JORNADA DE LA VIDA CONSAGRADA

JORNADA DE LA VIDA CONSAGRADA

 Para la Archidiócesis de Sevilla es un privilegio y un don muy grande contar con la colaboración generosa más de 250 religiosos sacerdotes, muchos de los cuales colaboran en tareas parroquiales. Contamos también con el compromiso evangelizador de cerca de dos mil religiosas de vida activa, con un número crecido de miembros de institutos seculares y sociedades de vida apostólica y un pequeño número de vírgenes consagradas. Unos y otros trabajan con abnegación en la escuela católica, en la pastoral de la salud, en la cárcel, en la catequesis o en el servicio a los pobres, conscientes de que el Señor se ha encarnado en cada hombre, especialmente en los más débiles, los marginados, los enfermos, los niños, los ancianos y los que sufren por cualquier causa. No olvido el gran don que supone para nuestra Iglesia diocesana la sola presencia y la oración constante de las cerca de 500 monjas contemplativas. Como he comentado en más de una ocasión, sin los consagrados nuestra Diócesis sería más pobre en iniciativas pastorales y evangelizadoras, su radio de acción sería más corto y, desde luego, no contaría con el testimonio profético y la santidad de tantos hermanos nuestros que nos enriquecen con su oración y con sus obras apostólicas. Lo reconozco con gozo y gratitud.

 

 En la fiesta de la Presentación y ofrecimiento del Señor al Padre celestial, fiesta del encuentro de Dios con su pueblo, representado por los ancianos Simeón y Ana, os convoco a todos, queridos consagrados, a renovar vuestro ofrecimiento y consagración al Señor que se fraguó el día de vuestra profesión religiosa y que debéis seguir  alimentando creciendo cada día en vida interior. La acción y la contemplación no son dos realidades antitéticas sino complementarias. Todos, y no sólo las monjas de clausura, necesitamos del silencio, de la oración prolongada a los pies del Señor, de la contemplación y la escucha de Aquel que es el supremo valor en nuestra vida, el "Dios siempre mayor", el único que merece nuestra alabanza, nuestra reverencia, nuestro servicio, nuestro seguimiento incondicional y la entrega de nuestra afectividad y de nuestra vida entera. 

 

Vuestro encuentro con el Señor, en el que os sentisteis seducidos, conquistados y ganados por Él y os decidisteis a seguirle y ofrendarle la vida, se renueva y rejuvenece cada día en la oración, que es al mismo tiempo un verdadero manantial de ardor apostólico. En la Presentación de Jesús en el templo, después de encontrar y contemplar al Señor, Simeón y Ana glorifican a Dios y hablan del Niño a todos los que esperan la salvación de Israel. Quienes hemos recibido la gracia inmensa de ser llamados por el Señor, hemos recibido también la misión de anunciarlo y entregarlo a nuestros hermanos como mensajeros de la salvación y testigos de la esperanza y del amor de Dios. Os lo recordaba el Papa Benedicto XVI en un encuentro con los consagrados de la Diócesis de Roma en el primer año de su pontificado: "Desde sus orígenes la vida consagrada se ha caracterizado por su sed de Dios… Que vuestro primer y supremo anhelo sea, por tanto, testimoniar que Dios tiene que ser escuchado y amado con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas, antes que cualquier otra persona o cosa. No tengáis miedo de presentaros, incluso visiblemente, como personas consagradas, y tratad por todos los medios de manifestar vuestra pertenencia a Cristo, el tesoro escondido por el que habéis dejado todo. Asumid el conocido lema programático de San Benito: No antepongáis absolutamente nada al amor de Cristo".

 

 En la fiesta de su presentación, el Señor se nos muestra como "la luz que ilumina a las naciones". Que María, la Virgen fiel y madre de los consagrados, nos ayude a todos a ser portadores de luz, luminarias vivientes con nuestras obras, con  nuestras vidas, en nuestros empeños pastorales y en medio de nuestras comunidades.

 

Para todos vosotros, queridos consagrados, y para todos los fieles que leen cada semana esta carta, mi saludo fraterno y mi bendición.

 

                                     + Juan José Asenjo Pelegrina

                                            Arzobispo de Sevilla


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