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I DOMINGO DE ADVIENTO

 

En aquél tiempo Jesús dijo a sus discípulos: 


Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé. 
En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca;  y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. 
De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado.  De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada.  Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. 
Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. 
Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada. 

 

Comentario de Álvaro Pereira

Is 2,1-5; Sal 121; Rom 13,11-14; Mt 24,37-44.

 

Dios viene, el futuro se acerca: Este es el anuncio de las lecturas del domingo. Esta es la expectativa del adviento.

 

La primera lectura es un precioso oráculo que anuncia la paz escatológica. Sión, el monte de templo, se convertirá en el centro de un doble movimiento: hacia él confluirán las naciones y los pueblos; de él brotarán la ley y la palabra. En este monte maravilloso se impone un orden nuevo en el que la justicia se expande, el desarme pacífico se difunde, y la educación hace olvidar la guerra. Los cristianos creemos que este doble itinerario se cumple en la encarnación de Cristo: Él fue la palabra que brotó de Jerusalén, él es el árbitro de las naciones, plenitud de toda la humanidad en camino.

 

Pero la historia no ha llegado a su final. El cristiano vive hoy en el impasse entre la primera y la segunda venida del Hijo. Si en la pascua su palabra ya brotó de Jerusalén, todavía hay espadas y lanzas por convertir en arados y podaderas. San Pablo nota que «la salvación está más cerca» que cuando comenzamos a creer. Por ello, los creyentes deben colaborar en el proyecto del Señor. Varias metáforas, tanto de la segunda lectura como del evangelio, ilustran esta actitud: despertarse de la modorra, velar y vigilar sabedores de nuestra ignorancia ante el día final, endosar las armas de la luz para vencer en esta guerra de paz contra la muerte.

 

Los creyentes de todas las épocas deben animarse, con Isaías, “¡venid, subamos!”, para que cada vez más humanos se sumen a esta animosa procesión que trascurre por los meandros de la historia. Su canto de ascensión es jubiloso: “¡Qué alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor!” (Salmo responsorial). Esta alegría, no en vano, brota del deseo de la paz: “Desead la paz a Jerusalén… haya paz dentro de tus muros… por mis hermanos y compañeros, voy a decir: «¡la paz contigo!»”. Justicia, paz, luz, expectación, alegría son las actitudes del itinerario ascendente al que las lecturas de hoy nos invitan en el inicio de este adviento.


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