IV Domingo de Adviento (ciclo C)
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?
En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel de Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! 43 ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».
Lucas 1, 39-45
Comentario bíblico de Pablo Díez
Miq 5,1-4; Sal 79,2ac.3c.15-16.18-19; Heb 10,5-10; Lc 1,39-45
María, en la línea de los grandes personajes de la tradición bíblica, se pone en marcha apenas se hace sentir en ella la acción de Dios. Esta última se manifiesta también en el encuentro con Isabel, de manera que el vértice de la salvación se inaugura a través de las relaciones humanas. Por eso cobra gran importancia el saludo, que se convierte aquí en signo de amor y, al igual que los nacimientos anunciados, en comienzo de una vida nueva.
El movimiento del Bautista en el seno de su madre, es la expresión de la alegría escatológica por la manifestación de Cristo, al tiempo que prefigura la relación entre ambos niños, tal como ocurría en Gn 25,22-28 (rivalidad entre Esaú y Jacob), presentando a Juan, ya desde el seno materno, como profeta y precursor de Jesús. A su vez la exclamación gozosa de Isabel, llena del Espíritu Santo, se traduce en una bendición que tiene como destinataria a María.
Pero dado que, según la concepción antigua, es el hijo el que confiere dignidad a la madre, la bendición tiene su fuente y su finalidad en el fruto del vientre María. La bendición, que siempre es palabra de Dios, deviene a través de la misma Palabra en fuerza de Dios que, acogida por la fe plena de María, hace vislumbrar la aurora de la salvación.
Orar con la palabra
- Ponerse en movimiento al percibir la voluntad de Dios.
- El carisma profético, llenarse del Espíritu Santo.
- La bendición como fuerza divina.