Intervención del arzobispo en la apertura del Año Inmaculista de Écija
1. Celebramos de víspera, queridos hermanos y hermanas, la solemnidad de la Inmaculada Concepción, una de las fiestas marianas que más profundamente han tocado el corazón del pueblo cristiano, cuyo sentido de la fe, ya en los primeros siglos, percibe a la Santísima Virgen como «la sin pecado». La conciencia de que la Virgen fue concebida sin mancha original y de que fue preservada durante su vida de los pecados personales, muy pronto se traslada a la liturgia y crece a lo largo de la Edad Media en los escritos de los teólogos y en la piedad del pueblo cristiano.
2. A partir del siglo XVI son muchas las instituciones en toda Europa, especialmente en España y singularmente en nuestra Archidiócesis, que hacen suyo el «voto de la Inmaculada». Universidades, gremios, cabildos y ayuntamientos juran defender la concepción inmaculada de María. Este es también el caso de la ciudad de Écija, que el 21 de agosto de 1615, hace 400 años, juró solemnemnte defender husque ad sanguinis effusionem, es decir, hasta el dearramamiento de la sangre, la doctrina concepcionista. La certeza de que María fue concebida sin pecado estalla en Écija, en Sevilla y en España entera en la época barroca, en la pluma de nuestros más esclarecidos poetas, en los lienzos y tallas de nuestros mejores pintores e imagineros y, sobre todo, en la devoción de nuestro pueblo. Por ello, el 8 de diciembre de 1854, el Papa Pío IX declara solemnemente ser dogma de fe que la Bienaventurada Virgen María fue preservada de toda mancha de pecado desde el primer instante de su ser por Dios omnipotente, aplicándosele anticipadamente los méritos del sacrificio redentor de su Hijo.
3. Éste es, queridos hermanos y hermanas, el sentido de la solemnidad que hoy celebramos: en la plenitud de los tiempos, el Padre de las misericordias quiere que su Hijo se encarne para nuestra salvación, para hacernos hijos suyos, para que seamos santos e irreprochables ante él por el amor (Ef 1,4-5), como acaba de decirnos San Pablo. Y elige una mujer que no tenga parte con el pecado, pura y santa, la Nueva Eva no contaminada por el pecado de la primera, ni manchada con pecados personales, como proféticamente anuncia el libro del Génesis (3,9-15.20). Ella es «la llena de gracia», como la saluda el ángel en la Anunciación (Lc 1,28).
4. Inauguramos en esta tarde en Écija el Año Jubilar inmaculista, que yo solicité el Papa Francisco y que él nos ha concedido. En esta tarde damos gracias a Dios porque a la hora de dibujar el retrato de la madre de su Hijo, la hizo hermosa, limpia, pura, «llena de gracia» y «bendita entre todas las mujeres». Bendecimos a Dios que nos ha dado como madre a su propia madre. Le bendecimos también porque en nuestro bautismo hemos recibido la misma gracia que hizo inmaculada a María desde el primer instante de su concepción. Como María, también nosotros hemos sido favorecidos por el misterio de la predilección de Dios, que nos ha mirado con amor, regalándonos la filiación divina y la gracia santificante en los primeros días de nuestra vida, algo que probablemente no valoramos en toda su trascendencia. Nacidos en una tierra evangelizada en los primeros siglos de nuestra era, ser cristianos nos parece lo más natural. Sin embargo, dos mil años después de la encarnación del Señor, muchos hermanos nuestros, tres cuartas partes de la humanidad, todavía no lo conocen.
5. Perdonadme que os refiera una pequeña historia que me ocurrió hoy hace quince años, el 7 de diciembre de 1999 en la sacristía mayor de la catedral de Toledo. Me preparaba yo para celebrar con los jóvenes la Vigilia de la Inmaculada y allí me presentaron a un joven japonés de veintisiete años, doctor en ciencias jurídicas, miembro de una familia muy ligada al mundo de la cultura en su país, que a través del Camino Neocatecumenal tuvo la dicha de conocer a Jesucristo y a su Iglesia, siendo bautizado por el cardenal Rouco en la noche de Pascua de 1998 en la catedral de la Almudena de Madrid. Con lágrimas en los ojos me decía que su infancia había transcurrido sin ninguna referencia religiosa y, al mismo tiempo que me manifestaba su alegría inmensa por ser cristiano, me pedía que encomendara al Señor su perseverancia y que le ayudara con la oración para acercar al Evangelio a su familia.
6. La historia de este joven japonés recién convertido nos invita a alabar a Dios, que nos destinó desde toda la eternidad a ser sus hijos y que ya en los primeros días de nuestra vida nos bendijo con tantos y tan grandes bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo para que seamos santos e irreprochables, la respuesta natural a su amor de predilección. Él nos ha regalado la vocación cristiana y nos ha convocado en la Iglesia, que es nuestra familia, nuestro hogar, el manantial límpido en el que bebemos el agua de la gracia, la mesa familiar en la que cada domingo compartimos el pan de la palabra y de la eucaristía.
7. Y yo me pregunto y os pregunto: “¿Pero se puede ser cristiano en esta sociedad secularizada, hondamente materialista y cerrada a la transcendencia?”. En la narración de la caída de Adán y Eva, el libro del Génesis nos responde diciéndonos que sí, que hay un obstáculo fundamental, el miedo. “Tuve miedo… y por eso me escondí”. Esta es la respuesta de Adán cuando Dios se acerca a él para reemprender el diálogo de amor interrumpido por el pecado. El miedo a que se nos tache de antiguos o raros, la cobardía, la comodidad, el respeto humano y la falta de generosidad son los principales obstáculos que atenazan la voluntad de tantos jóvenes y adultos, que se esconden de Dios que sale a nuestro encuentro cada día con la pasión del Buen Pastor que busca a la oveja perdida.
8. El segundo obstáculo para ser cristianos buenos y fieles en esta sociedad son las seducciones del mundo. “La serpiente me sedujo y comí”, es la respuesta de Eva cuando Dios le pregunta el porqué de su pecado. Hoy como entonces, son muchos los que abandonan la fe, no tanto por razones de orden intelectual, sino por pura conveniencia. Se dejan llevar por los impulsos y apetencias de cada momento, por lo más cómodo, lo más placentero, por la moda, por el ambiente, por aquello que se nos presenta como lo más moderno o comúnmente aceptado, más allá de su bondad o malicia, verdad o falsedad. Las seducciones del mundo y las añagazas del diablo ahogan la semilla buena sembrada en el corazón de tantos jóvenes en su infancia, en la catequesis, en sus familias, parroquias y colegios.
9. Queridos hermanos y hermanas: permitidme que os reitere la pregunta: ¿Es posible hoy ser cristiano en esta sociedad que en buena medida vive de espaldas al Evangelio? La respuesta sólo puede ser positiva. Ser buen cristiano hoy ni es imposible, ni es una quimera inalcanzable. El Señor que nos ha regalado la vocación cristiana, nos capacita con su gracia para responder. Frente a las briznas de felicidad fugaz que nos brinda el mundo, que tantas veces nos conducen a la esclavitud, el Señor nos ofrece el camino de la felicidad auténtica, de la libertad sin recortes, de la verdadera alegría, un camino exigente, de esfuerzo, de renuncias, de tensión moral, en el que nos pide una decisión por Él irrevocable, sin componendas ni medias tintas, pero que nos permite vivir la única vida que merece la pena, la vida divina en nosotros, que es la vida en plenitud.
10. Aunque el mal existe y tantas veces hemos visto sus fauces amenazantes, la victoria del mal no es definitiva, gracias a la mujer que aplasta la cabeza de la serpiente y de cuya descendencia nos viene la salvación. En ella, en María, ciframos nuestra esperanza, al mismo tiempo que en esta tarde con inmenso cariño la invocamos como la Purísima, la Inmaculada. María, la primera redimida, obra maestra de la gracia, limpia y sin mancha, es el icono en el que contemplamos la hermosura del plan originario de Dios sobre nosotros y también la grandeza de la redención de Cristo. En la anunciación, María, la nueva Eva, acoge el plan de Dios, permitiendo que se realice en ella su designio salvador. Siempre dócil a la voluntad de Dios, es para nosotros modelo en el seguimiento de su Hijo. Ella nos enseña a acoger al Señor en nuestras vidas, renunciando a ser como dioses, la vieja y única tentación del hombre.
11. Queridos hermanos y hermanas: si queréis ser felices, cimentad vuestra vida sobre la roca firme y segura que es Cristo. Él es la plantilla que nos permite escribir sin borrones las páginas más bellas de nuestra historia personal. La contemplación de su vida, la escucha de su Palabra, el trato diario con Él y la recepción de los sacramentos de la penitencia y la eucaristía, os permitirán vivir la vida nueva que Él nos ofrece, la fidelidad que Él espera de nosotros, y cuyo arquetipo es la Virgen Inmaculada. Poned en el horizonte de vuestra vida a Jesucristo, sin excusas banales, sin dudas ni miedos. Su ayuda nunca os va a faltar. Contad también con la ayuda de la madre Iglesia, que nos sostiene y acompaña en nuestro camino de fidelidad. Ante quienes os apunten con el dedo por ser hijos de la Iglesia, sentíos orgullosos de pertenecer a ella, pues si es verdad que en ella hay manchas y arrugas por los pecados de sus miembros, que nos abochornan y tanto nos hacen sufrir, tened por cierto que la luz es infinitamente más intensa que las sombras y que el heroísmo de tantos hermanos y hermanas nuestros es mucho más fuerte que nuestro pecado y nuestra mediocridad.
12. En vuestra decisión de vivir en gracia de Dios y de vivir comprometidamente vuestra vocación cristiana, contad también con el aliento maternal de la Inmaculada. Ella es madre y medianera, abogada, socorro y auxilio de los cristianos. Queridos hermanos y hermanas: En este años jubilar y siempre llevad a la Virgen Inmaculada en el corazón. Que en este año ella sea el centro de vuestros pensamientos, el norte de vuestros anhelos, el apoyo de vuestras luchas, el bálsamo de vuestros sufrimientos y la causa redoblada de vuestras alegrías.
13 Esto es lo que pido a la Virgen Inmaculada en esta tarde para vosotros. A todos os encomiendo a su maternal intercesión. Pido a la Virgen que el año jubilar inmaculista sea para Écija un verdadero acontecimiento de gracia, una verdadera pascua, un paso del Señor junto a vuestras vidas, un paso del señor junto a vuestras comunidades parroquiales para convertirlas, recrearlas, infundirles su hálito y renovarlas. Que ella os bendiga a todos, a vuestras autoridades, a vuestras familias y a todos los hijos e hijas de Écija, especialmente a los niños, ancianos y enfermos, también a los no creyentes o no practicantes, pero que son hijos muy amados de Dios. Así sea.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla