Homilía en la Misa Crismal

Homilía en la Misa Crismal

 1. He deseado vivir estos días cono vosotros, dice el Señor? Días de los grandes ofrecimientos y de las grandes promesas

Los ofrecimientos son de Cristo al sacerdote: El Espíritu del Señor está sobre ti. Si me has seguido, tendrás la cruz contigo. Yo te he elegido. Had esto en memoria mía. Yo estoy siempre contigo.

Las promesas del sacerdote a Cristo: Líbreme Dios de presumir sino es de la cruz de Cristo. Te seguiré a dónde quiera que vayas. Sólo tú tienes palabras de vida eterna. Tú sabes que te quiero…

2. Alianza entre sacerdotes (Cristo y tú). No hay ya otro camino, ni otra manera de vivir que los de la fidelidad a Cristo

Con Cristo está asegurada la presencia del Espíritu y los dones del Espíritu. Con Jesucristo, los compromisos sacerdotales no son obstáculo y corsé que oprime y ahora la libertad de la persona. Sino ayuda para caminar con paso firme por la vida anunciando el reino de Dios.

 

Con Jesucristo, las promesas sacerdotales no son carga de leyes preceptos, sino anuncio de las mejores noticias para el encuentro con Cristo, Señor y Salvador. Con Jesucristo, la Iglesia no es muro y parapeto que impide caminar con libertad y alegría… Sino que es madre y ayuda que nos acerca a Jesucristo. Con Jesucristo, las gentes que se te han encomendado a tu ministerio pastoral no son grupo lleno de dificultades, sino hermanos enviados a ti por Cristo para que les sirvan y sean tus mejores compañeros del camino.

Con Jesucristo perdonas y repartes misericordia. Con Jesucristo te entregas en la Eucaristía. Con Jesucristo vives el gozo de ser su amigo.

3. Una condición: dejarse abrazar por Dios (Dejaos reconciliar con Dios)

Reconciliarse con la propia vocación y ministerio. Completo vaciamiento de uno mismo para que Cristo habite en nosotros en toda su riqueza y plenitud. Asumir la gracia que se nos ha dado por la imposición de las manos de nuestro obispo, y hacerla fructificar. Entregarse sin descanso al servicio de la comunidad que se te ha confiado. Asumir las responsabilidades y consecuencias: si tienes entrañas de pastor, no deben asustar las espinas, sino confiar en Dios (San Agustín)

4. Si quieres servir, deja que Cristo sea tu servidor

Con Cristo estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Gál 2, 19). Aquello que puede dar el sacerdote no es otra cosa que lo que él tiene: la vida de Cristo. Contemplando el rostro de Cristo vivo y presente en los hermanos, particularmente en los más desfigurados y pobres. Escondiéndose en el corazón de Cristo, para aprender allí, en la escuela de una oración íntima, a vivir muriendo cada día en este servicio los demás.

Y si has recibido misericordia, reparte la misericordia con generosidad y alegría. la misericordia no se regatea (que se haga fiesta…), y llénalo todo de alegría y esperanza porque el Señor, después del arrepentimiento y del perdón, que ha dado de nuevo la alegría de la salvación.

5. Contemplaremos, especialmente en estos días, las heridas de Cristo. Y diremos con San Pedro. Tus heridas nos han curado (1Pe 2, 24)

Una de las heridas más sangrantes y dolorosas del corazón de Cristo fueron los padecimientos de su Madre. Para consuelo de la Madre y del Hijo se eligió a Juan, al discípulo fiel.

Si Juan es figura de la Iglesia que recibe a la Madre, el sacerdote la tendrá siempre en la casa de su ministerio y en la ejemplaridad de su vida fiel a Cristo.

San Juan María Vianney vivía encendido en una inmensa caridad pastoral. La fuente de tanto amor no podía ser otra que la Eucaristía. Allí aprendía de la palabra de Dios, allí ponía todo el amor a su parroquia.

Al renovar las promesas sacerdotales, en este año sacerdotal, diremos, en ese año sacerdotal, las misma palabras que repetía San Juan María Vianney:

"Te amo, mi Dios, y sólo deseo amarte hasta el último respiro de mi vida.

Te amo, oh Dios infinitamente amable, y prefiero morir amándote

antes que vivir un solo instante sin amarte.

Te amo, Señor, y la única gracia que te pido

es aquella de amarte eternamente.

Dios mío, si mi lengua

no pudiera decir que te amo en cada instante,

quiero que mi corazón te lo repita

tantas veces cuantas respiro.

Te amo, oh mi Dios Salvador,

porque has sido crucificado por mí,

y me tienes acá crucificado por Ti.

Dios mío,

Dios mío, dame la gracia de morir amándote

y sabiendo que te amo.

Amén.

 

 

+ Carlos, Cardenal Amigo Vallejo

Sevilla, martes santo 2010

 


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