III Domingo de Adviento
¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?
En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, mandó a sus discípulos a preguntarle: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?». Jesús les respondió: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y los pobres son evangelizados. ¡Y bienaventurado el que no se escandalice de mí!».
Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: «¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué salisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Mirad, los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta. Este es de quien está escrito: “Yo envío a mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino ante ti”. En verdad os digo que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.
Mateo 11, 2‑11
Comentario de Álvaro Pereira
«¿Eres tú el que ha de venir o hemos de esperar a otro?» (Mt 11,3). Esta pregunta del evangelio es dirigida por Juan el Bautista a Jesús para cerciorarse de que él es el Mesías prometido. Jesús no responde directamente, sino que hace ver a los emisarios sus obras: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios… Dicha respuesta remite, en primer término, a los relatos precedentes de milagros y sanaciones (Mt 8–9). Ciertamente Jesús es el Mesías esperado porque está trayendo la salvación al pueblo. A diferencia de los escribas y fariseos, él hace lo que dice; predica el Reino no solo con palabras (Mt 5–7), sino también con obras (Mt 8–9). Como él mismo dijo en Mt 7,20: «por sus frutos los conoceréis».
Y, en segundo término, las palabras de Jesús evocan el anuncio de Isaías 35 (primera lectura). El pasaje de Isaías anuncia la vuelta gozosa del destierro de Babilonia. El profeta la describe como un nuevo éxodo: el yermo que van a atravesar —como Israel atravesó el desierto de Arabia en su primer éxodo— florecerá como la flor del narciso. Como en la salida de Egipto les acompañó la nube, en la vuelta de Babilonia les acompañará una alegría sin fin.
En conclusión, Jesús es el Mesías esperado que viene a salvar a su pueblo. Las buenas noticias del éxodo de Egipto y de la vuelta del exilio de Babilonia se cumplen plenariamente en Jesucristo. Por eso, la Iglesia suplica con esperanza el salmo de hoy: «¡ven, Señor, a salvarnos!». Solo en él se nos da la alegría total.