Homilía en la solemnidad de la Asunción de la Virgen 2024

Homilía en la solemnidad de la Asunción de la Virgen 2024

Homilía de Monseñor José Ángel Saiz Meneses. Fiesta de la Virgen de los Reyes. Solemnidad de la Asunción de la Virgen María. Catedral de Sevilla, 15-08-2024. Lecturas: Ap 11,19a; 12,1-6a. 10ab; Sal 44,11. 12ab. 16; I Cor 15,20-26; Lc 1,39-56.

  1. Saludos.
  2. En comunión con la Iglesia universal celebramos una de las fiestas marianas más antiguas y significativas, la solemnidad de la Asunción de la santísima Virgen María. Jesús resucitó de entre los muertos y subió a la diestra del Padre, y también María, terminado el curso de su existencia en la tierra, fue elevada al cielo. En Sevilla celebramos nuestra fiesta patronal, la solemnidad de la Virgen de los Reyes, y mantenemos vivas nuestras raíces cristianas y marianas. Hoy es un día especial de fervor y amor a Dios y a nuestra Madre. Que sea una jornada de vivencia profunda, de encuentro con el Señor y con María Santísima; de encuentro con los hermanos, con la Iglesia, y de mirar al mundo y al futuro con esperanza.
  3. El pueblo fiel se ha dirigido a la Virgen Santísima como la Madre de Jesús, y la ha reconocido como Madre de Dios desde los primeros siglos de la era cristiana. La maternidad divina es un misterio y un acontecimiento histórico: Jesucristo, Persona Divina, nació de María Virgen. Se trata del misterio más antiguo y primordial en lo que se refiere a la persona y a la misión de María en la Historia de la Salvación. Dios podía haberse hecho presente de múltiples formas en la historia humana, pero el Padre eterno dispuso que el Hijo se encarnase en el seno de una mujer por obra del Espíritu Santo, y esa mujer es María.
  4. El título de Madre de Dios constituye el fundamento de todos los demás títulos con los que María ha sido venerada de generación en generación. Al misterio de su maternidad divina hacen referencia numerosos himnos y oraciones de la tradición cristiana. Ya en el siglo III los cristianos de Egipto se dirigían a María con esta oración: «Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios: no desoigas la oración de tus hijos necesitados; líbranos de todo peligro, oh siempre Virgen gloriosa y bendita». La Iglesia confiesa que María es verdaderamente Madre de Dios porque aquel que ella concibió como hombre por obra del Espíritu Santo, y que se ha hecho verdaderamente su Hijo según la carne, es el Hijo eterno del Padre, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.
  5. María corresponderá a la voluntad de Dios con humildad profunda y entrega generosa. Lo que más caracteriza su persona y su vida es esta misión concreta que Dios le ha encomendado al enviar a su Hijo al mundo para conducir a la humanidad a la plenitud de vida. Como señaló san Pablo VI: «el Misterio de Cristo está marcado, por designio divino, de participación humana. Ha querido tener una Madre; ha querido encarnarse mediante el misterio vital de una Señora, de la Señora bendita entre todas»[1].
  6. La liturgia de hoy canta las alabanzas de la Virgen María, coronada de gloria incomparable. «Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza» (Ap 12, 1). En esta mujer resplandeciente de luz los Padres de la Iglesia han reconocido a María, signo de esperanza cierta para el pueblo cristiano. Ella nos da la fuerza para no desalentarnos ante las dificultades y los problemas cotidianos, para no dejarnos absorber por tantas ocupaciones y preocupaciones, por el riesgo de acabar pensando que el fin último de la existencia humana se encuentra en este mundo. Ella es la Reina de la paz, a la que encomendamos los anhelos de paz de la humanidad en todas las partes del mundo, tan sacudido por la violencia. Hoy recordamos especialmente a nuestros hermanos de Tierra Santa, de Ucrania, de Sudán del Sur y de tantos lugares golpeados por el odio, la violencia y todo tipo de conflictos.
  7. Vivimos tiempos extraños, en los que se hace presente el mal a través de la guerra, de la injusticia, del descarte de los más débiles, de fuerzas destructivas nuevas, y en nuestro occidente rico, también a través del desprecio a lo más sagrado, poniendo de manifiesto la pérdida de la memoria y la herencia cristianas. En nuestro Continente europeo, debido al avance del laicismo, cuesta cada vez más integrar el mensaje evangélico en la experiencia cotidiana, crece la dificultad de vivir la fe en Jesús en un contexto social y cultural en que el proyecto cristiano de vida se ve continuamente despreciado y amenazado; en no pocos ambientes es más fácil declararse agnóstico que creyente; a veces se tiene la impresión de que lo lógico es no creer, y que la opción creyente requiere una legitimación social que no es indiscutible ni puede darse por descontada[2].
  8. No faltan signos de decadencia cultural y espiritual en nuestra Europa cristiana que a veces parece olvidar sus raíces, pero no se puede construir la ciudad de los hombres prescindiendo de Dios o contra Él. Por eso, como hijos de Dios y de María santísima nos comprometemos a trabajar para mantener vivos y operantes los cimientos espirituales, las raíces cristianas de nuestra tierra: Dios en el centro, fundamento de la persona y de la sociedad; la dignidad humana y los derechos humanos como valores que preceden a cualquier jurisdicción estatal; el matrimonio y la familia como fundamento de la Iglesia y de la sociedad; el respeto por Dios y por todo lo que es sagrado. María santísima llevó a cabo hasta el final la misión que Dios le había encomendado. Nosotros también tenemos una misión en la vida, en el mundo, en la Iglesia, y la Virgen de los Reyes nos ayuda a llevarla a cumplimiento con fidelidad.
  9. La lectura del libro del Apocalipsis terminaba diciendo: “Ahora se ha establecido la salvación y el poder y el reinado de nuestro Dios, y la potestad de su Cristo” (Ap 12, 10). Esta es la clave desde la que interpretamos y vivimos nuestra inserción en la historia, con luces y sombras, con tristezas y alegrías, pero siempre a la luz de la victoria definitiva del Cordero inmolado y resucitado. Esta victoria del Señor Jesucristo se confirma también en la Asunción de su Madre a los cielos. La comunión con el Señor y con María santísima nos invita al gozo, a la esperanza, a seguir luchando por vivir y transmitir la fe y los valores que hemos recibido. Por eso seguimos haciendo camino con confianza y perseverancia, conscientes de que Cristo resucitado está en medio de nosotros, la Virgen de los Reyes nos lleva de la mano, y de que no peregrinamos solos, sino en la compañía de los hermanos.
  10. Queridos hermanos: hoy celebramos nuestra fiesta patronal, rendidos a las plantas de la Virgen de los Reyes, la Madre que tanto amamos y veneramos, bajo cuyo amparo nos acogemos. Ella es nuestra Reina y Madre. Contemplemos su imagen. Ella nos conoce, nos entiende, nos escucha, nos espera. Cuando estemos cansados y agobiados vengamos aquí, porque ella nos reconfortará; cuando el sufrimiento y la oscuridad se hagan presentes en el camino, vengamos aquí, porque ella será nuestra luz y guía; y cuando las cosas vayan bien y estemos alegres, vengamos también, porque ella reforzará aún más el gozo y la esperanza. En este día de fiesta damos gracias al Señor por el don de nuestra Madre y nos encomendamos a su protección: Virgen de los Reyes, ruega por nosotros.

[1] SAN PABLO VI, Homilía en la Peregrinación al Santuario mariano de Nostra Signora di Bonaria Cagliari, 24 de abril de 1970.

[2] Cf. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Ecclesia in Europa n. 7.

 


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