Homilía del arzobispo en el envío de la Misión Joven

Homilía del arzobispo en el envío de la Misión Joven

MISIÓN DE LOS JÓVENES
Sevilla, Catedral, 12, III, 2011

Palabras previas de saludo y bienvenida.

1. Seguramente algunos de vosotros me habréis oído decir más de una vez en los dos últimos años que el objetivo final de una pastoral juvenil vigorosa no es suscitar voluntarios más o menos inspirados en unos vagos principios del humanismo cristiano, sino formar cristianos, discípulos y amigos del Señor, dispuestos a seguirlo y a anunciarlo. En el mundo judío, era bien conocida la figura del discípulo. Todos los grandes maestros de Israel tenían una cohorte de discípulos, que no eran meros oyentes de las lecciones de su maestro. Además le acompañaban, le servían, estaban dispuestos a los mayores sacrificios por él, procuraban impregnarse de sus sentimientos y, sobre todo, le imitaban. Los Evangelios nos atestiguan que el número de discípulos de Jesús era muy grande. S. Lucas nos refiere como le seguía «una turba numerosa de discípulos» (Lc 6,17), que escuchan su enseñanza, le sirven, viven con él y le imitan (Mt 8,19-22; cfr. Mt 9,14-16).

2. A ellos se refiere Jesús en el Evangelio que acabamos de anunciar al decirnos que ?quien quiera ser discípulo mío, que se niegue a sí mismo tome su cruz y me siga?.     En esta mañana, queridos jóvenes, ante la Cruz que el Papa Juan Pablo II os regalara el 22 de abril de 1984, el Señor os invita a seguirle con la ilusión y admiración de los discípulos que le acompañan por los caminos polvorientos de Palestina, con los ojos y los oídos bien abiertos para no perder ni uno sólo de sus gestos, ni una sola de sus palabras. Él es el camino, el único camino. En tiempos de Jesús, los caminos que comunicaban las ciudades de Palestina eran escasos y sólo ellos brindaban seguridad al caminante. En ellos había posadas, oportunidad de encontrar agua y alimento y vigilancia por parte de los soldados romanos. Aún así, en ocasiones, el caminante se veía sorprendido por partidas de bandidos que le asaltaban para robarle, como nos refiere el Señor en la parábola del Buen Samaritano. Salirse del camino para buscar atajos era exponerse a perderse y a múltiples peligros.

3.
Esta imagen del camino es la que tiene presente Jesús cuando nos dice «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14,6). Él es el único revelador del Padre. Él nos manifiesta, como nos dice S. Pablo, el amor y la filantropía del Padre (Tit 2,11). Él es el único acceso al Padre. «En ningún otro hay salvación y ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo y entre los hombres por el cual podamos ser salvos» (Act 4,12). Él es el único Mediador entre Dios y los hombres (I Tim 2,5). 

4. En nuestro mundo, queridos jóvenes, se multiplican las doctrinas, sistemas y movimientos que ofrecen caminos de salvación: el mundo de las sectas, la astrología, los horóscopos y los adivinos, que tratan de responder a las ansias de felicidad del corazón del hombre. No hace mucho leía yo un manifiesto de un grupo que pretende implantar entre nosotros el neopaganismo. Tal manifiesto es un canto a la belleza, a la juventud, al sexo, a las delicias del placer y los deleites refinados. El credo de este movimiento, que se presenta como una nueva cultura y casi como una nueva religión, se resume en pocas palabras: amar, vivir, gustar de la plenitud del cuerpo, cultivar la inteligencia y aguzar la sensibilidad, gozar de la vida en libertad sin ningún tipo de barreras morales. Son los nuevos ídolos ante los que se arrodillan muchos conciudadanos nuestros, a los que hay que sumar el afán de poder y de dominio, de brillar y sobresalir, el dinero, el tener, consumir y disfrutar.

5. Todas estas ofertas son caminos errados que no llevan a ninguna parte, soluciones que en ningún caso sanan el corazón del hombre. Tenemos una prueba evidente: nunca el hombre occidental ha contado con más medios materiales, con más bienestar y tiempo para el ocio, y sin embargo, nunca como en los últimos años han proliferado las enfermedades mentales, las neurosis, las depresiones y hasta los suicidios, cuyo número crece cada año incluso entre los jóvenes. Ello significa que los sucedáneos no dan la felicidad, que sólo se encuentra en el Señor. Sólo Él colma las aspiraciones más profundas del corazón del hombre, como nos recuerda San Agustín desde su propia experiencia: «Nos hiciste Señor para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en Ti».

6. A lo largo de su pontificado, el Papa Juan Pablo II, el Papa de los jóvenes, el Papa de la Cruz que en esta mañana nos ha congregado, os invitó muchas veces a los jóvenes a buscar la verdadera sabiduría, a abandonar «los mitos efímeros y los falsos maestros», a no resignaros a vivir una vida vacía y sin ideales y a vivir la «vida nueva» que Cristo nos ofrece, pues «Él mismo, con la ayuda de su gracia y el don de su Espíritu, os da la posibilidad de acogerla» y encarnarla en vuestra vida para ser  felices. Sólo Él es la Verdad que salva y libera. Sólo él nos permite ser libres. Sólo Él es la Vida que nos permite vivir en plenitud también en nuestro tiempo, pues como os dijo el Papa en la plaza de Colón de Madrid el 4 de mayo de 2003, «se puede ser moderno y profundamente fiel a Jesucristo». Cristo es el único y verdadero camino. No tengáis miedo a encontraros con Él y con su Cruz redentora en estos días, pues «Él es la respuesta verdadera a todas las preguntas sobre el hombre y su destino», sólo El nos lleva a puerto seguro, sólo Él da seguridad, estabilidad, firmeza y consistencia a nuestra vida. Como os ha dicho recientemente el Papa Benedicto XVI, Jesús es el maestro que no engaña. ?No desaprovechéis vuestra juventud. Vividla intensamente, consagradla a los elevados ideales de la fe y de la solidaridad humana?.

7. En esta celebración vais a recibir la misión del Arzobispo de anunciar en esta mañana a Jesucristo a Sevilla. Os  vais a encontrar con muchos ciegos, que necesitan el milagro de la fe, que necesitan esperanza, que necesitan, sobre todo, a Cristo, luz, camino, verdad y vida de los hombres. En los últimos decenios, Occidente y también España se han convertido en territorios de misión. Estamos alumbrando un mundo autosuficiente y orgulloso de sus avances técnicos, un mundo que se está construyendo sin Dios y sin Cristo, considerando al hombre como el centro y medida de todas las cosas, entronizándolo falsamente en el lugar de Dios. Para una parte notable de la cultura occidental, la sumisión a Dios entraña una alienación intolerable. Por ello, esta cultura, ensimismada y cerrada a la trascendencia, ha renunciado a la adoración y reconocimiento de la soberanía de Dios y, como consecuencia, ha perdido el sentido del pecado y de los valores permanentes y fundantes.

8. Como nos ha dicho el Papa Benedicto XVI, los cristianos sabemos ?que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro?. Él ?es la respuesta total, sobreabundante y satisfactoria a las preguntas humanas sobre la verdad, el sentido de la vida, la dignidad humana, la felicidad, la justicia y la belleza? (Documento final de la Asamblea del CELAM en Aparecida).Y nosotros estamos llamados a ser luz para tantos ciegos que no han conocido el esplendor de Cristo. Como los Apóstoles también nosotros  somos destinatarios del mandato misionero de Jesús. Como a ellos, Jesús nos transmite su misión y nos hace heraldos de su Buena Noticia. Nos encomienda enseñar lo que nosotros hemos aprendido, divulgar lo que a nosotros nos ha acontecido, que Él nos ha devuelto la luz, la vida y la esperanza. Como los discípulos de Jesús después de Pentecostés, hemos de acercarnos a este mundo nuestro, fascinante y atormentado, en progreso constante y al mismo tiempo lleno de heridas, tan diversas y tan dolientes.

9. En esta hora de la historia, magnífica y dramática al mismo tiempo, hemos de ser testigos de la alegría cristiana, de la paz, la reconciliación, la esperanza y el amor que nacen de la Buena Noticia del amor de Dios por la humanidad. Hay demasiado dolor e infelicidad en nuestro mundo como para que los cristianos, sacerdotes, religiosos y laicos, creamos que ya está todo dicho y todo hecho. Jesús y su Evangelio siguen siendo un tema pendiente en el corazón de los hombres de hoy, y a nosotros se nos ha confiado su anuncio desde las plazas y las azoteas del nuevo milenio que estamos comenzando, en el que más que nunca estamos emplazados a anunciar a Jesucristo a nuestro mundo, como fuente de sentido, como manantial de paz y de esperanza y como nuestra única posible plenitud. Y todo ello, con la palabra y también con el testimonio atractivo y convincente de nuestras buenas obras y de nuestra propia vida. Utilizando palabras del Papa Benedicto XVI en Brasil,  ?yo os envío a la gran misión de evangelizar a los jóvenes que andan errantes por este mundo, como ovejas sin pastor. Sed los apóstoles de los jóvenes??. Os lo digo también con las palabras pronunciadas por el Papa Juan Pablo II el 22 de abril de 1984 cuando os entregó la Cruz que nos reúne: ?Llevadla por el mundo como signo del amor del Señor Jesús a la humanidad y anunciad a todos que sólo en Cristo muerto y resucitado hay salvación y redención?.  

10. En esta mañana, gritad a todos a pleno pulmón que Cristo vive y que sólo Él es la esperanza para el mundo. Decídselo con las palabras de una canción bien conocida: No adoréis a nadie, a nadie más que a Él. Porque sólo Él nos puede sostener. No pongáis los ojos en nadie más que en Él. Porque sólo el nos da la libertad, porque sólo Él nos da la salvación. No adoréis a nadie, a nadie más que a Él. En esta misión os acompaña la Virgen, la reina de los Apóstoles, desde el icono precioso del Papa Juan Pablo II. Ella fue la primera en mostrar a Jesús como luz de las gentes, en Belén, a los pastores y a los magos, en la presentación de su Hijo en el templo y en Caná. Que ella dé fecundidad a vuestra misión apostólica en esta mañana y os acompañe en vuestro anuncio de Jesucristo a nuestra ciudad. Así sea

+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla


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