Homilía en la Fiesta de San Juan de Ávila, patrono del clero secular español (09-05-2024)

Homilía en la Fiesta de San Juan de Ávila, patrono del clero secular español (09-05-2024)

 Catedral de Sevilla, 9 de mayo de 2024

Lecturas: Hch 13,46-49; Sal 22,1b-6; Mt 5,13-19

Queridos hermanos y hermanas que participáis en esta celebración: Obispos Auxiliares, presbíteros, diáconos, seminaristas; miembros de la vida consagrada y del laicado. Especialmente, saludo a los hermanos que celebráis este año las bodas sacerdotales de oro y plata. Antonio Ariza Soler, Manuel Ángel Cano Muñoz, Juan Carlos Díaz Sánchez y Sebastián García Badía, cumplen 50 años de ordenación. Francisco de Asís Bustamante Sainz, Pablo Gabriel Casas Aljama, Miguel Ángel Collado Correa, Ángel Fernando del Marco Ostos, Jorge Dorado Picón, José Manuel Escamilla Prieto, Manuel Jesús Galindo Pérez, Miguel Ángel Garzón Moreno, Thomas Roy Jerom, Ignacio Jiménez Sánchez-Dalp, Esteban Keryakes Tawadrous, Emilio Morejón Camacho, Pedro José Rodríguez Molina, Adrián Sanabria Mejido, Manuel Sánchez de Heredia y Jesús Sevilla García-Rivera, 25 años de ordenación. Los Diáconos Federico Cereceto Marín, Juan Miguel López Luque y Manuel Marín Ramos, 25 años.

Celebramos la fiesta de san Juan de Ávila, patrono del clero secular español, modelo sacerdotal cuya vida nos inspira en estos tiempos, tan difíciles y apasionantes como fueron también los suyos. En la oración colecta hemos pedido al Señor que en nuestros días crezca la Iglesia en santidad por el celo ejemplar de sus ministros, siguiendo el ejemplo de San Juan de Ávila, maestro ejemplar por la santidad de su vida y por su celo apostólico, cuya vida sacerdotal fue auténtica sal de la tierra y luz del mundo. También a nosotros nos llama el Señor a ser la sal que da sabor, que aporta vigor, fuerza, consistencia, porque la humanidad espera y necesita de esa fuerza y ese sabor para vivir; y esa aportación es precisamente la misión de los discípulos de Jesús. Asimismo, somos llamados a ser la luz del mundo. La luz de Dios brilla en la faz de Cristo y de ella se irradia al corazón de los apóstoles, y por los apóstoles al mundo. Como Cristo es la luz del Padre, los apóstoles son la luz de Cristo y están llamados a ser luz del mundo.

Ahora bien, el discípulo sólo puede ser luz en la medida que viva unido a Cristo-luz, en la medida que reciba de él la luz, que sea transparencia de su luz. La historia de la Iglesia está llena de santos que han vivido hasta las últimas consecuencias la unión con Cristo y su proyección luminosa. En estos tiempos de relativismo y posverdad, mientras seguimos adentrándonos en el nuevo milenio, siendo conscientes de la urgencia de una nueva evangelización, el mensaje y el ejemplo de vida de San Juan de Ávila iluminan los caminos y los métodos que hemos de seguir; y al contemplar el celo apostólico de un auténtico «Maestro de evangelizadores», se reaviva nuestro ardor evangelizador para anunciar a Jesucristo y seguir edificando la Iglesia.

Hoy pedimos al Señor la gracia de reavivar nuestro celo evangelizador, de fundamentar nuestro trabajo pastoral en la fe y la esperanza, más allá de las dificultades, que siempre estarán presentes en el ejercicio del ministerio. Porque este es el único planteamiento válido y realista de verdad, que nace de una actitud de insatisfacción sincera, llena de esperanza, como punto de partida para toda acción pastoral eficaz. La postura más cómoda es caer en la inercia conformista, justificada por los análisis puramente humanos, que no tienen nada de teologal y que acostumbran a desembocar en la mera inoperancia. Pidamos al Señor la gracia de alcanzar un conocimiento profundo y preciso de las personas que se nos han encomendado, y también la firme convicción de que es realmente posible que, aunque vivan al margen de la fe, pueden sentir la sacudida de la gracia y experimentar el encuentro con Cristo. Por nuestra parte, seamos generosos en el trabajo pastoral y hagamos un esfuerzo por salir a su encuentro para anunciarles el Evangelio.

San Juan de Ávila encontró la fuente de su espiritualidad en el ejercicio del ministerio, configurado con Cristo Sacerdote, desde una profunda vida de oración y experiencia de Dios. Contemplamos en él a un enamorado de la Eucaristía y un fiel devoto de María Santísima; con una sólida formación en las ciencias humanas y en las teológicas, conocedor de la cultura de su tiempo; con un talante acogedor y cercano, viviendo la amistad, la fraternidad sacerdotal y el trabajo apostólico en comunión; un apóstol infatigable entregado a la misión, padre y maestro en el sacramento de la penitencia, guía y consejero de espíritus, discernidor de carismas, animador de vocaciones sacerdotales, religiosas y laicales; también se preocupó por la educación de los niños y jóvenes y fue innovador en los métodos pastorales, dando respuesta a los desafíos que se presentaban en el tiempo que le tocó vivir.

Su devoción a Nuestro Señor, presente en el Santísimo Sacramento del altar, era verdaderamente extraordinaria. Es un enamorado de la Eucaristía, de la que habla y escribe con corazón enardecido. Particularmente a los sacerdotes les aconseja que celebren con fervor la Santa Misa, lo cual exige recogimiento y santidad de vida. Él se pasaba horas ante el sagrario, donde Cristo «se quedó por el gran amor que nos tiene». Y junto a la Eucaristía, el sacramento de la penitencia, al que dedicó muchas horas como confesor, sabiendo que es el lugar donde se restablece la amistad con Dios, y al que exhortaba continuamente en sus sermones. No podemos olvidar que el amor a la Eucaristía lleva también a apreciar cada vez más el sacramento de la Reconciliación. Y debido a esta relación entre ambos sacramentos, una auténtica catequesis sobre el sentido de la Eucaristía no puede separarse de la propuesta de un camino penitencial.

La Eucaristía es el centro de nuestra vida sacerdotal. Las condiciones sociales y culturales que nos toca vivir en el mundo actual son complejas y llenas de cambios. Más que vivir una época de muchos y grandes cambios, vivimos un cambio de época, como ha señalado el Papa Francisco. Por otra parte, somos conscientes de la falta de sacerdotes y de que las actividades pastorales son múltiples y casi todas se suelen presentar como urgentes. No es suficiente la buena voluntad de intentar abarcarlo todo con el riesgo de caer en el activismo y con un serio peligro de dispersión que puede dificultar la vida espiritual, la formación e incluso puede llegar a desenfocar la acción pastoral. Hay que entregarse hasta el extremo, dar la vida como el Señor, pero, a la vez, también hemos de discernir y priorizar, buscando siempre la voluntad de Dios.

Quiero resaltar también que la vivencia de la pobreza en san Juan de Ávila fue extraordinaria, y que se despojó de todo a favor de los pobres. Al recibir la ordenación sacerdotal en 1529, celebró la primera Misa solemne en la parroquia de su pueblo. Como ya habían muerto sus padres, para festejar el acontecimiento invitó a su mesa a doce pobres y decidió vender sus posesiones y entregar la cuantiosa fortuna familiar a los más necesitados. Quería imitar así el ejemplo de Cristo, que nació, vivió y murió en pobreza. Como criterio de discernimiento en los candidatos al sacerdocio señala el espíritu de pobreza, y de los sacerdotes dice que son «padres de los pobres». Mensaje y ejemplo que anima el compromiso de amor preferencial a los pobres en el que nos debemos empeñar no sólo viviendo con generosidad la donación de los bienes materiales o del propio tiempo; se trata, sobre todo, de la donación de sí mismo, de la propia vida. Por eso, la caridad pastoral debe ser el criterio, la clave determinante de nuestra vida, de nuestras relaciones con los hermanos.

Hoy damos gracias a Dios por el don del sacerdocio, porque el Señor nos ha elegido a pesar de nuestra pobreza y pequeñez, porque nos llama a vivir en su amistad, en su intimidad, y nos envía para dar un fruto abundante y duradero. María Santísima, Mujer eucarística, Madre de los sacerdotes, Reina de los Apóstoles, Madre de los pobres, es la Madre y maestra que nos enseña, que nos guía en camino, ella es nuestro consuelo y esperanza, ella es la causa de nuestra alegría. Así sea.

 

 

 

 

 


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