Homilía en en el rito de consagración en el ‘Ordo Virginum’ de Pilar Trujillo (13-01-2024)
Homilía de Mons. José Ángel Saiz Meneses en el rito de consagración en el Ordo Virginum de Pilar Trujillo Berraquero. Catedral de Sevilla, 13 de enero de 2024. Lecturas: Is 61, 9-11; Salmo 44; Flp 3, 8-14; Mt 25, 1-13.
- Queridos hermanos y hermanas presentes en esta celebración: Vicario Episcopal para la Vida Consagrada, Delegado para el Ordo Virginum, sacerdotes concelebrantes, diácono, miembros de la Vida Consagrada, del Ordo Virginum; especialmente, querida Pilar, familiares y amigos que hoy participáis en esta celebración.
- El Orden de las Vírgenes, ligado íntimamente al ministerio del Obispo y a la Iglesia particular, tuvo una extraordinaria importancia en la Iglesia antigua. Fue, de hecho, la más antigua forma de vida consagrada. A él pertenecieron las santas Inés, Lucía y Cecilia y otras muchas que, como ellas, son recordadas y honradas en las antiguas iglesias de Roma. A partir del siglo IV, con la aparición de otras formas de vida consagrada, en comunidad o en soledad, fue perdiendo relevancia hasta desaparecer prácticamente a lo largo del siglo V. Fue restaurado por el Concilio Vaticano II (cf. SC 80).
- Las vírgenes consagradas viven en medio del mundo. No pertenecen a ninguna familia religiosa, ni dejan a su familia o su trabajo profesional. No hacen voto de pobreza, aunque tratan de vivir desapegadas de los bienes materiales. Tampoco hacen voto de obediencia, aunque están especialmente vinculadas al Obispo, que puede señalar un campo concreto de apostolado, casi siempre al servicio de su propia parroquia o de un sector concreto de la pastoral diocesana; sí deben vivir el consejo evangélico de la castidad, por eso hacen propósito de guardar castidad perfecta. El ritual de la consagración de las vírgenes considera esta forma de vida como un desarrollo y profundización de la alianza bautismal que el Espíritu Santo mueve a algunos bautizados y los llama a un amor esponsal, absoluto, irrevocable y definitivo a Jesucristo, viviendo la virginidad por el Reino de los cielos, a imitación del Señor, de su Madre bendita y de toda una pléyade de mujeres santas.
- El carisma de la virginidad es un don de Dios. Nadie puede pretender este estilo de vida si el Señor no le llama, ya que supera las capacidades del ser humano. Toda persona, hombre o mujer, ha nacido para el amor esponsal; todos llevamos grabada en nuestra naturaleza esta disposición; hemos nacido para amar. Para la mayoría de las personas, la vía ordinaria es el matrimonio, pero a algunos miembros del Pueblo de Dios, el Señor les concede el don de la virginidad. Gracias a este don viven una relación esponsal personal y exclusiva con Él, entregando su corazón y su afectividad con un amor total, exclusivo e indiviso.
- Las vírgenes consagradas son un don de Dios para nuestras comunidades cristianas. La nueva floración de esta antigua vocación en la Iglesia es un regalo del Espíritu Santo que todos debemos acoger, acompañar y agradecer. Ellas ofrecen en las Diócesis o en sus parroquias un servicio humilde y discreto, y a la vez fructífero y eficaz. Su misma presencia edifica a la Iglesia porque con su testimonio nos están recordando a todos que el Señor es el primero y supremo valor de la vida y que merece ser amado con el mismo amor con que Él nos ama.
- El Evangelio que hemos escuchado nos presentaba la parábola de diez muchachas invitadas a una fiesta de bodas, símbolo del reino de los cielos, de la vida eterna. De las diez, cinco entran en la fiesta, porque, a la llegada del esposo, tienen aceite para encender sus lámparas; mientras que las otras cinco se quedan fuera, porque no han llevado aceite. ¿Qué simboliza este aceite, elemento indispensable para ser admitidos al banquete nupcial? Los Padres de la Iglesia interpretan que es un símbolo del amor, que no se puede comprar, sino que se recibe como don, se conserva y desarrolla, y se practica en las obras. Aprovechar los años de vida que el Señor nos concede para realizar obras de misericordia es verdadera bondad y sabiduría, porque, después de la muerte, eso ya no será posible. Cuando seamos examinados en el juicio final, la asignatura consiste en el amor que se haya practicado en la vida terrena (cf. Mt 25, 31-46). Y este amor es don de Cristo, que recibimos, desarrollamos, compartimos y proyectamos.
- En el Mensaje que el Papa Francisco envió con ocasión del 50 aniversario de la promulgación del Rito de la Consagración de las Vírgenes, nos ofrecía algunos subrayados, a partir del mismo Ritual y de la Instrucción Ecclesia Sponsae Imago. En primer lugar, recomienda amar a todos y dar preferencia a los pobres; porque la consagración os reserva para Dios, pero no os aleja del ambiente donde vivís y en el que estáis llamadas a ofrecer vuestro propio testimonio con actitud evangélica, con proximidad a las personas. Vuestra consagración virginal, con esta cercanía específica a los hombres y mujeres de hoy, ha de ayudar a la Iglesia a amar a los pobres, a reconocer la pobreza material y espiritual, a socorrer a los más frágiles e indefensos, a los que sufren por cualquier tipo de enfermedad, a los pequeños y a los ancianos, a los que corren el riesgo de ser descartados. En definitiva, a ser mujeres de misericordia, expertas en humanidad, como la misma Iglesia.
- La Oración de consagración, que invoca para vosotras los dones multiformes del Espíritu, pide que viváis en una casta libertas. Que este sea vuestro estilo de relación, para ser signo del amor esponsal que une a Cristo con la Iglesia, virgen madre, hermana y amiga de la humanidad. Estáis llamadas a crear relaciones auténticas, impregnadas de bondad y verdad, que rescaten a las personas de nuestros pueblos ciudades de la soledad y del anonimato. Pedimos también al Señor que os conceda el don de la parresía, de hablar y actuar con valentía, desde la sabiduría, la iniciativa y la autoridad de la caridad, con mansedumbre y humuildad.
- María es el icono perfecto de la Iglesia; a ella las vírgenes consagradas vuelven sus ojos, porque ella es la estrella que orienta su camino. A su materna protección la Iglesia les confía. Estimada Pilar: tú ya has vivido la consagración al Señor; ahora comienzas una nueva etapa con una nueva modalidad. Que el Señor te llene de su amor, de su gracia, de la fuerza del Espíritu para vivir ese camino que hoy comienzas con radicalidad evangélica, desde la generosidad de una vida entregada al Señor y al servicio del Iglesia, desde la profundidad de una unión esponsal con la que el Señor llene tu vida como nada ni nadie de este mundo puede llenar.
- Quiera Dios que en nuestra Archidiócesis y en toda la Iglesia sean muchas las jóvenes que se sientan atraídas por el testimonio de entrega total a Jesucristo de nuestras vírgenes consagradas, que permanecen en el mundo, en sus trabajos y en su familia, ofreciendo su corazón y su vida entera por bien de la Iglesia y de todos los hombres. Que Nuestra Señora de los Reyes sea la luz que te guíe este camino de respuesta confiada a la llamada del Señor. Que así sea.