JORNADA DE LAS MONJAS CONTEMPLATIVAS
El Misterio Pascual culmina el cumplimiento de los planes amorosos de Dios a favor de la humanidad. En él somos regenerados, consagrados y elevados a la inmerecida condición de hijos de Dios, para llegar un día a ser semejantes a Él cuando le veamos tal cual es. Todo esto lo recibimos y vivimos en la celebración de la Pascua. En este domingo, saboreamos y contemplamos este don y la Iglesia entera se hace confesión de la gloria de Dios, adoración y acción de gracias a la Santísima Trinidad.
A partir del bautismo, la vida del cristiano es una vida "en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo", es decir en, con y para la Trinidad. Nuestra consagración a Dios uno y trino es robustecida por el sacramento de la confirmación y alentada constantemente por nuestra participación en los sacramentos de la penitencia y de la eucaristía. Desde el bautismo formamos parte de la familia de Dios. Somos hijos del Padre, hermanos del Hijo y ungidos por el Espíritu. La Santísima Trinidad nos abre sus puertas, nos introduce en su intimidad y hace que participemos de la vida divina.
Para que no olvidemos que esta debe ser nuestra aspiración más profunda y el auténtico norte de nuestra vida, en la solemnidad de la Santísima Trinidad la Iglesia celebra todos los años la Jornada "Pro orantibus", día especialmente dedicado a los monjes y monjas contemplativos. En esta jornada, la Iglesia y cada uno de nosotros les devolvemos con nuestra oración y nuestro afecto lo mucho que debemos a estos hermanos y hermanas, que hacen de su vida una donación de amor, una ofrenda a la Santísima Trinidad y una plegaria constante por la Iglesia y por todos nosotros.
Ellos nos recuerdan cada día nuestra vocación más profunda y nos ofrecen el testimonio de la vivencia gozosa de esa vocación. Llamados y consagrados por el Señor, y habiendo respondido con espíritu de fe a su llamada, viven como Él en pobreza, castidad y obediencia, encarnando el espíritu de las Bienaventuranzas. En la soledad y el silencio, en la escucha de la Palabra de Dios, el ejercicio del culto divino, la ascesis personal, la oración, la mortificación y el trabajo, dedican toda su vida y actividad a la contemplación de Dios. De este modo, contribuyen, con una misteriosa fecundidad apostólica, al crecimiento del Pueblo de Dios. Al mismo tiempo, viviendo con hondura la vida comunitaria y siendo de verdad un sólo corazón y una sola alma, son para los hijos de la Iglesia signo de fraternidad en medio de un mundo golpeado por tantas fracturas, heridas y divisiones.
En la Exhortación Apostólica Vita Consecrata nos decía el Papa Juan Pablo II que "los monasterios han sido y siguen siendo, en el corazón de la Iglesia y del mundo, un signo elocuente de comunión, un lugar acogedor para quienes buscan a Dios y las cosas del espíritu, escuelas de fe y verdaderos laboratorios de estudio, de diálogo y de cultura para la edificación de la vida eclesial y de la misma ciudad terrena, en espera de la celestial" (n. 16). En estas escuelas de fe y de contemplación que son nuestros monasterios, los monjes y monjas contemplativos son maestros y testigos del amor más grande y de la vida en Dios y para Dios, que todos estamos llamados a vivir y de la que gozaremos definitivamente en el cielo. Ellos, no anteponiendo nada al amor de Cristo, como escribiera San Benito, nos enseñan cuáles son los valores permanentes en los que debe cimentarse nuestra vida, entre los que destaca como supremo valor el reconocimiento explícito y comprometido del primado de Dios, constantemente alabado, adorado, servido y amado con toda la mente, con toda el alma y con todo el corazón (Mt 22,37).
Nuestra Archidiócesis tiene el privilegio de contar con treinta y ocho monasterios de monjas contemplativas. En su conjunto constituyen un inapreciable tesoro que, especialmente en este día, agradecemos al Señor, pues son un torrente de energía sobrenatural para nuestra Iglesia particular. Al mismo tiempo que les encomiendo la oración por la santidad de los sacerdotes, la perseverancia de los seminaristas, las vocaciones sacerdotales, la fidelidad de los consagrados y el crecimiento en la fe de nuestros laicos, les aseguro el afecto de toda la Archidiócesis y nuestra oración para que el Señor las confirme en la fidelidad a la hermosa vocación que les ha regalado en su Iglesia y premie su entrega con muchas, generosas y santas vocaciones que perpetúen la historia brillante y gloriosa de sus monasterios.
Para ellas y para todos vosotros, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla