grandes causas, a una sociedad posmoderna que es líquida y voluble. Como consecuencia, la fragmentación de las vidas, la precariedad de los vínculos humanos en una sociedad individualista, de relaciones efímeras en las que no se mantienen ni la lealtad ni el compromiso adquirido. Tiempos líquidos, sociedad líquida, amor líquido, que desembocan en un hombre líquido sin consistencia, sin estructura, sin compromiso.
El hombre líquido quiere ser simplemente un ciudadano del mundo sin ataduras, ni en el amor ni en la forma de vida. La realidad líquida es continuo movimiento, flujo y búsqueda de nuevas experiencias, pero sin echar raíces en ningún lugar, sin compromiso en el amor ni en el trabajo. Ciudadanos del mundo, pero de ningún lugar concreto. Es la era del consumismo, en la que lo importante no es conservar los objetos mientras son útiles, sino cambiarlos constantemente. A la vez, la vida líquida angustia a las personas porque no tienen nada fijo y duradero.
Nosotros vivimos en estos tiempos líquidos, y formamos parte de esta sociedad líquida. Nosotros estamos en el mundo, pero como nos dice el Señor, no somos del mundo. Somos los discípulos de Jesús, cuyo nacimiento es el acontecimiento central en la historia de la humanidad. El Hijo de Dios, que nace en un establo porque no había lugar para ellos en la posada ni alojamiento en ninguna casa de Belén. Contemplemos a María, que vive la experiencia de dar a luz en una situación de máxima precariedad y debe acostar al recién nacido en un pesebre. Este hecho permite entrever algunas de las características fundamentales del Mesías que ha nacido: no ha venido a ser servido, sino a servir y dar la vida por todos. Contemplemos la fortaleza de María y de José.
La ley de Moisés prescribía que los padres debían subir al Templo de Jerusalén para ofrecer a su hijo al Señor y para la purificación ritual de la madre. También María y José cumplen este rito. En el templo, José y María se encuentran con Simeón, hombre justo y piadoso, y con la profetisa Ana, que reconocen en el niño al Mesías esperado. Simeón lo toma en brazos y proclama que aquel niño es la salvación de todos los pueblos, la luz de todas las naciones y gloria de Israel. María y José estaban admirados de estas palabras; pero les dice también que será signo de contradicción, porque desvelará las intenciones de los corazones, y que a María una espada le traspasará el alma.
María y José, que se habían admirado cuando Simeón proclama a Jesús luz para alumbrar a las naciones y gloria de Israel, no dicen nada ante la profecía de la espada que le atravesará el alma. Acogen en silencio aquellas palabras misteriosas que anuncian una prueba muy dolorosa. A partir de la profecía de Simeón, la vida de María queda unida de modo absoluto a la misión de Cristo y se convierte en fiel cooperadora para la salvación del género humano. Ella mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz, sufriendo profundamente con él y asociándose a su sacrificio. Estuvo firme, de pie, manteniendo toda la dignidad y la fortaleza. En el drama del Calvario, a María la sostiene la fe, que se robusteció durante los acontecimientos de su existencia y, sobre todo, durante la vida pública de Jesús. A los insultos lanzados contra Jesús en la cruz, ella, responde también con el perdón, unida a su Hijo. De la misma manera se une en el abandono a la voluntad del Padre antes de morir: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23, 46). Contemplemos a María con el corazón roto por el dolor, pero firme, junto a la cruz, junto a su Hijo del alma.
En nuestro tiempo se da particular importancia a la cultura física, al hecho de estar en forma, a la fuerza física y mental. Pero a la vez experimentamos la propia debilidad, especialmente en el campo espiritual y moral, cediendo a las fragilidades personales y a las presiones del ambiente. La virtud de la fortaleza es necesaria para resistir a las tentaciones interiores y las presiones ambientales. La fortaleza cristiana no se aviene con las componendas en el cumplimiento del propio deber o con los disimulos vergonzantes cuando hay que dar la cara por Cristo o por la Iglesia.
La virtud de la fortaleza es sostenida por el don de fortaleza, don del Espíritu Santo que nos mantiene firmes en los momentos más trascendentales, como el martirio, y también en las dificultades habituales grandes o pequeñas del día a día, en la familia, en el trabajo, o en el ambiente. Hemos de pedirlo cada día al Espíritu Santo; yo os confieso que lo hago cada día después de comulgar, cuando rezo una oración al Padre, otra al Hijo y otra al Espíritu Santo: “Concédeme tus siete dones, especialmente dame fortaleza”. Ojalá podamos repetir con San Pablo: “Por eso vivo contento en medio de las debilidades, los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Co 12, 10).
María Santísima, Nuestra Señora de los Reyes, es nuestro refugio y fortaleza. Mi devoción a la Virgen María se fraguó en casa, en mi infancia, porque rezábamos cada noche el rosario en familia. Tengo vivo el recuerdo de mi madre, que antes de las grandes decisiones familiares, siempre se encomendaba a la Virgen, y en ella encontraba refugio y fortaleza. Que por intercesión de Nuestra Señora de los Reyes el Señor nos conceda este don, para superar las dificultades, para hacer siempre el bien, para avanzar por el camino de la santificación personal, para ayudar a los demás con un corazón valiente y generoso, para ser una Iglesia viva y evangelizadora. Así sea.
+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla