HOMILÍA en el Pontifical del Corpus Christi (jueves, 11-06-09)

HOMILÍA en el Pontifical del Corpus Christi (jueves, 11-06-09)

1. El Jueves Santo Cristo ponía la mesa y nos invitaba a su casa. Durante la cena, toma el pan y nos dice: este pan es mi cuerpo. Haced ésto en memoria mía.

 Hoy, en este día del Corpus Christi, somos nosotros, la comunidad cristiana, la que pone el altar de la Eucaristía en medio de la ciudad, e invita a todos a que participen de los bienes más estimados que los cristianos podemos tener. Y que no son otros que la fe en Jesucristo el hijo de Dios, el pan vivo de la Eucaristía y el mandamiento nuevo del amor fraterno.

 ¿Por qué hacéis todo esto? Porque esta es la señal, la prueba de nuestra fe. En la mesa hemos puesto adornos y lo más hermoso de nuestra música, de nuestro arte, de nuestra cultura. Es que la fe, que es creer en Dios y seguir fielmente a Jesucristo, no sólo no nos aleja de la realidad de ciudadanos de este mundo, sino que nos obliga a estar muy cerca de lo que viven y sienten nuestros hermanos.

2. Ésta es la tradición que hemos recibido: que Dios creó todas las cosas, que el Verbo se hizo hombre, que el pan y el vino son el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo.

 Como nos dice San Pablo: «Yo recibí del Señor lo que os he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: Este es mi cuerpo que se da por vosotros; haced esto en recuerdo mío. Asimismo también la copa después de cenar diciendo: Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces la bebierais, hacedlo en recuerdo mío. Pues cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga» (1Cor 11, 23-26).

 Nunca se ha de olvidar, que cada vez que comemos de este pan, estamos anunciando la muerte del Señor. Si Cristo murió por todos y a todos quiso con desmesura, no puede haber otra señal para reconocer a los discípulos de Jesucristo sino por el amor que existe entre ellos.

3. La caridad no se contenta con hablar de necesidad y de crisis, como decía en la carta pastoral para este día, sino que pone en marcha los más adecuados y eficaces proyectos para conseguir que las personas, en mayor indigencia y exclusión, puedan vivir con dignidad.

 Esta caridad, sólida e incuestionablemente basada en la justicia y el derecho, proviene de «un corazón limpio, una conciencia recta y una fe sincera» (Tim 1, 5). Una caridad que procede de la más recta de todas las intenciones: el amor a Jesucristo presente en nuestros hermanos más necesitados. Es un hipócrita quien dice que ama a Dios y no cuida de su hermano. Esa rectitud es garantía de autenticidad. No existe interés alguno más que el de cumplir, de la forma más fiel posible, el mandamiento nuevo del Señor: ayuda a tu hermano como Jesucristo te ha querido a ti, que ha entregado la vida para la salvación de todos.

 La Iglesia no quiere ni puede ofrecer más de lo que tiene. Se traicionaría a sí misma y engañaría a los demás con ofertas que no están entre sus posibilidades. Pero tampoco quiere olvidar su deber de amor sincero, de caridad fraterna.

 No nos avergonzamos de hablar de caridad, y mucho menos de practicarla, pues estamos convencidos de que con ello abrimos el mejor camino para la práctica de la justicia y el reconocimiento de los derechos de los más pobres y excluidos.

 Las heridas pueden ser muchas, pero estamos convencidos de que podemos encontrar curación si nos ponemos manos a la obra, con la ayuda de Dios y la responsabilidad de todos. En nuestro caso, colaborando generosamente con Caritas. Institución que es vivo reflejo de la práctica de la caridad entre los que formamos la Iglesia de Dios que peregrina en Sevilla.

4. Cristo es siempre nuestro ejemplo y camino. Si buscamos un amor sincero, lo encontraremos en esa realización máxima del mandamiento nuevo que es la Eucaristía. Si buscamos una fe convencida, aquí está el sacramento de nuestra fe. Si buscamos misericordia y perdón, este es el sacrificio en el que Cristo se entrega para nuestra salvación. Si se busca gozo y alegría, este santo Sacramento es el camino y el pan de la vida más auténtica y feliz. Si se busca esperanza, la Eucaristía es la señal y prenda de la vida eterna.

 Hemos traído al altar el pan de cada día; Cristo nos lo devuelve convertido en su Cuerpo santísimo. Hemos venido con la debilidad de nuestra propia vida; Cristo la llena de fortaleza con su gracia y bendición. Hemos llegado con aquellos que forman nuestra ciudad humana; Cristo nos ha hecho sentirnos hermanos.

 Ahora podemos comprender mejor la razón por la cual el sacramento que celebramos en el altar tiene que salir a la calle: es el misterio de nuestra fe y la mejor y más eficaz expresión de la responsabilidad de cumplir fielmente el mandamiento nuevo del amor fraterno. El pan es consagrado y nuevo. Y nuevo es también el amor con el que se ha de servir al hermano.

 Siempre unidos a María, la Madre de Jesús. La que fue el sagrario más limpio y santo que nunca hubiera. Del seno bendito de la Virgen María ha llegado a nosotros el mismo Hijo de Dios. Haced lo que él os diga, nos recomienda la Virgen María. Y como Jesús nos dijo que celebráramos la cena pascual en memoria suya, tomamos una vez más el pan y el vino y se lo ofrecemos. El hará para nosotros el milagro de la conversión del vino y de la multiplicación del pan. El Cuerpo y la sangre de Cristo serán para nosotros comida y bebida de salvación. Amén.


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