‘Jesús y las riquezas’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla
Queridos hermanos y hermanas:
El Evangelio de este XXXI domingo del tiempo ordinario nos presenta el encuentro de Jesús con Zaqueo. El Señor ha llegado a Jericó en la etapa final de su vida pública. Antes de entrar en la ciudad más antigua de la tierra, según los arqueólogos, ha curado a un ciego (Lc 18, 35 ss). Por esta razón, le espera una multitud. San Lucas nos dice que Zaqueo era jefe de publicanos y rico. Efectivamente, era el jefe de los aduaneros de la ciudad de Jericó, que tenía el monopolio de algunos productos muy solicitados en aquel tiempo. Era también de corta estatura. Por ello, para ver mejor al Señor, se sube a un sicomoro, tal vez el mismo que los guías muestran a los peregrinos cuando llegan a Jericó. Al llegar Jesús a la altura del sicomoro, alzó la vista y se dirigió a Zaqueo con estas palabras: «Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa”. Él se dio prisa, bajó y recibió a Jesús “muy contento”. Al verlo, todos murmuraban diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador».
Este fragmento del evangelio subraya una vez más la predilección del Señor por los enfermos, los humildes, los rechazados y despreciados. Sus paisanos despreciaban a Zaqueo porque hacía cambalaches con el dinero y con los tributos. Para ellos, Zaqueo no era más que “un pecador”. Jesús en cambio deja la turbamulta que le vitorea y se encuentra con Zaqueo en su casa. En este caso, y en tantos otros, Jesús es el buen pastor, que deja las noventa y nueve ovejas para buscar la perdida que completa el centenar. Nos enseña así que el cristiano no puede parcializar su amor. Debe amar, acoger y servir a los que piensan como él y a los que piensan o viven de manera diversa, pues Dios es Padre de todos y Jesús por todos derramó su sangre preciosa.
La actuación y las palabras de Zaqueo contienen una enseñanza sobre lo que debe ser nuestra actitud con las riquezas y con los pobres. Tres capítulos atrás, Jesús nos ha presentado la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro. El rico Epulón negaba al pobre hasta las migajas que caían de su mesa. Zaqueo, por su parte, da la mitad de sus bienes a los pobres. Epulón destina sus bienes sólo para sí y para sus amigotes ricos que le pueden corresponder. Zaqueo, después de su encuentro con Jesús, ofrece sus bienes a los necesitados. Lo decisivo es, pues, el uso que se hace de las riquezas, que son inicuas cuando se sustraen a los más débiles y se emplean para el propio lujo desenfrenado. Entonces se erigen en un ídolo ante el que nos arrodillamos y que nos impide postrarnos ante el Dios vivo y verdadero, el único Señor de nuestras vidas. Las riquezas dejan de ser inicuas cuando son fruto del trabajo honrado, se adquieren justamente y se ponen al servicio de los demás y de la comunidad.
En el capítulo anterior, san Lucas narra el encuentro del Señor con el joven rico (Lc 18,18ss), al que le pide que venda todo lo que tiene y lo dé a los pobres. Probablemente Jesús quería llamarlo a un seguimiento más cercano. Aquel joven, sin embargo, no se mostró dispuesto y marchó entristecido porque no era generoso y no quería romper con las riquezas para seguir al Señor con un corazón indiviso. Con Zaqueo Jesús se contenta con su promesa de dar a los pobres la mitad de sus bienes. Zaqueo sigue siendo rico, aunque menos, después de haber renunciado a la mitad de sus pertenencias.
El evangelio de este domingo rectifica la falsa impresión que se puede tener de otros dichos del evangelio. No es la riqueza en sí lo que Jesús condena, sino el uso inicuo de ella. Los ricos no están condenados de antemano por el hecho de serlo, si no ponen el corazón en las riquezas, convirtiéndolas en ídolos, si comparten sus bienes con los pobres, si tienen muy en cuenta la dimensión social de la riqueza, si honradamente la crean para otros. Zaqueo es la prueba de ello. Dios puede hacer el milagro de convertir y salvar a un rico sin, necesariamente, reducirlo a la pobreza. Jesús nunca negó esta esperanza, que incluso alimentó, no desdeñando frecuentar, Él, que no tenía donde reclinar su cabeza, a algunos amigos ricos, como seguramente lo eran los hermanos de Betania.
Jesús jamás halagó a los ricos, ni buscó su favor, ni suavizó para ellos las exigencias de su evangelio. Zaqueo, antes de oír de labios de Jesús: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa”, hubo de convertirse a Dios y a los hermanos, decidiendo dar a los pobres la mitad de sus bienes y devolver el cuádruple a quienes hubiera estafado.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla