IV DOMINGO TIEMPO ORDINARIO (CICLO A)
Mis ojos “han visto a tu Salvador”
Cuando se cumplieron los días de su purificación, según la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones».
Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
«Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel».
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre:
«Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción -y a ti misma una espada te traspasará el alma-, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones».
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años. De joven había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él.
Lc 2, 22-40
Comentario bíblico Antonio J. Guerra
Mal 3, 1-4; Sal 23; Heb 2, 14-18; Lc 2, 22-40
Celebramos este domingo la fiesta conocida como de la Candelaria. Es la fiesta de la ofrenda, la fiesta de la luz y la fiesta del encuentro. Es la fiesta de la ofrenda porque María y José presentan a Jesús en el templo, atendiendo a la Ley de Moisés que ordenaba el ofrecimiento del primogénito a Dios (Ex 13,2.12) y, también, la purificación de la madre después del parto (Lv 12,1-8), a los cuarenta días del nacimiento (¡hoy hace 40 días de la Natividad del Señor!). En este episodio de la Presentación vemos que Jesús se somete a la Ley para ser en todo semejante a sus hermanos (2ª Lectura). Esta fiesta anticipa y anuncia el sacrificio redentor del Señor Jesús: el que ahora es ofrecido por sus padres, él mismo se ofrecerá más tarde a Dios para aniquilar al que tenía poder de la muerte, es decir, al diablo. Esta ofrenda se convierte en un misterio de amor destinado a ser luz para los pueblos, la luz que guiará a los hombres a la verdadera felicidad: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo.
Por otra parte, la Presentación es también la fiesta del encuentro. Dos ancianos reciben la gracia de encontrar a Jesús precisamente en el momento de su ofrenda. Ambos esperaban con ansia este encuentro y, por acción del Espíritu Santo, reconocen en ese niño ofrecido por aquellos pobres (¡dos tórtolas era la ofrenda de los pobres!, cf. Lv 12,8) al Mesías, dando gracias a Dios por ello. Esta fiesta introduce en nuestro corazón el gran deseo de encontrar a Jesús, el que nos convertirá en hijos de Dios, el que nos purificará y nos hará dignos para ofrecernos a Dios (1ª Lectura). En la Eucaristía Jesús nos encontrará para darnos su vida. Pidámosle la gracia de este encuentro y unión con Él en la ofrenda, a fin de convertirnos, como Él, en luz para el mundo.
Apuntes para la reflexión:
- La fiesta de la Candelaria recuerda que Dios viene a nuestro encuentro en la persona de Jesús. ¿Pregúntate por qué querrá venir al encuentro de esta humanidad?
- En esta fiesta se anticipa la ofrenda que Jesús hará al Padre en la cruz. Contempla la gratuidad de Jesús para con nosotros, ¿te dice algo?
- Jesús quiere obrar en nuestra realidad humana una transformación, convertirnos en Hijos de Dios, y lo hace entregándose y dando la vida por amor a Dios y a nosotros. ¿Cómo calificarías la calidad de mi entrega a los demás y a Dios?