IV Domingo de Pascua (Ciclo C)

Yo doy la vida eterna a mis ovejas

En aquel tiempo, dijo Jesús: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen,y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Lo que mi Padre me ha dado, es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno».

Juan 10, 27‑30

Comentario bíblico de Pablo Díez

Hch 13,14.43-52; Sal 99,2.3.5; Ap 7,9.14b-17; Jn 10,27-30

La identificación de Jesús como buen pastor se pone de manifiesto a través del tema del conocimiento de sus ovejas. No se trata de una mera actividad de orden cognitivo, sino de la relación existencial que hay entre Cristo y sus discípulos, un conocimiento hecho de amor e intimidad. Esta relación única entre Jesús y los suyos tiene su raíz y modelo en el conocimiento recíproco entre el Verbo y su Padre. De este modo, Jesús es el buen pastor, no simplemente en virtud de su relación con las ovejas, sino principalmente en razón de su unión íntima con Dios (Jn 10,30) que constituye el fundamento de aquella.

Pero hay un matiz muy importante, reciprocidad no equivale a igualdad. En el ámbito del conocimiento recíproco, cimiento de la existencia del creyente, la iniciativa es de Dios. De hecho, en el Sal 99,3 Yahvé es el pastor de su pueblo porque lo ha creado. Por ello, el discípulo se encuentra sencillamente en la condición de quien responde. Esta respuesta se articula en las dos acciones que flanquean en el texto al conocer de Jesús: escuchar y seguir. Con ello, el discípulo, consciente de ser conocido, responde con el asentimiento de la voluntad (escucha) y la acción (seguimiento), que le lleva a una entrega confiada al pastoreo de Cristo. Esto lo establece en un grado de intimidad con Jesús que no puede ser roto ni por la muerte, de manera que su meta final es formar parte de su cortejo ante el trono de Dios (Ap 7,17).

Orar con la palabra