‘Jesús cura al leproso’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla (AUDIO y TEXTO)
Queridos hermanos y hermanas:
El Evangelio de este domingo VI del tiempo ordinario nos narra el encuentro de Jesús con un leproso en los umbrales de su vida pública. Para la sociedad de tiempos de Jesús, la lepra era consideraba como castigo del pecado. Era la enfermedad más terrible puesto que entonces era incurable. El leproso vivía alejado de la sociedad en cuevas y descampados, fuera del mundo de los sanos. La lepra era «primogénita de la muerte» (Job 18,13). Por esta razón, en el mundo rabínico curar a un leproso era lo mismo que resucitar a un muerto, cosa que sólo Dios podía hacer. (Num 12,1-16) Jesucristo, puede curar la lepra porque es el Hijo de Dios. Así lo entiende el leproso, que se arrodilla ante Jesús con esta súplica llena de humildad y de confianza: Si quieres, puedes limpiarme.
El acercamiento del leproso a Jesús es sumamente audaz. La Ley de Moisés mandaba excluir a los leprosos de la comunidad. Así lo ordenaba el libro del Levítico: El enfermo de lepra andará con la ropa rasgada y la cabellera desgreñada, con la barba tapada y gritando: “¡Impuro, impuro!”. Mientras le dure la afección, seguirá siendo impuro. Es impuro y vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento (Lev 13,45-46). Jesús no rechaza al leproso, ni confirma su exclusión de la sociedad. Como nos dice san Marcos, «compadecido, extendió la mano y lo tocó diciendo: “Quiero, queda limpio”» (Mc 1,41).
Los gestos que realiza Jesús nos muestran su humanidad. Jesús no es un teórico de la caridad ni un diletante. Ante el leproso se conmueve. El evangelista Marcos nos da un detalle sumamente importante: Jesús antes de curar al leproso, lo toca. ¡Cuánto tiempo haría que aquel leproso no sentía el contacto cálido de la mano de otra persona! Antes de restaurar su cuerpo enfermo, al tocar al leproso Jesús incluye en su afecto a aquel excluido, establece una relación personal con él y restaura sus relaciones sociales. ¡Quién sabe si a partir de entonces el leproso recién curado se convierte en uno de los seguidores de Jesús! Es un gesto muy común en sus curaciones. Jesús toma de la mano a la suegra de Pedro (Mt 8,15) y a la hija de Jairo (Mt 9,25) antes de sanarlas. Él acaricia los ojos de los ciegos para darles la vista (Mt 20,34).
Es seguro que nosotros nunca podremos sanar a nuestros semejantes como Jesús, pero sí podemos tocar, incluir y mostrar afecto. El papa Francisco insiste continuamente en ello. Así lo decía en la vigilia de Pentecostés de 2013 a los movimientos eclesiales: «Y cuando des la limosna, ¿tocas la mano de aquel a quien le das la limosna, o le echas la moneda?». A continuación el Papa nos invitaba a ver y tocar en los pobres y enfermos la carne de Cristo, tomando sobre nosotros el dolor de los pobres. Esta recomendación es una constante en la historia de la caridad cristiana: ver en los pobres y en los enfermos el rostro doliente del Señor.
Así lo encarecía el Venerable Miguel Mañara a sus hermanos de la Santa Caridad de Sevilla rogándoles asistir a los enfermos desde la cercanía y la inmediatez corporal, lavando, besando, y curando sus llagas. La razón es la identificación misteriosa del Señor con los pobres y enfermos: “debajo de aquellos trapos –escribe Mañara- está Cristo pobre, su Dios y Señor”. Bartolomé Esteban Murillo, que era hermano de la Santa Caridad de Sevilla, inmortalizó esta recomendación en el cuadro de santa Isabel de Hungría curando a los niños tiñosos. La reina, con la camisa remangada, lava con sus propias manos la cabeza de un niño aquejado por esta enfermedad.
La enseñanza del Maestro en humanidad que es Jesús es clara: el leproso no solo sufre una dolencia física. También se siente marginado y evitado. Médicos, sanitarios, voluntarios, familiares y quienes tenemos enfermos en casa o los visitamos, debemos reconocer que el cariño sincero, la mirada entrañable y el contacto físico, salvo en caso de prohibición facultativa, son modos excelentes de integrar, incluir, sanar y salvar al enfermo, a la manera de Jesús. Jesús podía y, por ello, pronunció la palabra hágase que es propia de Dios: «Quiero, queda limpio.» Así se cumplieron los anuncios proféticos que apuntaban que una señal de los tiempos mesiánicos sería que los leprosos quedarían curados.
Después de la curación, el leproso no pudo acallar su suerte y empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones. También nosotros como él debemos mostrar sin rubor lo que nosotros hemos aprendido, divulgar lo que a nosotros nos ha acontecido, que el encuentro con el Señor nos ha devuelto la luz, la vida y la esperanza. En el anuncio de Jesucristo con las palabras y las obras no cabe el miedo, porque Jesús se ha comprometido con nosotros, vive en nosotros, camina a nuestro lado y actúa a través nuestro
Para todos, mi afecto fraterno y mi bendición.
+ Juan Jose Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla