II Domingo de Adviento
Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos
Por aquellos días, Juan el Bautista se presenta en el desierto de Judea, predicando: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos». Este es el que anunció el profeta Isaías diciendo: «Voz del que grita en el desierto: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”».
Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y de la comarca del Jordán; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán. Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo: «¡Raza de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Dad el fruto que pide la conversión.
Y no os hagáis ilusiones, pensando: “Tenemos por padre a Abrahán”, pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras. Ya toca el hacha la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto será talado y echado al fuego. Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí es más fuerte que yo y no merezco ni llevarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga».
Mt 3, 1-12
Comentario de Miguel Ángel Garzón
Is 11,1-10; Sal 71; Rm 15,4-9; Mt 3,1-12
Las lecturas presentan el anuncio de la venida del Mesías y su misión. El profeta Isaías proclama la llegada de un descendiente de David (rebrota la estirpe de Jesé, su padre). Recibirá la plenitud del Espíritu del Señor que le otorgará los elementos necesarios para regir al pueblo: sabiduría, fortaleza, justicia y temor de Dios. Él traerá la paz paradisíaca, el mal será aniquilado (la serpiente que rememora el inicio de la historia de pecado pierde su malicia, Gn 3) y todas las naciones confluirán hacia él. Así cumplirá los deseos del pueblo: “Dios mío confía tu juicio al rey…que en sus días florezcan la justicia y la paz…que domine hasta el confín de la tierra” (Sal 71).
Este Mesías anunciado por Isaías, lo señala Juan el bautista, el último de los profetas, en la persona de Jesús. El precursor invita al pueblo a preparar el camino al Señor, que trae el Reino de Dios. Esta preparación pasa por la conversión del corazón. Juan bautiza a los que muestran una actitud sincera de arrepentimiento y confiesan sus pecados. En cambio, denuncia a los fariseos y saduceos, refugiados en una falsa seguridad religiosa, a quienes pide auténticos signos de conversión. Su lenguaje, propio de los profetas, es duro y no da lugar a componendas, pues detrás de él llega el que separará el trigo de la paja, el bien del mal. Juan puede otorgarles el agua purificadora de la conversión, pero el Mesías bautizará en el Espíritu Santo y fuego, confiriendo la salvación y la gracia.
De este modo, la esperanza profética, como afirma el apóstol Pablo, tiene su fundamento en la fidelidad de Dios, que cumple sus promesas, y de Cristo, su Hijo, que se hizo servidor de todos mostrando su misericordia universal. Una esperanza avivada por las Escrituras que enseñan y consuelan al creyente.