Homilía de mons. Saiz Meneses en la Fiesta de la Virgen de los Reyes (15-08-2023)

Homilía de mons. Saiz Meneses en la Fiesta de la Virgen de los Reyes (15-08-2023)

Uno de los títulos que orgullosamente ostenta la ciudad de Sevilla es el de “mariana”. Este tratamiento se debe a que nuestra geografía está sembrada de bellísimas imágenes de la Virgen bajo diferentes advocaciones, y también a la proverbial devoción que los sevillanos profesamos a la Madre de Dios; al mismo tiempo, manifiesta la especial relación entre la Virgen María y nuestra vida cristiana a lo largo de la historia, y las exigencias para un presente caracterizado por la urgencia de la evangelización. Celebramos la fiesta de Nuestra Señora de los Reyes, patrona de Sevilla y de su Archidiócesis, en la solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María.

Precisamente, la bella imagen que hoy veneramos, con el título de Nuestra Señora de los Reyes, está vinculada a la recuperación de nuestra Archidiócesis para el cristianismo, después de la reconquista de Sevilla que llevó a cabo el Rey San Fernando III, el 23 de noviembre de 1248, cuyo 775 aniversario estamos conmemorando con diversos actos durante este año. La historia de la restauración del culto cristiano en Sevilla y su Archidiócesis está unida directamente con la Virgen María y la figura de San Fernando. La historia, como todas las historias bellas, ha sido adornada de leyenda para manifestar la relación tan estrecha que existe entre la implantación de la Iglesia en un lugar, el crecimiento de la vida de fe en esa comunidad cristiana y el amor a la Santísima Virgen que nos caracteriza como católicos.

San Fernando continúa siendo un modelo y referencia para la vivencia de nuestra fe a pesar de los siglos transcurridos, porque realizó en profundidad el ideal del caballero cristiano, con un corazón noble, y confiando en Dios. Se entregó al cumplimiento de sus deberes y a las tareas de servicio y de gobierno de su pueblo. Se sintió siervo de Santa María y Ella ocupaba un lugar importante en su vida. Así transmitió a su hijo Alfonso X el Sabio su profunda devoción a la Virgen y dejó imágenes marianas fernandinas para veneración de los fieles en los lugares conquistados.

La historia es maestra de la vida, para el presente y el futuro. La vida y obra de San Fernando nos enseñan a trabajar por la transmisión de la fe en nuestras familias, a nuestros hijos y nietos; su devoción a la Virgen, que es “estrella de la nueva evangelización”, nos alienta para transformar las estructuras de la sociedad en que vivimos, para que se asemejen, cada vez más, a los ideales evangélicos. Hemos de seguir poniendo a María en el centro de nuestros corazones creyentes, y seguir su ejemplo invitando a todos a “hacer lo que él nos diga”, como en las Bodas de Caná. Así, nuestra “mariana” ciudad de Sevilla, continuará muchos años más enraizada en la fe cristiana, por intercesión de Nuestra Señora de los Reyes.

Ella nos impulsa en el seguimiento de Cristo, y nos inspira para vivir con responsabilidad y entrega nuestra vocación y para dar respuesta a los desafíos del momento presente. El domingo 6 de agosto coincidió el comienzo de nuestra novena con el final de la Jornada Mundial de la Juventud de Lisboa, en la que han participado más de cinco mil jóvenes sevillanos. De la mano de la Virgen de los Reyes, San Fernando y el Papa Francisco, me gustaría destacar algunos aspectos de nuestro compromiso cristiano que en la actualidad adquieren particular relevancia.

En primer lugar, una ecología integral para superar los enfoques fragmentados y parciales, y poder llegar a un planteamiento completo del desarrollo humano que integra los aspectos sociales, medioambientales y económicos y que tiene repercusiones en la vida cotidiana y en la cultura. Es preciso tener en cuenta las interdependencias de las personas entre sí y con los sistemas de la naturaleza, con la certeza de que en el mundo todo está conectado como un sistema capaz de armonizar las relaciones fundamentales de la persona humana: la relación con Dios, consigo misma, con las demás personas, y con la creación.

Hemos de avanzar decididamente por la senda de la fraternidad y la amistad social. No como consecuencia de un propósito voluntarista, sino, sobre todo, a partir de la pertenencia común a la familia humana, del hecho de reconocernos como hermanos porque somos hijos de un mismo Padre, todos necesitados de crecer en la conciencia de que en un mundo globalizado e interconectado solo podemos avanzar si estamos unidos. La fraternidad debe promoverse no solo con palabras, sino con hechos. Hechos que ponen de manifiesto la mejor política, aquella que no está sujeta a los intereses partidistas o a las finanzas, sino al servicio del bien común, de la defensa de la vida, especialmente de los más débiles y vulnerables, que es capaz de poner a la persona en el centro de la actividad económica, y de luchar para ofrecer a todos un trabajo digno, de modo que cada uno pueda desarrollar sus capacidades y talentos.

El pasado día 6 en el rezo del Ángelus con el que finalizó la Jornada Mundial de la Juventud de Lisboa, el Papa Francisco declaró a los jóvenes y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad: “En el mundo son muchas las guerras, son muchos los conflictos. Pensando en este continente, siento un gran dolor por la querida Ucrania, que sigue sufriendo tanto. Amigos, permítanme también que yo, ya viejo, comparta con ustedes, jóvenes, un sueño que llevo en el corazón: el sueño de la paz, el sueño de los jóvenes que rezan por la paz, viven en paz y construyen un futuro de paz. Pongamos el futuro de la humanidad en manos de María, Reina de la Paz”.

La paz es fruto de la justicia, del perdón y la reconciliación. Hoy pido a nuestra Madre, la Virgen de los Reyes, la gracia de la misericordia y reconciliación plena de cada uno de nosotros con Dios, con uno mismo, con los demás y con la creación. Somos conscientes de que el ideal de amar a Dios y a los demás no es tan fácil; que, llamados a vivir en gracia, en comunión con Dios, topamos con una realidad de “des-gracia”, de mal, de pecado, que se hace presente en el camino. Pero el amor de Dios es más fuerte que nuestro pecado y que el mal del mundo. El Hijo eterno de Dios se hizo hombre, y entregó su vida en la cruz para que tengamos vida y vida en abundancia reparando esos vínculos. Es responsabilidad nuestra poner a Dios en el centro de la vida; es nuestro deber no olvidar a tantos hermanos necesitados en el mundo, en nuestros pueblos y ciudades, en nuestros barrios; es nuestra obligación cuidar y perfeccionar la creación, en lugar de destruirla.

Largo es el camino, y no exento de dificultades. Pero el Señor camina con nosotros, está presente en su Iglesia, y Nuestra Señora de los Reyes nos lleva de la mano y nos protege. Bajo su amparo nos acogemos, a su intercesión encomendamos nuestros trabajos, propósitos, y esperanzas todas. Ella es la Madre que nos acerca a Dios, que nos lleva a Cristo, su Hijo, que nos congrega para vivir como familia humana, en paz, y en armonía con la obra creada por Dios. “Tuyo Señora nuestro hogar, y tuyos nuestros amores. Nuestra oración tus flores, y nuestro pecho tu Altar”. Así sea.


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