Homilía de monseñor Saiz Meneses de la Santa Misa de envío de la familia docente de la Archidiócesis de Sevilla (01-10-2024)

Homilía de monseñor Saiz Meneses de la Santa Misa de envío de la familia docente de la Archidiócesis de Sevilla (01-10-2024)

Santa Misa de envío de la familia docente de la Archidiócesis de Sevilla. Curso 2024-2025. Catedral de Sevilla. 1 de octubre de 2024. Lecturas: Isaías 11, 1-3; Salmo 25; Mateo 5, 13-16.

Queridos sacerdotes concelebrantes, diácono; Delegado Episcopal, Consejo Diocesano para la Educación Católica, titulares, autoridades académicas, profesores, personal de administración y servicio; representantes de AMPAS; hermanos y hermanas presentes.

De nuevo nos encontramos aquí en el inicio de un nuevo curso académico para celebrar la Misa del Espíritu Santo pidiendo su luz y sabiduría, en esta celebración de envío del profesorado católico. Doy gracias al Señor por el regalo de presidir esta Eucaristía en la que ofrecemos el nuevo curso al Señor en comunión con los profesores, padres y trabajadores de nuestros centros de educación aquí en la catedral. Un encuentro de oración que constituye el fundamento de nuestra vida cristiana y renueva el sentido y el valor de nuestra vocación educativa. Un encuentro que expresa y refuerza los lazos de fraternidad, de comunión y sinodalidad entre nuestras personas e instituciones.

Hoy es un día de alegría para esta gran familia educativa. Quiero felicitar a los maestros y educadores por el coraje que demostráis eligiendo este camino y perseverando en él. Vuestra tarea es muy importante en la transmisión de los conocimientos, la cultura y, sobre todo, trabajando aspectos como la convivencia, la tolerancia, las relaciones interpersonales, la socialización. Somos más conscientes que nunca de la importancia de la educación y de las dificultades del momento presente. Por eso es bueno recordar y afianzar el significado y el sentido de la concepción educativa de la Iglesia y su realización práctica mediante sus diferentes instituciones educativas.

Nuestras escuelas, institutos y universidades forman parte de una sociedad en cambio constante, que evoluciona continuamente, en la que parece que vayan a desaparecer algunos elementos básicos de nuestra cultura, de nuestra tradición, y en cambio, emergen otros nuevos que la van configurando. Por ejemplo, hoy en día se tiende a un uso y valoración de la técnica y de la ciencia con el objetivo casi exclusivo de obtener resultados, en detrimento de cualquier intento de profundizar, de descubrir la esencia de las cosas y su significado último. Por otra parte, pese a la entrega de los educadores por trasmitir una enseñanza de calidad a sus alumnos, a veces puede aflorar cierto desencanto al no ver realizados los proyectos formativos que con tanto esfuerzo se pusieron en práctica. En no pocos casos, el maestro tiene que limitar su trabajo a facilitar el acceso a la información, quedando reducida la dimensión formativa de su acción.

El fragmento que hemos escuchado del evangelio de san Mateo forma parte del capítulo V, y se encuentra después de las bienaventuranzas, que nos presentan un perfil de ser humano de elevada perfección. “Vosotros sois la sal de la tierra”. La sal sirve en la vida corriente para condimentar los alimentos. La sal da sabor, y también aporta vigor, fuerza, consistencia. La humanidad necesita y espera un vigor y un sabor para vivir. Esa aportación es precisamente la misión de los discípulos de Jesús y la podrán llevar a cabo si viven el estilo de las bienaventuranzas: mansedumbre, pobreza, misericordia, limpieza de corazón.

“Vosotros sois la luz del mundo”. En el mundo material el sol es la luz. Sin esta luz no se distingue el color, ni se percibe la belleza de las cosas. Cuando la luz va menguando o desaparece completamente, ya no se consigue distinguir la realidad que nos rodea. En el corazón de la noche podemos sentir temor e inseguridad, esperando con impaciencia la llegada de la luz de la aurora. Esta imagen de la luz está muy presente en la Sagrada Escritura. Según el profeta Isaías, la luz de Israel y de todas las naciones será el Mesías. En el evangelio de san Juan (8,12), Jesús afirma de sí mismo que es la luz del mundo: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida». De sus discípulos dirá: «Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5, 14).

Es este un profundo misterio que san Pablo también recoge en la segunda carta a los Corintios (4,6): la luz de Dios brilla en la faz de Cristo y de ella se irradia al corazón de los apóstoles, y por los apóstoles al mundo. Como Cristo es la luz del Padre, los apóstoles son la luz de Cristo. Esta expresión contiene una significación profunda y un compromiso enorme. Vosotros sois “la luz” del mundo. No dice Jesús que somos “una luz”, una luz más entre otras muchas posibles, sino que somos “la luz”.

Ahora bien, el discípulo sólo puede ser luz en la medida que viva unido a Cristo-luz, en la medida que reciba de él la luz. Para vivir esa unión personal profunda, para avanzar en esa experiencia inefable, para ir entendiendo cada vez más esa vida de Dios en nosotros, es condición indispensable experimentar un encuentro personal con Cristo.

La infancia y la juventud son las etapas de formación por excelencia. No hay más que ver cuántas horas al día pasan los niños y jóvenes en el colegio, el instituto, la Universidad o los centros de Formación Profesional, y el tiempo que dedica a estudiar y formarse. Y es normal, pues en estos años cruciales es donde se asientan los cimientos de su futuro. Esa gran cantidad de horas da lugar a múltiples conversaciones y relaciones humanas, en las que también es necesario mostrar nuestra fe por la vía de la normalidad. El testimonio de maestros y profesores responsables, alegres, simpáticos y empáticos, conscientes de los problemas del mundo y abiertos al diálogo, sin miedos ni complejos, humildes y serviciales, capaces de participar en la vida comunitaria y esforzarse por el bien común, es un sello propio del educador cristiano. Los grandes santos que se movieron en ambientes de estudio así lo atestiguan, y nos sirven de inspiración.

Evangelizar los ámbitos formativos significa también descubrir la belleza y el orden de la Creación, instruirse en las ciencias para desentrañar los misterios del universo creado por Dios, conocer y comprender la historia y los quehaceres de los hombres para entender mejor el mundo al que estamos llamados a evangelizar, o prepararse para servir más y mejor a los demás; estos son modos en los que vivir nuestra relación con Dios y con los demás a través del estudio. Hay que enseñar a nuestros niños y jóvenes que la rutina cotidiana del esfuerzo, el sacrificio de las horas de estudio, el placer por aprender y el dolor por los suspensos, pueden ser un importantísimo capital de gracia que ofrezcamos a Dios, y que empleemos para evangelizar este ámbito y para nuestra santificación personal. También hay que dejar siempre un espacio para la formación específica en la fe cristiana, a través de lecturas que nos permitan conocer mejor la Palabra de Dios, nuestro Credo, la Doctrina de la Iglesia, la vida del Señor y el discurrir de la Historia de la salvación. Porque la formación humana y cristiana resulta hoy cada vez más necesaria para dar razón de nuestra esperanza (cf. 1Pe 3, 15).

Comienza un nuevo curso. Ofrecemos al Señor nuestros trabajos, imploramos su gracia para llevar a cabo nuestra misión educativa con competencia y generosidad, para ser la sal y la luz que necesita nuestro mundo, para ser constructores de paz, para ser testigos de alegría y esperanza. Nuestra Señora de los Reyes nos guía en el camino. Así sea.

 


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