Homilía por el 250 aniversario de la hechura de María Santísima de las Aguas, de la Hermandad del Museo (15-10-2022)
Salutaciones
La Real, Ilustre y Fervorosa Hermandad del Santísimo Sacramento y Archicofradía de Nazarenos de la Sagrada Expiración de Nuestro Señor Jesucristo y María Santísima de las Aguas está de fiesta, de gran fiesta. Celebramos hoy el 250 aniversario de la Hechura de María Santísima de las Aguas.
Celebramos en comunión con toda la Iglesia universal el Domingo XXIX del Tiempo Ordinario. La palabra de Dios que hemos escuchado tiene como tema principal la oración, más aún, «la necesidad de orar siempre sin desfallecer», como dice el Evangelio. A primera vista, podría parecer un mensaje poco realista con respecto a un mundo tan complejo como el que vivimos en el momento presente, con guerras, violencia, crisis económica, con múltiples problemas. Pero, en realidad, esta Palabra contiene un mensaje destinado a iluminar en profundidad la conciencia de la Iglesia y la sociedad.
Se puede resumir así: la fe es la fuerza que cambia el mundo y lo transforma en el reino de Dios, y la oración es expresión de la fe. Cuando la fe se colma de amor a Dios, reconocido como Padre bueno y justo, la oración se hace perseverante, insistente; se convierte en un grito del alma que penetra en el corazón de Dios. De este modo, la oración se convierte en la mayor fuerza transformadora del mundo.
Cuando la realidad es difícil y compleja, cuando la vida se pone cuesta arriba y no podemos más, es preciso reforzar la esperanza, que se funda en la fe y se expresa en una oración perseverante. La oración mantiene encendida la llama de la fe. Como hemos escuchado, al final del evangelio, Jesús pregunta: «Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?» (Lc 18, 8). Es una pregunta que nos hace pensar. ¿Cuál es nuestra respuesta a este interrogante? Hoy queremos repetir juntos: Señor, tu venida a nosotros hoy nos encuentra reunidos con la lámpara de la fe encendida. Creemos y confiamos en ti. Aumenta nuestra fe.
Las lecturas bíblicas que hemos escuchado nos presentan algunos modelos en los que podemos inspirarnos en nuestro camino de fe, que es siempre también profesión de esperanza, porque la fe es esperanza, abre la tierra a la fuerza divina, a la fuerza del bien. Son las figuras de la viuda, que encontramos en la parábola evangélica, y la de Moisés, de la que habla el libro del Éxodo. La viuda del evangelio nos impulsa a pensar en los pequeños, en los últimos, pero también en tantas personas sencillas y rectas que sufren por los atropellos, se sienten impotentes ante la permanencia del malestar social y tienen la tentación de desalentarse. A ellos Jesús les repite: observad con qué constancia esta pobre viuda insiste y al final logra que un juez injusto la escuche. ¿Cómo podríais pensar que vuestro Padre celestial, bueno, fiel y poderoso, que sólo desea el bien de sus hijos, no os haga justicia a su tiempo?
La fe nos asegura que Dios escucha nuestra oración y nos ayuda en el momento oportuno, aunque a veces no lo parezca. La oración que Jesús nos enseñó y que culminó en Getsemaní, tiene el carácter de la lucha, porque nos pone del lado del Señor para combatir la injusticia y vencer el mal con el bien; es el arma de los pequeños y de los pobres de espíritu, que repudian todo tipo de violencia. Más aún, responden a ella con la no violencia, dando testimonio de que la verdad del Amor es más fuerte que el odio y la muerte.
Esto lo contemplamos también en la primera lectura, la narración de la batalla entre los israelitas y los amalecitas. Fue precisamente la oración elevada con fe al verdadero Dios lo que determinó el desenlace de aquella batalla. Mientras Josué y sus hombres afrontaban en el campo a sus adversarios, en la cima del monte Moisés tenía levantadas las manos, en la posición de persona en oración. Sus manos levantadas garantizaron la victoria de Israel. Dios estaba con su pueblo, quería su victoria, pero condicionaba su intervención a que Moisés tuviera en alto las manos.
Los brazos elevados de Moisés hacen pensar en los brazos elevados de Jesús en la cruz: brazos extendidos y clavados con los que el Redentor venció la batalla decisiva contra el mal. Su lucha, sus manos alzadas hacia el Padre y extendidas sobre el mundo piden otros brazos, otros corazones que sigan ofreciéndose con su mismo amor, hasta el fin del mundo.
María Santísima de las Aguas es nuestro ejemplo de fe y de oración. Con María comienza la vida terrena de Jesús y con María comienzan también los primeros pasos de la Iglesia; en ambas ocasiones el clima es de escucha de Dios, de recogimiento y oración. María siguió con discreción todo el camino de su Hijo durante la vida pública, hasta el pie de la cruz, y ahora continúa siguiendo, con una oración silenciosa, el camino de la Iglesia. En la anunciación, recibe al ángel de Dios, y atenta a sus palabras, lo acoge y responde al designio divino, expresando su total disponibilidad: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». En la visita a su pariente Isabel, prorrumpe en una oración de alabanza y de alegría, de celebración de la gracia divina que ha llenado su corazón y su vida, haciéndola la Madre del Señor. Alabanza, acción de gracias, alegría: en el cántico del Magníficat, María no ve solo lo que Dios ha hecho en ella, sino también lo que hizo y hace continuamente en la historia.
En el cenáculo de Jerusalén, en un clima de escucha y de oración, ella está presente, antes de la venida del Espíritu Santo, y antes de que las puertas se abran de par en par y comiencen los apóstoles a anunciar a Cristo el Señor a todos los pueblos. Las etapas del camino de María, desde la casa de Nazaret a la de Jerusalén, a través de la cruz donde su Hijo la encomienda al apóstol Juan, se caracterizan por la capacidad de mantener un clima de oración, de recogimiento, para meditar cada acontecimiento en el silencio de su corazón ante Dios, hasta entender su voluntad y ser capaz de aceptarla en su interior. La presencia de la María Santísima con los discípulos, después de la Ascensión, no es sólo un dato del pasado. Ella, María Santísima de las Aguas, está presente entre nosotros, y nos enseña a rezar, a meditar cada acontecimiento de nuestra vida en el silencio del corazón, ante Dios, ante la Sagrada Expiración de Nuestro Señor Jesucristo, para poder entender su voluntad y ser capaces de aceptarla.
Ella nos lleva de la mano, nos protege, nos alienta, nos consuela. Que este aniversario sea ocasión de recibir toda la gracia, todo el amor que el Señor nos quiere conceder a través de su Madre y Madre nuestra, que sea ocasión para transmitir la fe a los más pequeños, y a los más jóvenes de Nuestra Hermandad, para transmitir la memoria de Jesús, para reavivar nuestras raíces cristianas. Nuestro Señor Jesucristo en su Sagrada Expiración y María Santísima de las Aguas no acompañan siempre en el camino. Así sea.
+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla