Homilía de monseñor Saiz Meneses en la Misa Crismal (12-04-2022)
Homilía Misa Crismal. 12 de abril de 2022 (Martes Santo)
Catedral de Sevilla
Saludos: Queridos hermanos presentes en esta celebración: don Juan José, hermano en el episcopado, vicario general, vicarios episcopales, secretario general, arciprestes, delegados, presbíteros y diáconos, miembros de la vida consagrada, miembros del laicado; queridos todos, hermanas y hermanos. Estamos reunidos para celebrar la Misa Crismal, en que se reúnen los sacerdotes que forman el presbiterio en torno al pastor de la diócesis.
En una celebración tan llena de significado y contenido doy, en primer lugar, gracias a Dios, y también os quiero agradecer hermanos presbíteros y diáconos vuestra respuesta a la llamada de Dios y vuestro trabajo en toda la archidiócesis, en las parroquias y en los diferentes ámbitos pastorales, en tantas actividades en las que ponéis alma, vida y corazón acompañando pastoralmente las personas y las comunidades. Un agradecimiento grande y sincero, consciente de que en los últimos cursos las circunstancias han sido particularmente difíciles, y de que aún no hemos llegado a una normalidad pastoral plena.
La Liturgia de la Palabra de hoy contiene una síntesis del Misterio Pascual y de la Historia de la Salvación. Las lecturas se centran en Cristo. La segunda, del libro del Apocalipsis, nos lo presenta como el «testigo fiel», el «Primogénito de entre los muertos», como el «Príncipe de los reyes de la tierra», como aquel que «nos ha liberado de nuestros pecados por su sangre”. Jesucristo, Redentor del hombre y del mundo; Jesucristo, Redentor de la historia.
El Evangelio muestra el episodio en el que Jesús fue a Nazaret y entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados. Lee y comenta el fragmento del profeta Isaías que hemos escuchado en la primera lectura. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en Él esperando sus palabras. Su comentario será breve y definitivo: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oir”. Las palabras de la Escritura se han cumplido, porque en medio de vosotros está el Ungido, el Mesías, el enviado de Dios.
La unción es el símbolo de la efusión del Espíritu Santo. Hoy bendecimos los aceites que se utilizarán en la unción: el santo crisma, el óleo de los catecúmenos y el óleo de los enfermos. De esta forma confesamos que Cristo, que posee la plenitud del Espíritu Santo como Hijo de Dios y Redentor del mundo, enriquece de su plenitud a la Iglesia, y por medio de ella llena de bienes a todas las personas que abran el corazón a su salvación. Esta acción salvadora se lleva a cabo a lo largo del espacio y del tiempo a través de la Iglesia, que administra los sacramentos, signos de gracia y salvación.
Hoy celebramos la fiesta de nuestro sacerdocio y recordamos también la unción que recibimos en la ordenación. Esta unción significa el poder del Espíritu Santo, que el sacerdote recibe para celebrar la Eucaristía, para absolver de los pecados, para transmitir la fe y consolar a los afligidos, para edificar a la Iglesia como comunidad de fe y amor, como comunión que vive y anuncia la buena nueva del amor de Dios.
La liturgia que hoy celebramos nos presenta a Nuestro Señor Jesucristo en la triple función de Sacerdote, Profeta y Rey. Nosotros participamos de su sagrado ministerio y por eso participamos con fe en la liturgia de bendición de estos óleos que servirán para ungir a los catecúmenos en el bautismo, los bautizados que reciban la confirmación, los enfermos en su dolor, y finalmente, los candidatos al sacerdocio.
Nosotros hemos sido ungidos al servicio de los hermanos, al servicio del pueblo de la Nueva Alianza sellada por la sangre de Cristo. Nuestras manos fueron ungidas en la ordenación para que con la fuerza del Espíritu Santo y conformados a imagen de Cristo demos testimonio de fidelidad y amor, entreguemos la vida por el Señor y por los hermanos.
El Jueves Santo recordaremos la institución de la Eucaristía. Para celebrar el sacrificio eucarístico hemos sido ungidos en el sacramento del orden. Como dispensadores de la Eucaristía nos convertimos en servidores de Jesucristo y de todo el pueblo de Dios. Hoy lo recordamos especialmente con una profunda actitud de acción de gracias al Señor, que nos hace partícipes de su plenitud.
La finalidad de la Eucaristía es que lleguemos a vivir una comunión plena con Cristo tal como expresa la alegoría de la vid y los sarmientos, tal como san Pablo lo refería a los cristianos de Galacia cuando afirma: “Vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí. Y mi vida de ahora en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (2,20). Esto se realiza por la presencia y la acción poderosa del Cuerpo de Cristo. Debemos vivir cada día más ese sentido de la Eucaristía como encuentro, como presencia, como comunión real con Cristo. Debemos, asimismo, transmitirlo a nuestras comunidades, a nuestros fieles, que están llamados a vivir también esta relación con Jesucristo.
El Jueves Santo es el día del nacimiento de nuestro sacerdocio y también es el día de la institución de la Eucaristía. Hoy renovaremos las promesas que hicimos el día de la ordenación. Estas promesas nos afianzarán en nuestra vida sacerdotal y reavivarán el deseo de una entrega generosa para servir al pueblo de Dios allá donde seamos enviados a ejercer nuestro ministerio. Nos acompañan en esta celebración numerosos fieles de la archidiócesis. Mientras renovamos las promesas sacerdotales nos encomendamos también a su oración, para que seamos fieles a nuestra llamada, a la vocación que hemos recibido de Dios para el bien de la Iglesia y del mundo.
Hoy renovamos las promesas sacerdotales conscientes de la grandeza del don de Dios y conscientes, asimismo, de nuestra pobreza e indignidad. Al renovarlas, pedimos la gracia de la fidelidad, la gracia de la perseverancia, la gracia de estrenar cada día nuestro sacerdocio con ilusión renovada. Al renovarlas, pedimos también a Dios que el don de la vocación sacerdotal sea acogido generosamente por el corazón de todos los jóvenes que Cristo hoy sigue llamando para que dejándolo todo, le sigan para estar con Él y para ser enviados a predicar la Buena Nueva del Reino.
Renovamos en nuestros corazones la ordenación sacerdotal, reavivamos la gracia del sacramento. Renovamos las promesas de conformarnos cada día más y mejor al Señor Jesús, de renunciar a nosotros mismos, de amar a la Iglesia y de cumplir los deberes sagrados. Renovamos los compromisos de ser fieles dispensadores de los misterios de Dios, de predicar la Palabra imitando a Cristo, de dar la vida en servicio de los hermanos. Junto con el Señor, que nuestra vida sea llevar la Buena Nueva a los desvalidos, proclamar a los cautivos la libertad, devolver a los ciegos la luz, proclamar el año de gracia del Señor. Con actitud de servicio, como el Señor, que no vino a ser servido, sino a servir.
Que esta eucaristía nos ayude a vivir cada día más generosamente nuestro ministerio sacerdotal, confiados en el Señor, apoyados también en nuestra fraternidad sacerdotal. Que la conciencia de su presencia entre nosotros, día tras día hasta el fin del mundo, sea consuelo y esperanza en todas las circunstancias. Que nuestra existencia sea una existencia profundamente agradecida y entregada hasta el extremo, orientada hacia Cristo, en la escuela de María Santísima, Madre de los sacerdotes. Ella es, en todo momento, consuelo y fortaleza, Madre y Maestra que nos enseña y nos ayuda a vivir unidos a su Hijo Jesús. Que así sea.
+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla