Homilía de mons. Saiz Meneses en el primer día de la Novena a la Virgen de los Reyes «Peregrina en la fe» (06-08-2022)
Homilía de Monseñor José Ángel Saiz Meneses en la Novena a la Virgen de los Reyes.
Catedral de Sevilla. Día primero.
En la Escuela de María. Peregrina en la fe
Saludos. Queridos hermanos y hermanas que participáis en esta celebración: Señor Deán Presidente y miembros del Cabildo Catedral; sacerdotes, miembros de la vida consagrada; Asociación de la Virgen de los Reyes y San Fernando; hermanos y hermanas presentes. Comenzamos nuestra novena, como cada año, el día 6 de agosto. Celebramos esta tarde el Domingo XIX del Tiempo Ordinario. Las lecturas que hemos escuchado nos orientan a la solemnidad de la Asunción de María, al futuro, al cielo, donde la Virgen santísima nos ha precedido. El evangelio invita a no aferrarnos a los bienes materiales y a cumplir fielmente nuestro deber tendiendo siempre hacia lo alto, despiertos y vigilantes, velando, orando y haciendo el bien en todo momento.
El fragmento de la carta a los Hebreos que hemos escuchado, presenta a Abraham, que por fe obedeció a la llamada de Dios y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad sin saber adónde iba, avanzando con el corazón confiado en la promesa de Dios. En María culmina la larga historia de fe del Antiguo Testamento, que incluye a tantas personas fieles, testigos del cumplimiento de las promesas de Dios. En la plenitud de los tiempos, la Palabra de Dios fue dirigida a María, y ella la acogió con todo su ser, con todo su corazón, para que tomase carne en ella y naciese como salvación para los hombres. En la Madre de Jesús, la fe ha dado su mejor fruto. En su vida, María ha realizado la peregrinación de la fe, siguiendo a su Hijo[1]. La novena que hoy comenzamos es también un camino, que iremos recorriendo de la mano de María.
Me siento muy honrado y agradecido al predicar la novena de la Virgen de los Reyes de este año, cuando tenemos tan reciente la celebración del 75 aniversario de la declaración del Santo Padre Pío XII como principal Patrona de la ciudad y archidiócesis de Sevilla y la procesión extraordinaria que pudimos realizar expresando nuestra devoción y amor. Es una hermosa oportunidad para proclamar la grandeza de Dios que enriqueció nuestra vida con el don de la Madre de Cristo y Madre nuestra, y agradecer su continua protección sobre la Archidiócesis y sobre la Ciudad de Sevilla. También hemos conmemorado el 350 aniversario de la canonización de san Fernando, el rey que en 1248 entró en la ciudad con esta imagen.
La historia cristiana de Sevilla está vinculada estrechamente a Nuestra Señora de los Reyes. Durante casi ocho siglos su imagen ha presidido la vida de la ciudad como una madre llena de misericordia, fuente de esperanza y consuelo para todos los que la invocan. Ella ha sido testigo de todas las vicisitudes y ha recibido las confidencias de sus hijos, y ocupa un lugar central en la historia espiritual de Sevilla. Esta venerable imagen es reconocida como el símbolo de nuestra la identidad histórica y católica, y por eso fue declarada patrona y protectora de la ciudad y de la archidiócesis.
La Virgen de los Reyes nos guía por el camino de la fe y del amor, de la libertad y la convivencia, y nos ofrece un mensaje de fidelidad y de esperanza. En estos días de la novena recordaremos con gratitud los muchos dones que las personas, las familias, las instituciones y la sociedad de Sevilla han recibido gracias a la intercesión de su Patrona. El don del amor y la fidelidad, el tesoro de los hijos y la unidad familiar, la fortaleza y el consuelo en tiempos de sufrimiento, la paciencia en las tribulaciones, el gozo y perseverancia en el cumplimiento de las obligaciones de cada día.
Nuestra vida es una peregrinación, un caminar siempre hacia adelante. En esta novena pediremos a la Virgen que siga protegiéndonos y guiándonos en el camino del seguimiento de su Hijo. El progreso de la Ciudad y de la Archidiócesis, el crecimiento de nuestras familias, los buenos ejemplos de nuestros mayores, son para nosotros exigencia de fidelidad y perseverancia. No son pocas las dificultades y presiones del ambiente, pero no olvidaremos nuestras tradiciones ni dejaremos de mantenerlas vivas. Hemos recibido muchos bienes materiales, morales y espirituales de aquellos que nos han precedido, de una tradición cristiana en la que hemos nacido y en la que queremos vivir y morir. Es responsabilidad nuestra transmitir este tesoro a las generaciones futuras con la palabra y la fuerza de un testimonio de vida coherente.
Nuestra tierra es la “tierra de María”, la Madre que nos lleva de la mano hasta su Hijo, Jesús, y, como a los sirvientes de las bodas de Caná de Galilea, nos encarga: “Haced lo que él os diga”. Nuestra tierra es la tierra de María y la tierra del Señor. Estos son los dos fundamentos principales de nuestra vivencia religiosa. El Señor está muy presente entre nosotros: él es nuestro Redentor, nuestra Vida, la luz que nos guía, que nos impulsa en el camino de la vida, en el cumplimiento de nuestros deberes. La Virgen María, que está siempre unida estrechamente a Cristo, nos ayuda a entrar y vivir en la amistad con su Hijo. Ella, que mantuvo unidos a los apóstoles en los momentos difíciles de la Iglesia naciente, nos congrega también ahora junto a Jesús.
Donde está María está también la Iglesia, porque ella es la Madre de la Iglesia; con ella y como ella somos templo de Dios habitado y santificado por el Espíritu Santo. La fe cristiana no es sólo recuerdo de tradiciones gloriosas, sino iluminación de la mente y fortalecimiento del corazón para orientar nuestra vida y construir nuestro futuro. La fe nos hace mejorar la calidad humana de nuestras familias, la educación cristiana de nuestros jóvenes, la justicia y la fraternidad de nuestra convivencia, la garantía de un progreso estable, apoyados siempre en la gracia de Dios y en el respeto a la ley moral.
María es modelo de fe y de fortaleza. Ella también vivió contracorriente, y tuvo que pasar por la gran prueba de la muerte de su Hijo en la cruz. Ella nos ayuda a vivir con la libertad y la fortaleza necesarias para ser fieles a nuestras raíces cristianas, que a lo largo de estos días se han de reavivar. Pedimos desde ahora con confianza que nos ayude a vivir esta novena como una verdadera escuela de fe y de vida cristiana, la escuela de María. La devoción y el amor que profesamos a la Virgen de los Reyes tiene que ser un verdadero estímulo y una ayuda poderosa para responder a lo que Dios quiere de nosotros. Este es el momento de vivir nuestra vocación cristiana como una vocación para la fidelidad y el testimonio, para la santidad y el apostolado.
El Concilio Vaticano II afirmó que la Virgen María avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo con total fidelidad la unión con su Hijo hasta la cruz[2]. Esta imagen de la peregrinación nos ayuda a entender el camino interior de María, modelo de creyente. Ella también tuvo que recorrer un camino que no estuvo exento de dificultades. La anunciación es el punto de partida. El ángel le comunica un mensaje desconcertante, la propuesta de convertirse en la madre del Mesías. Ella responde aceptando el plan de Dios, dando su consentimiento humilde y generoso. En su respuesta no hay otra seguridad que su confianza en la Palabra de Dios. Responde con una fe absoluta en este acontecimiento único e irrepetible de la historia de la humanidad. Los años que seguirán serán como un éxodo, un ponerse en camino, una experiencia profunda de pobreza, de confianza absoluta en Dios, porque ella ha creído que para Dios, ciertamente, no hay nada imposible.
En este momento María inicia un camino de fe y de unión con su Hijo que mantendrá hasta el final. La culminación de esta peregrinación será presenciar la muerte de su Hijo en la Cruz. Allí, recuerda san Juan Pablo II, «María experimenta la noche de la fe, y, después de la iluminación de Pentecostés, sigue peregrinando en la fe hasta la Asunción, cuando el Hijo la acoge en la bienaventuranza eterna»[3]. A pesar del sufrimiento, a pesar de que su alma es traspasada por la espada de dolor tal como le había anunciado el anciano Simeón (cf. Lc 2,35), al pie de la cruz María permanece fiel hasta el final. El drama de la pasión y muerte hizo tambalear la fe de los discípulos, que quedaron sumidos en el desconcierto. Ella, en cambio, estuvo de pie junto a la cruz, firme, en aquel momento tan doloroso.
Estos días van a ser jornadas especiales de gracia y amor de Dios. Abramos de par en par el corazón. Nos reunimos en torno a María Santísima como discípulos de Cristo, como hermanos de la familia de Jesús que es la Iglesia. Nuestra Señora de los Reyes nos ayudará a crecer en las actitudes propias de sus hijos, que también han de recorrer su peregrinación de fe con confianza y fidelidad hasta el final, como su Santísima Madre. Que así sea.
[1] Cf. FRANCISCO, Lumen Fidei 58.
[2] Cf. CONCILIO VATICANO II, Lumen gentium 58.
[3] SAN JUAN PABLO II, Catequesis, 21 de marzo de 2001.
+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla